El INDEC informó ayer una caída del PIB de 10.2% anual en el tercer trimestre, y la proyección del año es una caída de 10.6%. La economía argentina se encuentra en un proceso de decadencia, sintetizado en la evolución de largo plazo de su Producto Interno Bruto. Difícil precisar "desde cuando", a veces la fecha de inicio es subjetiva y depende de posiciones ideológicas que nos identifican un poco más con una visión político-económica que con otra. En mi lectura, la decadencia comenzó en 2002, con el fin de la última estrategia productivista, de modernización e integración al mundo, la Convertibilidad (por errores propios!). Desde entonces, se fueron consolidando políticas y un imaginario colectivo intervencionista, estatista, redistributivo, con más presión tributaria para financiar un siempre creciente gasto público social, que a la fecha se sigue incrementando. A pesar del crecimiento 2004-2007, no sólo sostenido por factores exógenos, sino que consolidando las bases de las políticas redistributivas que no promueven la inversión ni el empleo privado. De esta manera se profundiza la decadencia, porque en lugar de promover la inversión privada y el empleo formal, se promueve más Estado, más empleo público y más asistencialismo, con más impuestos. La estanflación 2012-2019 es parte del proceso, pero con una inflación que desde 2018 promedia el récord mundial de 50% anual (salvo claro está Venezuela) y el año próximo sería de 50 y pico.

Es difícil admitir una decadencia. Es como evaluar el sistema educativo argentino: el sistema es "malo", pero el colegio donde asisten mis hijos es "muy bueno". La clase política y dirigente reniega de diagnósticos de este tipo, pero la caída del PIB per cápita, la suba de la pobreza y la inequidad, la crisis educativa, la emigración de jóvenes, y sobre todo, la crisis de valores, quedan sintetizadas, decimos los economistas, en la performance del ciclo económico (PIB) en el largo plazo.

Por Ernesto A. OConnor