Como no estamos viviendo la vida que queremos, acá andamos, esquivando juntos los grititos impotentes del señor que asegura ser presidente; las lisonjas del otro señor que bajó desde Tucumán con aires de salvador por hacer levantar a los porteños a las 7 de la mañana y regalar medialunas a los periodistas; las rabietas de la señora que le hizo creer a todos que es importante y dueña de los votos hasta que hay una votación y se termina el embrujo; las prácticas gastadas del regalo de la bicicleta y las garrafas.

Acá andamos, esquivando y zafando de la vida que nuestra propia impericia a la hora de elegir dirigentes nos infligió.

Acá andamos, aprendiendo.

La vida que queremos es que un viernes una familia que vive en Ushuaia se tome un avión, llegue a Córdoba, ahí toma otro avión y en horas llegue a Salta para visitar a su familia o comerse unas empanadas y el domingo a la noche ya esté de vuelta en el sur. Y que no necesite ser un jeque árabe para ese viaje.

La vida que queremos es que ningún docente del interior chaqueño le exija al gobernador de la provincia que de la canilla de la escuela salga agua bebible, porque es obvio que para eso están las canillas, que para eso están las escuelas, que para eso están los gobernadores.

La vida que queremos es una en la que Margarita Barrientos cierre sus comedores no por falta de dinero, despreocupación y venganza del gobierno sino por falta de comensales.

La vida que queremos no incluye de ninguna manera a ningún funcionario usando los bienes del estado para beneficio propio, como cierta señora conocida como jefa de una asociación ilícita que se sube a un avión de YPF para ir a descansar a su lugar en el mundo, como si le correspondiera, como si lo mereciera, como si no nos diéramos cuenta.

La vida que queremos tiene las universidades con clases presenciales. Y si no tienen clases presenciales, los centros de estudiantes hacen marchas y reclamos permanentes a las autoridades. Porque ése es su trabajo, ésa es su motivación y si no lo hacen, no tienen razón de existir. Esa es la vida que queremos.

La vida que queremos es la de los jóvenes que se van del país porque quieren, no porque no les queda otra.

La vida que queremos no incluye fallos a favor de la libertad de prensa, porque a ningún funcionario se le ocurriría demandar a un periodista por sus opiniones.

En la vida que queremos las bicicletas son símbolo de libertad, no de clientelismo.

En la vida que queremos todo argentino tiene garantizado su derecho a entrar, salir o permanecer en el territorio de su país cuando se le cante, como se le cante, sin tener que justificar nada.

La vida que queremos tiene a los delincuentes presos, a los políticos presos sin privilegios y no hay presos políticos ni persecución a nadie por sus ideas.

La vida que queremos es eso que se consigue con el esfuerzo y el ¡caramba! mérito de cada uno; donde no hay un papá que nos quiebre las piernas para regalarnos muletas en su enorme bondad.

En la vida que queremos quien nos iguala y nos da oportunidades es la educación, no la dádiva del poderoso.

En la vida que queremos nadie mata al que mata por un celular porque nadie mata por un celular.

En la vida que queremos la dignidad se da por descontada, a nadie se le ocurre hablar de “platita”. Y si se le ocurre, es abominado en las urnas.

La vida que queremos es el mapa en donde cada uno escribe su proyecto personal y el género es sólo un dato más.

En la vida que queremos vivimos en un país respetuoso de los demás países democráticos y en constante pugna con los que no lo son, siempre denunciando los atropellos de las dictaduras; un país que critica y censura especialmente a las autoridades de las naciones americanas, las de Cuba, Venezuela y Nicaragua. Y ni se le ocurre hacer negocio con esos dictadores. Y le abre especialmente las puertas a los hermanos de esas naciones que vienen escapando.

En la vida que queremos nadie pierde el tiempo porque una manifestación corta la circulación en una calle creyendo que su derecho es más derecho que los derechos de los demás.

En la vida que queremos los chicos terminan el colegio primario leyendo y entendiendo todo lo que leen.

En la vida que queremos los chicos no dejan el colegio secundario por ninguna causa.

La vida que queremos tiene sindicatos que no son partidarios, los sindicalistas no son millonarios y los trabajadores no tienen obligación de pagar cuotas altísimas por beneficios que no reciben.

En la vida que queremos a los fitosanitarios no se les dice agroquímicos y nadie desprecia a la mayor fuente de ingresos del país. Es más, en las escuelas se enseña el valor del campo como generador de empleo, creador de riquezas y avanzada tecnológica.

