• Esto se vio claro en el caso de la energía, cuando al fijarse tarifas debajo de los costos, se incentivaba una mayor demanda y, en forma simultánea, se desalentaba la oferta y la inversión. Así, los recursos de los consumidores y de las empresas se utilizan de modo ineficiente, haciendo que el crecimiento potencial se debilite. Algo análogo a la vinculación entre precios y cantidades en el plano energético ocurre con la brecha cambiaria y el comercio exterior, y también entre la brecha cambiaria y los flujos turísticos

• Las últimas noticias vinculadas a controles de precios son una respuesta oficial al fracaso de la tablita cambiaria implementada desde comienzos de año. Hasta setiembre, la variación acumulada en el año por el tipo de cambio oficial es de 17,5%, la de los precios minoristas de 37 % y de 39,8 % la de los mayoristas. Si extrapolamos las curvas hasta diciembre, usando los guarismos mensuales acumulativos, se tiene que hasta fin de año el tipo de cambio habría subido un 23,87 %, los precios minoristas un 52,16 % y los mayoristas un 56,4 %.

• En ese caso, la brecha entre la variación de los precios mayoristas y el tipo de cambio a fin de año llegaría a nada menos que 32,5 puntos porcentuales, siendo que, en condiciones normales, los precios mayoristas tienden a copiar la trayectoria del precio del dólar en el mercado oficial.

• Durante la vigencia de la “Tablita” de Martinez de Hoz, la brecha entre precios mayoristas y dólar se acumuló a un ritmo de 41,7 puntos porcentuales por año hasta marzo de 1981

• Focalizando en la divergencia entre el tipo de cambio y los precios minoristas se tiene que, extrapolando a 12 meses lo ocurrido en los primeros nueves meses de 2021, la diferencia entre la variación del IPC (52,16%) y la del precio del dólar oficial (23,87%) llegaría a 28,3 puntos porcentuales en un año. Como referencia, durante la vigencia de la “Tablita” de Martinez de hoz, cada 7 meses se acumulaba una brecha similar, del orden de 28,6 puntos porcentuales, entre la variación de los precios minoristas y la del tipo de cambio

• Tampoco ha hecho mella en la inflación el congelamiento tarifario. A setiembre de este año y en el acumulado de doce meses, el promedio simple de la suba de Electricidad, Gas y Agua ha sido de 6,6 %, o sea, 46,4 puntos porcentuales por debajo de la inflación núcleo del año transcurrido, que fue de 53,1 % (datos correspondientes a la Dirección de Estadísticas de CABA). Esta divergencia se potencia por el hecho que en 2020 también hubo una tendencia similar, cuando entre la núcleo y el promedio simple de esas tarifas la brecha acumulada fue de 33,1 puntos porcentuales

• En el plano del comercio exterior, el ajuste de cantidades por falta de sinceramiento de precios es también visible. Los cepos introducidos a fin de 2011 refieren a un marcado cierre de la economía, con una contracción de las exportaciones de bienes y servicios en términos del PIB (a precios constantes) más intensa que la registrada del lado de las importaciones. Las importaciones de bienes y servicios que en 2011 representaban el 27% del PIB, a precios constantes, pasaron a 24,4 % del PIB en 2015. A su vez, las exportaciones de bienes y servicios declinaron de 22,7% a 18,7 % del PIB en igual período, una contracción de nada menos que 4 puntos.

