Es cierto que, actualmente, el sistema parece estar a punto de transformarse, pero no como Keynes esperaba. Se suponía que el destino de la Generación Z sería relajarse en una vida de ocio y creatividad. En cambio, parece que va enfrentarse a una etapa de salarios estancados y de crisis ecológica.

En un famoso ensayo de principios de la década de 1930 titulado Las posibilidades económicas para nuestros nietos, Keynes imaginó el mundo dentro de 100 años en el futuro. Predijo distintos fenómenos que se avecinaban, como la automatización del trabajo (a la que denominó “desempleo tecnológico”). Pero creía que esos cambios eran síntomas de progreso hacia una sociedad mejor, hacia la liberación colectiva del trabajo. Le preocupaba que la transición a este mundo sin trabajo pudiera ser psicológicamente difícil, por lo que sugirió que las jornadas laborales de tres horas podrían servir como programa de transición, lo que nos permitiría posponer la profunda pregunta de qué hacer cuando no queda nada por hacer.

Los nietos del título del ensayo de Keynes son los niños y jóvenes adultos actuales. La principal fuerza laboral de 2030 nació entre 1976 y 2005. Y a pesar de que las precisas predicciones que Keynes hizo sobre la tasa de crecimiento y la acumulación económica fueron sorprendentemente ciertas, el impacto de estos fenómenos sobre esta generación es muy diferente al que él se imaginó.

En vez de avanzar hacia una utopía libre de trabajo, el mundo está viviendo la desaparición de empleos como una especie de cambio climático económico. Las predicciones apocalípticas surgen mientras las comunidades pobres y de clase trabajadora son las más afectadas por los primeros impactos: el estancamiento salarial, los lugares de trabajo no regulados e inseguros, y, en EE. UU., una epidemia de adicción a los opioides. En el otro extremo, la riqueza cada vez más derrochadora no resulta menos inquietante.

¿Qué diablos ha pasado? Para descubrir por qué la Generación Z no será como Keynes predijo, tenemos que hacernos algunas preguntas fundamentales sobre economía, tecnología y progreso. Después de suponer durante un siglo que un mundo mejor aparecería por encima de todo lo que hemos acumulado, esas suposiciones parecen infundadas. La situación está empeorando.

Hace poco, como cuando tuvo lugar el primer bum de internet de hace dos décadas, todavía era posible hablar sobre desarrollo tecnológico y expansión económica como algo bueno para todos. Por ejemplo, la start-up Webvan (posteriormente ridiculizada) de entrega de alimentos, planeó combinar las eficiencias de internet y otros avances en información y logística para ofrecer productos de mejor calidad a precios más bajos, que serían entregados directamente a los consumidores por parte de los trabajadores mejor pagados y mejor formados. Era una visión unívoca y keynesiana del desarrollo: no solo todos los involucrados se benefician individualmente como consumidores, empleados o inversores, sino que la sociedad misma mejora eliminando necesidades y ascendiendo a un plano superior del ser.

Cuando Webvan se desmoronó, los analistas asumieron que eso significaba que la idea clave era irremediablemente errónea: simplemente no tenía sentido utilizar a humanos para llevar a la gente sus pedidos de supermercado. cuando se le preguntó sobre el futuro de esa industria en 2001, el profesor de Harvard Business School (EE. UU.) John Deighton dijo: “¿Entrega de alimentos a domicilio? Nunca”. Sin embargo, menos de 20 años después, puedo hacer que una de las compañías mejor valoradas del mundo (Amazon) me entregue un pedido a través de su marca de alimentos (Whole Foods) en una hora. Y si eso no es suficientemente rápido, hay varios servicios de plataforma (Instacart, Postmates y otros) a través de los cuales puedo contratar a alguien para que recoja mi pedido y me lo traiga de inmediato.