En la vida que queremos los minerales se extraen con el menor perjuicio para la naturaleza y eso beneficia a todos; no seguimos sentados arriba de fortunas intocables por desinformados y obtusos ecologistas que no modernizaron sus libros en últimos cien años.

En la vida que queremos los jubilados saben exactamente cuánto cobrarán, sin depender de la buena voluntad o las necesidades electorales de los gobernantes. Y como es su dinero, a mayor contribución, mayor retribución.

En la vida que queremos los funcionarios son responsables en el gasto del dinero de todos, son austeros en las formas y honran las deudas, tratando de conseguir siempre las mejores condiciones de pago y sin jamás patear todo para adelante, haciendo crecer los intereses y empeorando cada vez las condiciones de los acreedores.

Se puede tomar un tren rápido, seguro y limpio en la vida que queremos.

Los colchones se compran al contado, las casas en cuotas durante años en la vida que queremos.

La vida que queremos no tiene chatarreros recorriendo las ciudades al grito latoso de “colchonecalefoneropaviejaloquetengaseñora” destrozando la paz hogareña cuatro veces por tarde, porque a nadie se le ocurre hacer negocio con un calefón viejo y nadie necesita comprar un calefón destrozado.

En la vida que queremos uno sale de su casa y vuelve a su casa que sigue siendo su casa, sin miedo a que se la usurpen y comience un calvario burocrático que lo hará perder años. Y la casa.

En la vida que queremos los mapuches son mapuches, los mormones son mormones, los punteros políticos no existen y a nadie se le ocurre tomar tierras en nombre de ancestros que no existieron. Mucho menos violentamente. Y si a alguien se le ocurre, el Estado funciona como tal, protegiendo a los verdaderos dueños sin chirimbolos ancestrales artificiales.

En la vida que queremos el Estado no duda un segundo en ponerse del lado de los usurpados contra los usurpadores. Siempre.

Si un intendente admite públicamente que se usan ambulancias municipales para transportar drogas, es automáticamente relevado de su cargo, la prensa sigue el caso hasta el fin y a nadie se le ocurre volver a votarlo en la vida que queremos.

En la vida que queremos no hay que defenderse de los trapitos porque no hay trapitos, son gente que recuperó su dignidad a través de un trabajo.

En la vida que queremos con nuestra plata bien habida -después de pagar los impuestos que deben volver al pueblo en obras y no terminar en un juicio por enriquecimiento ilícito que será cerrado por un juez enriquecido ilícitamente- hacemos lo que queremos sin que nadie tenga el mínimo derecho a preguntarnos, enjuiciarnos o prohibirnos el derecho de comprar lo que se nos cante.

En la vida que queremos los únicos que dicen “cepo” son los niños de tres años que todavía no saben decir “sé”.

A nadie le falta su medicación oncológica o su tratamiento, en la vida que queremos.

En la vida que queremos la Oficina Anticorrupción se dedica a combatir la corrupción, no a ocultarla.

No hay cepo para importar el producto que sea en la vida que queremos porque Argentina es un país que está en el mundo y como tal, le compra y le vende, sin prejuicios, sin recelos, sin absurdos.

En la vida que queremos los empresarios salen al mundo con productos de calidad, con diseños propios, con creatividad argentina, compitiendo, sin esperar el contratito estatal que los salve, el tongo con el municipio, la gobernación o la nación.

En la vida que queremos el embarazo de la primera dama es una noticia de las revistas del corazón y los programas de chimentos, no de la primera plana de los diarios o los análisis políticos.

Los ministros no sarasean, a nadie del gobierno se le ocurre hablar de “gente de bien”, ningún gobernador dice “pone a uno que los escuche y después hacemos lo que queremos” en la vida que queremos.

En la vida que queremos se habla de política en las escuelas, se escucha a los alumnos, se debaten ideas, no personas y mucho menos se adoctrina. Bueno, en realidad, en la vida que queremos hay escuelas y no dan lástima.

En la vida que queremos quienes decretan las leyes o los DNU son los primeros que las cumplen. Y si no lo hacen, jamás se les ocurriría decir que es mentira. Y si lo hacen, jamás se les ocurriría echarle la culpa a sus parejas. Y si lo hacen, jamás se les ocurriría decir que después de todo, no perjudicaron a nadie. Y si lo hacen, jamás se les ocurriría elegir el juez que los juzgue. Y si lo hacen, jamás se les ocurriría exigir que todos se olviden de lo que ocurrió, dándolo por terminado porque sí.