• Algo análogo ocurrió con las exportaciones de Manufacturas de Origen Industrial durante la vigencia del cepo original. En 2011, las ventas al exterior de manufacturas industriales representaba 5,5% del PIB y en 2015 este ratio se redujo a 2,8%, exactamente a la mitad que el valor previo a los cepos (ratios calculados en dólares corrientes)

• La brecha cambiaria y las distorsiones que conlleva también impacta negativamente en el saldo de la cuenta “Viajes y otros pagos con tarjeta”. El impacto del cepo original fue nítido respecto al ajuste de “cantidades”, en este caso estimulando la salida de argentinos al exterior y desalentando el ingreso de extranjeros del resto del mundo (sobre los residentes en países vecinos el efecto es ambiguo): el ingreso de divisas por la cuenta Viajes, Turismo y Tarjetas, que había sido en promedio anual de US$3.200 millones en 2010/11, se recortó a menos de US$ 1.100 millones entre 2013 y 2015. A su vez, la salida de divisas por esta misma cuenta, que había ocurrido a un ritmo anual de US$2.600 millones en 2010/11, escaló a un promedio anual de US$7.300 millones entre 2013 y 2015

• Resulta aconsejable explorar una reforma en el régimen del “dólar tarjeta”, tanto para los plásticos de residentes locales como para los de extranjeros que adquieren bienes y servicios en el país. Si esas operaciones se liquidaran a través del CCL, no se advierten riesgos de desequilibrios en la cuenta viajes, más bien la posibilidad de cierto superávit, a diferencia de los años de vigencia del “cepo original”, que desalentaron el flujo de visitantes extranjeros al país

En los últimos diez años de estanflación, la mayor parte del tiempo la economía argentina ha convivido con cepos de diversa intensidad, y no deberían existir dudas acerca de la conexión entre ambos fenómenos, ya que el “remedio” del cepo prolonga la “enfermedad” del estancamiento con inflación. Uno de los principales mecanismos por lo que esto ocurre es que, al establecerse controles de precios, al cambio, a las tarifas, se está apagando un GPS valiosísimo para la economía: el sistema de precios, cuando fluctúa por acción de la oferta y la demanda, es el indicador por excelencia para detectar abundancia o escasez de bienes y servicios, el que induce a redireccionar consumos, fomenta inversiones y dispara correcciones de política económica para facilitar esas adecuaciones.

El problema está en que, al reprimir las fluctuaciones de los precios a través de los controles, este tipo de política económica amplifica los ajustes por cantidades. Es lo que habrá de ocurrir de persistir el gobierno con los últimos anuncios vinculados al congelamiento de precios de un amplio listado de productos, y lo muestran experiencias de años anteriores. Esto se vio claro en el caso de la energía, cuando al fijarse tarifas debajo de los costos, se incentivaba una mayor demanda y, en forma simultánea, se desalentaba la oferta y la inversión. Así, los recursos de los consumidores y de las empresas se utilizan de modo ineficiente, haciendo que el crecimiento potencial se debilite más y más.

Algo análogo a la vinculación entre precios y cantidades en el plano energético ocurre con la brecha cambiaria y el comercio exterior, y también entre la brecha cambiaria y los flujos turísticos, como se habrá de describir más abajo.

A su vez, como este tipo de controles se utilizan para traspasar límites de los equilibrios macro (déficit fiscal, emisión monetaria, nivel de reservas), es inevitable que, a lo largo del ciclo, se vayan alimentando expectativas de corrección brusca. En cierto momento, la distorsión de precios relativos alcanza tal magnitud que el escenario cambia en términos cualitativos, las correcciones aparecen como inevitables y el riesgo de un aterrizaje forzoso pasa a dominar las expectativas. La parte real de la economía queda en un segundo o tercer plano.

En un horizonte de mediano y largo plazo, tanto la etapa en la que las distorsiones de precios relativos se acentúan, como aquella en la que pasa a esperarse la futura corrección, la capacidad de crecer queda afectada, y esto termina confirmando la percepción de una estanflación sin fecha de salida.

Es cierto que, bajo cepos y controles, es posible que algunos desequilibrios demoren más tiempo en detonar versus lo que ocurriría en un escenario sin esas restricciones. Pero, por la misma razón, tampoco se activan los incentivos (o desalientos) por el lado de la oferta y/o la demanda, haciendo que las variables divergentes nunca se corrijan de modo gradual. De todos modos, la capacidad de los cepos para demorar la llegada del momento en el que las distorsiones se habrán de corregir está siendo interpelada por la velocidad a la que ocurren fenómenos relevantes.