Para los consumidores, estos servicios han hecho que sus vidas sean más cómodas. Para los propietarios, los precios de las acciones y las ganancias corporativas llevan décadas aumentando. Pero como trabajadores, hemos sufrido. Atrás quedó la visión de Webvan de conductores de entregas altamente capacitados, remunerados y ambiciosos. El trato que Amazon da sus trabajadores en todos los niveles es tan intensamente explotador que los antiguos empleados han creado su propia forma de escribir. Sus informes se han convertido en ensayos en los que exponen las dificultades particulares y comunes de trabajar en esta empresa. Una parte sería una investigación del trabajador, la otra sería un diario de traumas.

Un empleado de almacén de Amazon describió el flujo de trabajo así: “La inteligencia artificial (IA) es mi jefe, el jefe de mi jefe y el jefe del jefe de mi jefe: establece el objetivo de las tasas de productividad, las cuotas de turno y la división del trabajo en el almacén… En última instancia, lo que esto significa es que no solemos hablar con las mismas personas dos veces, nos encontraremos aislados, realizaremos tareas aleatorias de un turno a otro, trabajaremos para guardar o clasificar o recoger o empacar tasas que excedan el promedio, porque nos lo dijo el supervisor y antes de eso, un programa se lo dijo a él”.

En vez de liberar a los empleados del trabajo duro, las mejoras tecnológicas refuerzan su eficiencia moldeando a los trabajadores de formas irrazonables. En todos los departamentos, los trabajadores de Amazon informan de que su ritmo de trabajo les obliga a orinar en botellas y cubos de basura. Utilizando capas de acuerdos de subcontratación, las empresas más grandes se aíslan de la responsabilidad hacia y para sus empleados con salarios más bajos. Unas investigaciones recientes sobre el envío del último kilómetro de Amazon revelan a conductores exhaustos cuyos descuidos, como era de esperar, matan a las personas. Pero en lo que respecta a la comunidad empresarial, la compañía sigue siendo ejemplar.

En todas partes, la idea de la liberación del trabajo parece un sueño. Los trabajadores que fabrican piezas de iPhone han estado expuestos a productos químicos tóxicos. El gigante manufacturero taiwanés Foxconn suele estar en el punto de mira por las malas condiciones laborales que ofrece. Los repartidores de Instacart se declararon en huelga para quejarse de los cambios que llevaron a menos propinas; dos días después, la compañía recortó sus bonificaciones (Instacart afirma que los dos hechos no están relacionados). Los empleados de la plataforma de audio Rev.com descubrieron recientemente un recorte salarial de un día para otro que significaba que Rev ahora se queda con 70 céntimos de cada euro que un cliente gasta en la transcripción de un audio, los trabajadores solo reciben 30 céntimos.

Los jóvenes estadounidenses están alcanzando la edad laboral en una economía dominada por Amazon, no por Webvan. Según el Instituto de Política Económica (EPI por sus siglas en inglés), mientras la productividad de los trabajadores aumentó un 69,6 % entre 1979 y 2019, el salario por hora solo subió un 11,6 %. “Los ingresos, los salarios y la riqueza generados en las últimas cuatro décadas no han llegado a la gran mayoría, en gran parte porque las decisiones políticas tomadas en nombre de aquellos con más ingresos, riqueza y poder han exacerbado la desigualdad”, subrayó el EPI. La diferencia entre el aumento de la productividad y el de los salarios se debe a un aumento en la explotación: los trabajadores trabajan más y ganan menos. Ese no era el plan.

Keynes y su visión política pasaron de moda cuando el fundamentalismo de laissez-faire (dejar hacer) defendido por Milton Friedman llevó a Reagan y a Thatcher al poder global. La vieja visión del futuro dio paso a una era de desregulación y privatización. Era el “Fin de la Historia”, con el libre mercado como el vehículo propio, tal vez incluso inevitable, para la naturaleza humana.