En la vida que queremos en los supermercados hay muchísimos productos en competencia, de todo el mundo, y cada góndola está acomodada como el dueño de local cree conveniente.

En la vida que queremos entramos al banco que queremos en el momento que queremos.

El pasado es pasado en la vida que queremos.

El futuro es la ocupación y la preocupación en la vida que queremos.

En la vida que queremos la educación de los chicos es más importante que el adiestramiento del perro del presidente.

El presidente tiene más poder que la vicepresidenta en la vida que queremos.

En la vida que queremos la familia y los amigos se hablan, se quieren, discuten y polemizan pero no llegan a defender a líderes políticos tanto como para hacerse daño y romper relaciones de año. Almuerzan todos juntos los domingos, si eso es lo que quieren, y se termina cantando. Y es asado, no polenta. A menos que alguien quiera polenta.

No hay actores que terminen sus obras de teatro y después de los aplausos le inflijan su ideario político al público en la vida que queremos.

Los intelectuales son intelectuales, discuten y argumentan, son libres y no dependen del líder esclarecido, pueden enfrentarlo y oponerse, si lo creen necesario; marcan errores y aciertos y desprecian a los acomodaticios en la vida que queremos.

Los artistas son sensibles y jamás usarían su arte para conseguir alguna prebenda gubernamental en la vida que queremos.

Se respeta la división de poderes en la vida que queremos.

Nadie usa su cargo para huir de la justicia en la vida que queremos.

Las empresas no se van, vienen a la vida que queremos.

Vamos a Ezeiza a recibir a los que se fueron en la vida que queremos.

Los diputados no chupan las tetas de sus amantes durante las sesiones en la vida que queremos.

No se ocultan muertos de las inundaciones en la vida que queremos.

No se chapalea sobre la sangre de los fiscales asesinados en la vida que queremos.

En la vida que queremos la AFI no filtra los datos de los espías poniendo en peligro sus trabajos, sus vidas y las de su familia.

En la vida que queremos hay agua en Caleta Olivia y no se mueren deshidratados los chiquitos wichís en Salta.

En la vida que queremos nuestros amigos y familiares siguen vivos porque llegaron las vacunas a tiempo, las mejores, las dos dosis.

Los gobiernos no inauguran obras de gobiernos anteriores como si fueran propias en la vida que queremos. Es más, no entregan casas como si fueran regalos pagados de sus bolsillos. Y nadie los vuelve a votar jamás en la vida que queremos.

Si el país gana una vidriera internacional tan importante como la Exposición Mundial de 2023, no renuncia a ese logro en la vida que queremos.

En la vida que queremos uno va a la farmacia, la ferretería, la vinería o cualquier negocio a buscar un producto y sabe que se lo va a encontrar. A un precio razonable.

En la vida que queremos Gildo Insfrán, Gerardo Zamora y Alicia Kirchner están obligados a vivir como un formoseño, un santiagueño o un santracruceño promedio.

Tu trabajo no depende de tu ideología en la vida que queremos.

Para entrar a trabajar al Estado hay que ganar un concurso limpio y es totalmente irrelevante estar o no afiliado a la Cámpora en la vida que queremos.

A la oposición no se le va la vida en conseguir fiscales para las elecciones en la vida que queremos, porque a nadie se le ocurre hacer fraude y porque con boleta única, eso es imposible.

Las chicas de izquierda no escupen a la gente por más detestable que le resulte, simplemente porque no se escupe a la gente en la vida que queremos.

Los músicos prestigiosos no van a cantarle el feliz cumpleaños a las funcionarias en plena pandemia en la vida que queremos.

Las organizaciones de derechos humanos defienden los derechos humanos en la vida que queremos.

En la vida que queremos no se roban las vacunas, no se privilegian los negocios propios por sobre la salud pública.

La vida que queremos es la vida que haremos porque una cosa que aprendimos, con dolor, con sacrificio, con años, es que la vida que queremos no es un regalo.

Es un premio.

No será fácil.

No será regalada.

Pero vendrá. Porque es la vida que queremos.

Estamos en la hora oscura pero nadie detiene el amanecer.

Estaremos juntos cuando salga el sol.

Por: Osvaldo Bazán
Fuente: El Sol