En parte, los últimos anuncios de controles más draconianos de precios se explican por el fracaso de la tablita cambiaria anunciada a principios de este año. Obsérvese al respecto el desfase que se está acumulando.

Hasta setiembre, la variación acumulada en el año por el tipo de cambio oficial es de 17,5%, la de los precios minoristas de 37 % y de 39,8 % la de los mayoristas. La variación mensual acumulativa de esas variables fue de 1,8 %; 3,56 % y 3,8 %, respectivamente.

Si extrapolamos las curvas hasta diciembre, usando esos guarismos mensuales, se tiene que hasta fin de año y en doce meses, el tipo de cambio habría subido un 23,87 %, los precios minoristas un 52,16 % y los mayoristas un 56,4 %.

En ese caso, la brecha entre la variación de los precios mayoristas y el tipo de cambio a fin de año llegaría a nada menos que 32,5 puntos porcentuales, siendo que, en condiciones normales, los precios mayoristas tienden a copiar la trayectoria del precio del dólar en el mercado oficial.

Durante la vigencia de la “Tablita” de Martinez de Hoz, la brecha entre precios mayoristas y dólar se acumuló a un ritmo de 41,7 puntos porcentuales por año hasta marzo de 1981, o sea una diferencia de sólo 9,2 puntos entre aquella experiencia y lo que está ocurriendo en 2021.

Hay quienes pueden argumentar que los precios mayoristas se están “anticipando” a una devaluación y que, si ésta ocurre, no habría motivos para copiar ese movimiento, dado el “colchón” acumulado. Sin embargo, para que ese escenario se convalide, sería necesario que el eventual ajuste cambiario ocurra en el contexto de un plan económico integral, con una sólida ancla fiscal, que a su vez permita diluir cepos y restricciones que traban las importaciones. Sólo en ese caso el traspaso a precios de la devaluación lograría ser morigerado, controlando el riesgo de una nueva carrera “precios-dólar”.

La distorsión de tarifas y precios vuelve a primer plano

Lamentablemente, en la Argentina ya se ha “naturalizado” que, en años electorales, tipo de cambio y tarifas pasen a ser usados como “anclas”, pese a todos los costos que conlleva “el día después”, el momento en que los atrasos incurridos necesitan ser corregidos. En ese sentido, el 2021 no difiere de otros años electorales del pasado inmediato y mediato. Aunque, en realidad, la actual es una versión “corregida y agravada”, en relación a las anteriores experiencias:

-En primer lugar, porque el virtual congelamiento de tarifas está ocurriendo por segundo año consecutivo, a diferencia, por ejemplo, de 2015, que había sido precedido por ajustes importantes de tarifas en 2014

-En segundo lugar, porque el actual congelamiento ocurre en el contexto de una inflación del orden del 50 % anual, en un andarivel prácticamente del doble de la trayectoria de la inflación durante la vigencia del “cepo original”, fenómeno que acelera la velocidad a la que se deterioran los equilibrios macro.

Obsérvese en el cuadro adjunto que, a setiembre de este año y en el acumulado de doce meses, el promedio simple de la suba de Electricidad, Gas y Agua ha sido de 6,6 %, o sea, 46,4 puntos porcentuales por debajo de la inflación núcleo del año transcurrido, que fue de 53,1 % (datos correspondientes a la Dirección de Estadísticas de CABA). Esta divergencia se potencia por el hecho que en 2020 también hubo una tendencia similar, cuando entre la núcleo y el promedio simple de los rubros mencionados la brecha acumulada fue de 33,1 puntos porcentuales.