Ahora todo el mundo persigue sus intereses individuales, y juntos sumamos al mejor de todos los mundos posibles, al menos mientras el Gobierno se mantenga alejado. Este tipo de ideas se nos presentaron como si fueran hechos. Por ejemplo, la idea de que las políticas de control de rentas aumentan las rentas de manera contradictoria, que las leyes de salario mínimo perjudican los salarios aunque es algo contrario a la lógica, que lo ganado por las reducciones de impuestos llega a los trabajadores. (Las actitudes sobre el control de las rentas están más matizadas hoy en día, mientras que los aumentos del salario mínimo subieron los ingresos en el extremo más bajo. La teoría del reparto de reducciones fiscales ha sido la peor de todas; los ricos se guardan, y no reinvierten, sus rebajas fiscales). La mayoría de la gente se ha creído el bombo libertario, y cuando llegó la crisis financiera mundial en 2008, muchos se sorprendieron al descubrir que los mercados en realidad no estaban autorregulados de la manera en la que se les había dicho.

Sin embargo, los rescates posteriores dificultaron el debate sobre si los gobiernos debían interferir en el funcionamiento adecuado de la economía. Y así, los economistas volvieron a sacar las ideas de Keynes. Los países que siguieron con entusiasmo sus consejos y utilizaron fondos públicos para estimular la demanda salieron de la recesión mucho mejor que aquellos que dudaron. Cuando se echa la vista atrás, decisión de China en 2008 de inyectar un gasto de estímulo de más del 12 % del PIB parece inteligente. En Estados Unidos, tanto demócratas como republicanos se postulan para sus cargos con la promesa de propuestas de gasto de billones de dólares, no con los llamamientos bipartidistas para un presupuesto equilibrado y un gobierno cada vez más reducido que solíamos escuchar. El péndulo se balanceó y Keynes regresó.

No obstante, cambiar de Friedman a Keynes implicaba mucho más que jugar con el sistema operativo de la economía. Los dos hombres tenían ideas diferentes, no solo sobre cómo funciona el capitalismo, sino también sobre para qué sirve. Friedman y sus seguidores vieron el mercado como la maximización de la libertad del hombre individual para perseguir su propio interés y, por lo tanto, dado que la búsqueda del propio interés es simplemente la naturaleza humana, maximiza el bienestar colectivo. El capitalismo era el medio y el fin.

Keynes, por otro lado, quien fue un excelente ejemplo de la nobleza inglesa, no podía aceptar que el afán por el dinero fuera el mayor ejemplo de la virtud. Tenía que haber algo más. Para Keynes, la avaricia más peligrosa no era tratar de ganar dinero, sino mantenerlo en los bolsillos durante demasiado tiempo. La única forma de mantener el bienestar de la sociedad y el empleo era producir y consumir cada vez más, no por nuestra propia naturaleza, sino porque así es como funciona el sistema: debe crecer para sobrevivir. Pero algún día, predijo, la carrera habrá terminado, y todos podremos dejar de fingir que el capitalismo no es una forma de vida psicótica que destruye la Tierra.

Keynes esperaba con ganas el día en el que “pudiéramos permitirnos atrevernos a estimar el dinero por su verdadero valor”. Continuó diciendo: “El amor al dinero como posesión, a diferencia del amor al dinero como un medio para los placeres y las realidades de la vida, será reconocido por lo que es, una morbilidad un tanto desagradable, una de esas tendencias semi-criminales, semi-patológicas que se entrega con un escalofrío a los especialistas en enfermedades mentales”.

Para Keynes, el capitalismo no se justifica a sí mismo. El economista escribió: “Habrá clases y grupos de personas cada vez más grandes quienes prácticamente habrán eliminado los problemas de la necesidad económica”. Pero nunca identificó el mecanismo que terminaría con el juego de acumulación capitalista. Incluso si produjéramos suficientes cosas para pasar esa línea de meta, ¿cómo lo sabríamos? ¿Y quién va a hacer que los ricos compartan, o incluso simplemente que dejen de ganar más? Sabía que podíamos seguir creciendo en estas líneas solo por un tiempo, pero descartó la revolución. En cambio, pensó que los ricos harían lo correcto.