Obviamente, ese desfasaje entre la marcha de la inflación y la de las tarifas no es gratuito para la economía. Se alienta una demanda por encima de lo que ocurriría con precios que cubran los costos, se deprimen las inversiones en los sectores afectados, se potencia el déficit fiscal por la contrapartida de subsidios, y se deterioran las expectativas de inflación por las inevitables correcciones que habrán de darse, tarde o temprano.

Así, tenemos que sólo por el rubro energía, los subsidios alcanzarían este año el equivalente a 10 mil millones de dólares (no se contabiliza transportes), cuando en 2019 habían sumado 4,7 mil millones.

La “tablita” de 2021: ¿cerca o lejos de la “Tablita” de Martinez de Hoz?

Lo notable es que la marcha de la inflación parece ignorar no sólo el ancla tarifaria, sino también el freno que se ha intentado aplicar este año desde el flanco de la política cambiaria.

Obsérvese que, a una variación del precio del dólar en el mercado oficial del orden del 1,8 % mensual acumulativo en lo que va de 2021, se corresponde un incremento de 3,56 % mensual del Indice de Precios al Consumidor (3,56 %), y del doble para los precios mayoristas (3,8 %).

Aunque hay diferencia en el andarivel por el que transcurren y en el tiempo de vigencia, cualitativamente puede encontrarse alguna afinidad entre la “tablita” cambiaria anunciada por el ministerio de economía a principios de este año y la famosa “tablita” que impulsó Martinez de Hoz para intentar vencer a la inflación a fin de la década del 70, con el fracaso conocido.

En aquella oportunidad, transcurrieron 27 meses bajo el esquema de la “tablita”, desde fin de 1978 hasta principios de 1981, a lo que sucedió una fuerte devaluación y una severa crisis por activos y pasivos incobrables a nivel de bancos y empresas. En aquellos 27 meses, la variación del precio del dólar en el mercado oficial ocurrió a un ritmo de 3,22 % mensual acumulativo, la suba del IPC fue de 6,3 % y la de los precios mayoristas de 5,4 %, siempre en términos mensuales y acumulativos.

La falta de convergencia entre las variables asociadas a la inflación en relación al deslizamiento del tipo de cambio durante la aplicación del plan de Martinez de Hoz fue explicada por diferentes vertientes, algunas de ellos no excluyentes entre sí: la dinámica del gasto público, que no resultó consistente con aquella política de estabilización; un exceso de demanda inducida sobre bienes industriales y servicios, derivada del abaratamiento relativo de los bienes-salario; la caída de la tasa real de interés, por una tasa nominal relativamente estable pero una inflación “rebelde”; la entrada de capitales alentada por el diferencial de tasas de interés, que empujó durante la primera parte del programa la demanda agregada; la falta de disciplinamiento de los salarios, ya que la economía mantuvo su sesgo de “semi-cerrada” pese a los esfuerzos aperturistas de tal política (Ver Adolfo Canitrot:“Teoría y práctica del liberalismo. Política antiinflacionaria y apertura económica en la Argentina, 1976-1981”)

Lo cierto es que los programas que utilizan al tipo de cambio como ancla comienzan a tener “los días contados” si es que no logran una rápida convergencia de la inflación a la paridad cambiaria. En lo que va del año, la diferencia de ritmo entre esas variables ha terminado acumulando una brecha de casi 20 puntos porcentuales (en nueve meses!!) entre el IPC, que aumentó un 37 % desde diciembre y el tipo de cambio oficial, cuya variación fue de 17,5 % hasta setiembre. Los precios mayoristas, a su vez, se han incrementado 39,8 % en nueve meses, posiblemente por el efecto que produce sobre este segmento del mercado la incertidumbre asociada al valor de reposición de los inventarios, en el contexto de crecientes restricciones al comercio exterior y al acceso de divisas para el pago de las importaciones.

Focalizando en la divergencia entre el tipo de cambio y los precios minoristas se tiene que, extrapolando a 12 meses lo ocurrido en los primeros nueves meses de 2021, la diferencia entre la variación del IPC (52,16%) y la del precio del dólar oficial (23,87%) llegaría a 28,3 puntos porcentuales.

La brecha entre inflación y dólar oficial proyectada para doce meses no puede ser tomada a la ligera, ya que durante la vigencia de la “Tablita” de Martinez de hoz, cada 7 meses se acumulaba una brecha similar, del orden de 28,6 puntos porcentuales, entre la variación de los precios minoristas y la del tipo de cambio.

Ajuste de cantidades en comercio exterior durante la vigencia del “cepo original” La superposición de los efectos de la introducción de cepos y controles al cambio y al comercio exterior con la pandemia que irrumpió en marzo de 2020 y recién ahora está cediendo, hace que resulte difícil separar las relaciones de causalidad entre medidas adoptadas e impactos sobre la economía. Sin embargo, algunas tendencias asociadas a la vigencia de ese tipo de controles pueden ser observadas a partir de la experiencia de 2012 a 2015.

En este sentido, conviene detenerse en lo ocurrido con el comercio exterior de bienes y servicios, las exportaciones industriales y los flujos de dólares asociados a la cuenta “Viajes, turismo y tarjetas”.

Como se observa en el cuadro adjunto, los controles sobre el cambio y el comercio exterior introducidos a fin de 2011 produjeron un marcado cierre de la economía, con una contracción de las exportaciones de bienes y servicios en términos del PIB (a precios constantes) más intensa que la registrada del lado de las importaciones.

Así, las importaciones de bienes y servicios que en 2011 representaban el 27% del PIB, a precios constantes, pasaron a 24,4 % del PIB en 2015.

A su vez, las exportaciones de bienes y servicios declinaron de 22,7% a 18,7 % del PIB en igual período, una contracción de nada menos que 4 puntos.

Así, los cepos, que fueron presentados a fin de 2011 como instrumento de control de la tendencia al deterioro de las cuentas externas, terminaron siendo determinantes de:

- Una contribución negativa al crecimiento del PIB en el período

- Un aumento del déficit de la cuenta corriente medido en términos del PIB a precios constantes

Vale decir, lo opuesto a los objetivos declarados.

Algo análogo ocurrió con las exportaciones de Manufacturas de Origen Industrial durante la vigencia del cepo original. En 2011, las ventas al exterior de manufacturas industriales representaba 5,5% del PIB y en 2015 este ratio se redujo a 2,8%, exactamente a la mitad que el valor previo a los cepos (cálculos en dólares corrientes).

Los datos de 2021 tienden a replicar aquellas tendencias, pero por los “ruidos” introducidos por la pandemia y el poco tiempo transcurrido bajo estas reglas de juego, los datos de comercio exterior pueden todavía tener “doble lectura”.

Cepos, turismo internacional y ajuste por cantidades

En lo que hace al impacto de cepo y controles sobre los flujos de divisas vinculados al turismo, cabe destacar lo siguiente:

A fin de 2011, cuando se introdujeron las primeras restricciones a las operaciones cambiarias, el gobierno de entonces logró una fuerte reducción del déficit del sector externo vinculado a la cuenta “Atesoramiento” del Balance de Pagos. Esto en el contexto de una etapa de apreciación del peso frente al dólar en términos reales en el mercado oficial de cambios (que llegó hasta fin de 2015) pero a costa de la aparición de una “brecha cambiaria” del orden del 50% y, además, de la introducción de “malos incentivos” en la cuenta viajes, turismo y tarjetas del balance de pagos.

Así, la demanda de dólares por motivo “atesoramiento”, se derrumbó de una cifra cercana a los 18 mil millones de dólares en 2011 a un promedio anual del orden de los 2 mil millones entre 2012 y 2014, pero la cuenta Viajes, Turismo y tarjetas de crédito, que en 2010 había sido levemente superavitaria, en el orden de los mil millones de dólares, pasó al rojo, escalando a un déficit del orden de los 6 mil millones de dólares, para el promedio anual entre 2013 y 2015.