Rechazas las ideas de Milton Friedman no es lo mismo que tener razón sobre cómo funciona el mundo. Keynes pudo acertar en las predicciones de crecimiento y los ciclos económicos y la política fiscal, pero se equivocó cuando digo que el capitalismo simplemente terminaría por sí solo, la justificación básica de todo su programa se desmorona. En ese caso, toda la sociedad está atada a la escopeta en ese impulso semi-criminal y semi-patológico para consumir el futuro de antemano, sin un final virtuoso en el horizonte.

Si el espectro de la economía tradicional va de Friedman a Keynes, desde el capitalismo como un fin en sí mismo hasta el capitalismo como un medio para algo más allá, entonces lo que necesitamos ahora es una crítica de lo que ambos comparten, una crítica de la propia economía. La mayoría de esas críticas fueron encerradas y escondidas debajo de la alfombra a finales de la década de 1980 y principios de la década de 1990, pero no desaparecieron.

El crítico más famoso e influyente de la economía sigue siendo Karl Marx. Keynes no tenía muy buena opinión sobre él. En las reflexiones del economista británico sobre su visita a la Rusia soviética en 1925, se negó a nombrarlo, haciendo referencias puntuales a los judíos “avariciosos”. Pero el comunista que no se nombró tenía una visión diferente para el futuro del desarrollo económico.

La “tesis del empobrecimiento” de Marx es una idea bastante fácil de resumir: dado que los capitalistas ganan dinero con cada hora de trabajo de los empleados, se volverán cada vez más ricos con el tiempo, mientras que los trabajadores no lo harán porque están demasiado ocupados ganando dinero para los capitalistas. La marea alta solo mueve grandes barcos; todos los demás tienen que nadar.

Marx pensó que, si la tecnología redujera la necesidad de trabajo, los trabajadores simplemente tendrían que trabajar más tiempo, más duro, con más eficacia o en otras cosas. La tecnología crearía una población de desempleados desesperados que podrían trabajar fabricando artículos de lujo, para lo cual habría un mercado cada vez mayor, aunque solo crecería en términos de dinero, no en términos de la cantidad de personas suficientemente ricas para comprar. En lugar de aumentar el bien común, se acumularía la desigualdad, la explotación y la miseria. Lo que los trabajadores han estado construyendo todo este tiempo es su propia subordinación, y lo han hecho bastante bien.

Después de décadas a la intemperie, incluso entre los supuestos marxistas, la tesis del empobrecimiento parece empíricamente fuerte, especialmente cuando se compara con la visión de Keynes de grupos cada vez mayores de personas que se gradúan de la carga de la necesidad económica en el paraíso del ocio a tiempo completo o con la creencia de Friedman de que una mayor riqueza en las capas altas de la sociedad se convierte en mayor riqueza para todos.

Y Marx vio que no solo se aprovechaban de los trabajadores: “Todo progreso en la agricultura capitalista es un progreso en el arte no solo de robar al trabajador, sino de robar al suelo. Todo progreso en el aumento de la fertilidad del suelo durante un tiempo dado es un progreso hacia la ruina de las fuentes duraderas de esa fertilidad”. El ambientalismo no era un principio básico del pensamiento de Marx, pero a diferencia de los economistas, entendió intuitivamente que la producción extractivista tenía límites naturales. La única respuesta para esta especie en este planeta es descartar toda forma de producción, con sus trabajadores y capitalistas, sus ciudades y áreas rurales, sus grandes montones de cosas y su globo vacío.

A medida que nos acercamos a 2030, el año en el que el capitalismo debía terminar, el momento en el que debíamos avanzar y elevarnos, las predicciones no parecen optimistas. En octubre de 2018, el Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático concluyó que es probable que el calentamiento global alcance 1,5 ° C entre 2030 y 2052 si las temperaturas continúan subiendo al ritmo actual. En el caso de que alcancemos esa cifra, los expertos predicen una subida del nivel del mar de entre 26 y 77 centímetros, un rápido aumento en la extinción de especies, cientos de millones de personas más con escasez de agua y alimentos, y un constante nivel extremo de las condiciones climáticas que la especie humana moderna nunca ha vivido. Hemos estado acumulando no solo riqueza, sino también desastres.