Los ingresos de divisas canalizados por la cuenta “Viajes y otros pagos con tarjeta”, que habían sido en promedio anual de US$3.200 millones en 2010/11, se recortaron a menos de US$ 1.100 millones entre 2013 y 2015. A su vez, la salida de divisas por esta misma cuenta, que había ocurrido a un ritmo anual de US$2.600 millones en 2010/11, escaló a un promedio anual de US$7.300 millones entre 2013 y 2015.

La brecha entre el precio del dólar en el mercado oficial y el del mercado denominado “Contado con liquidación”, cercana al 50%, es un factor explicativo de primer orden para la trayectoria descripta del flujo cambiario canalizado en la cuenta “Viajes, turismo y tarjetas”:

-Para los residentes locales, el costo del “dólar tarjeta” con el que se podían pagar los pasajes al exterior y los gastos incurridos en esos viajes, si bien resultaba en el orden del 20% mayor el tipo de cambio oficial, era un 20% inferior al precio del dólar en el “CCL”, promoviendo arbitrajes que apuntalaron la tendencia descripta.

-A la inversa, para los extranjeros el país se “encareció” en dólares, por el hecho que sus gastos en el país se liquidaban al tipo de cambio oficial (en un contexto de apreciación del peso frente al dólar), lo cual desalentó la llegada de viajeros del resto del mundo, mientras que para los visitantes de países limítrofes, se generaron fuertes incentivos para que éstos pagaran sus gastos en el país vendiendo dólares en el mercado “blue”. Estos incentivos a la informalidad produjeron una merma en la entrada de divisas a través del mercado oficial de cambios y, presumiblemente, un efecto análogo en el plano impositivo.

En el presente, algunos de los problemas descriptos para el período 2012/15 intentan ser corregidos, pero esto ocurre de modo parcial.

Con la introducción de los recargos que configuran el llamado “dólar solidario”, a diferencia de 2012/15, ahora el “dólar tarjeta” para los residentes locales resulta un 65% más caro que el tipo de cambio oficial. Sin embargo, el precio del dólar “blue” o CCL se ubica en el presente casi un 10% por encima del “dólar solidario”, por lo que podrían incentivarse arbitrajes como los descriptos para el período anterior (aunque no con una diferencia tan marcada). La reapertura de fronteras para un incipiente período “pos-pandemia” habrá de permitir calibrar hasta qué punto este fenómeno puede activarse. Obvio, una brecha cambiaria mayor a la actual podría acentuar estas tendencias.

Pero, más allá de mecanismos que desalienten la salida de residentes al exterior, desde el punto de vista de una utilización plena de la “capacidad instalada” de la industria turística argentina, y también para alentar el uso de canales legales en lo cambiario e impositivo, es necesario contemplar el eventual impacto de la actual brecha cambiaria, del orden del 85%, sobre la dinámica de los potenciales visitantes al país, a medida que los flujos fronterizos se normalicen.

La experiencia de 2012/15 indica que los visitantes de países limítrofes “aprovechan” la brecha cambiaria, canalizando sus divisas a través del “blue”, pero esto no es así para los turistas que llegan del resto del mundo, que utilizan predominantemente las tarjetas como medio de pago. Así, con una brecha cambiaria del orden del 85%, podría configurarse un escenario dominado por “viajes de ocasión” de los vecinos de países limítrofes, que podrían alimentar la demanda de bienes y servicios provistos por la oferta local y canalizados en ciudades de frontera, pero en operaciones de elevada informalidad cambiaria e impositiva. En cambio, existe el riesgo de un flujo por debajo del potencial en viajeros del resto del mundo tal como ocurrió entre 2012 y 2015, que son por definición los que realizan estadías más prolongadas en el país.