Una señal de protesta en la huelga climática juvenil lo expresó resumidamente: “Ellos morirán por la vejez. Nosotros moriremos por el cambio climático“. Los niños de hoy nunca tuvieron la oportunidad de creer en una simple narrativa de progreso. La joven líder del movimiento, Greta Thunberg, llevó el mensaje ecogeneracional a la Cumbre de Acción Climática de las Naciones Unidas: “La gente está sufriendo, la gente está muriendo, ecosistemas enteros están colapsando. Estamos en el inicio de una extinción masiva y lo único de que hablan ustedes es de dinero y de cuentos de hadas del crecimiento económico eterno. ¡Cómo se atreven!”

El grupo de gente joven de todo el mundo al que representa Thunberg no tiene más remedio que establecer nuevos estándares para el bienestar social, estándares más allá del crecimiento del PIB. Debemos sacar el carbono de la atmósfera y los plásticos del océano, mantener el petróleo en el suelo y conservar las especies no domesticadas que aún quedan con vida. Cualquier otra cosa será un fracaso catastrófico. Los jóvenes parecen estar a la altura del desafío, e incluso si la prensa ha exagerado a veces, la afinidad de la generación del milenio y de la generación Z por el socialismo es real. Ha pasado más de una década desde la crisis de 2008, y Estados Unidos se encuentra en la expansión económica más larga de la historia, pero, cada vez más encuestas muestran que la política de izquierda perdura dentro de la cohorte más joven. Una encuesta de YouGov encontró que el apoyo al capitalismo entre los estadounidenses menores de 30 años cayó del 39 % al 30 % entre 2015 y 2018: 14 puntos porcentuales por debajo de la media y 26 puntos por debajo de la cifra para las personas mayores.

Los jóvenes reconocen que el capitalismo se ha dedicado a explotar recursos humanos y naturales en lugar de construir una sociedad mejor. En vez de una mera reacción al colapso de la vivienda y al calentamiento global, podemos ver una comprensión profunda y emergente. Para sorpresa de todos, los nietos de Keynes se han convertido en marxistas.

Cuando Keynes escribió que esperaba “el mayor cambio que haya ocurrido en el entorno material de la vida para los seres humanos en conjunto”, se refería a nosotros, ahora. Y parece que tenía razón al menos en un sentido. El destino de nuestra especie, y de muchas otras especies, en realidad, pende de un hilo.

Aunque la conclusión final de Keynes parece poco realista en este momento, hay algo en lo que su predicción de 1930 no fue totalmente errónea. Además de calcular la tasa de crecimiento más o menos correctamente, Keynes creía que seríamos el grupo generacional que acabaría con el capitalismo. Se suponía que el sistema no sería sostenible más de 500 años. En cierto nivel de desarrollo tecnológico y acumulación de capital, el capitalismo se convierte no solo en explotación o incluso genocidio (algo demostrado desde hace mucho tiempo); sino que resulta difícil conciliarlo con la humanidad misma.

Al igual que el fútbol americano, donde el aumento del tamaño y la fuerza de los jugadores ha hecho que el daño cerebral sea casi seguro en los niveles más altos del juego, la producción capitalista se ha convertido en un peligro objetivo para toda la sociedad humana.

De una forma u otra, es probable que la fuerza laboral de 2030 sea la última cohorte verdadera del capitalismo de mercado. Resulta difícil predecir qué vendrá después, pero tendrá que ocurrir muy pronto. Los nietos de los que habló Keynes ya llevan un tiempo por aquí. Independientemente de si logramos comprender de antemano qué significa eso, algo nuevo ya está aquí.

Fuente: Tynmagazine