Bajo las reglas cambiarias actuales vinculadas a la liquidación de las tarjetas de crédito/débito, hay evidentes asimetrías:

-Para los residentes locales, un “dólar tarjeta” que resulta 65% más caro que el tipo de cambio oficial pero casi 10% más “barato” que el CCL

-Para los extranjeros dispuestos a viajar con divisas “en efectivo”, hay una especie de “subsidio” originado en los dólares y ventas que no se declaran ante el BCRA y el fisco

-Para los extranjeros que han dejado de utilizar efectivo, hay una especie de “impuesto”, en espejo con el “subsidio” descripto

¿Está la Argentina “condenada” a un balance negativo de la cuenta “Viajes, turismo y tarjetas”?

La experiencia indica que, a cierto nivel de un tipo de cambio que no incluya distorsiones como las mencionadas más arriba, puede haber equilibrio entre el flujo de divisas ingresado por canales legales y la salida de dólares dentro del ítem “Viajes, turismo y tarjetas” del balance de pagos.

Tal como muestra el gráfico adjunto, existe notable sensibilidad del comportamiento de la balanza de Viajes, turismo y tarjetas al nivel del tipo de cambio real de cada momento. Años de “atraso cambiario” determinan fuerte déficit de esta cuenta, caso de los años 2015 y 2017; así como se puede lograr cierto superávit (aunque no de un modo simétrico) en años de relativa subvaluación del peso en términos reales (en 2006, por caso). Un caso sobre el que conviene detenerse al respecto es el del año 2011. En los últimos veinte años, hay sólo tres en los que el ingreso de divisas por la cuenta “Viajes…” superó los 3 mil millones de dólares, y uno de ellos es el 2011 (3,2 mil millones). La peculiaridad de 2011 es que, además, tuvo balanza virtualmente equilibrada en este rubro, ya que la salida de divisas ese año por “Viajes….” fue también de 3,2 mil millones. En aquel año, el tipo de cambio del peso contra la canasta de monedas se encontraba en un nivel, en términos reales, no muy diferente del actual. Hay que advertir, de todos modos, que las mediciones tradicionales de tipo de cambio real pueden estar sobreestimando la competitividad actual de la economía argentina, ya que para esos cálculos se utiliza la serie del Indice de Precios al Consumidor como deflactor.

En función de estas evidencias, entendemos que resulta conveniente explorar, en términos técnicos, una reforma del régimen actual por el que se liquidan las operaciones de cambio vinculadas a las tarjetas de crédito/débito, tanto para los plásticos de residentes locales como para los de extranjeros que adquieren bienes y servicios en el país.

Si esas operaciones, por ejemplo, se liquidaran a través del CCL, no se advierten riesgos de desequilibrios en la cuenta viajes, más bien la posibilidad de cierto superávit. Desde el punto de vista de los tenedores locales de plásticos, el “dólar tarjeta” podría estar inicialmente algo por encima del “dólar solidario”, pero la gran diferencia estaría dada por el hecho que los extranjeros de países vecinos dejarían de tener incentivos a operar en el mercado informal, y los extranjeros del resto del mundo dejarían de estar penalizados en su poder adquisitivo, al dejar de utilizarse el tipo de cambio comercial para estas operaciones. Esto podría aumentar la oferta de dólares en este segmento, si las operaciones se hicieran con tarjetas emitidas en el resto del mundo.

De hecho, actualmente el Banco Central está interviniendo en el mercado cambiario “CCL”, a través de la venta contra pesos de títulos públicos en el mercado (AL30) y su recompra con dólares de las reservas. Entendemos que establecer un mercado para el “dólar tarjeta”, en el cual intervendrían entidades bancarias y operadoras de plásticos, le daría mayor volumen y profundidad al mercado CCL, con todas las ventajas que esto implica para el manejo de la política cambiario/monetaria.

Por Jorge Vasconcelos, Guadalupe Gonzalez y Marcos O`Connor
Fuente: IERAL