El primer discurso de un presidente ante la Asamblea Legislativa, fue el de Urquiza, en 1854, el primero de los 138 pronunciados hasta hoy, durante gobiernos constitucionales. Tradicionalmente, en estos discursos, los presidentes escribían para la historia. Manifestaban la visión que querían fuera registrada de ellos en el futuro.

En las últimas décadas, la coyuntura fue cada vez más importante. En este caso, siendo el primero de su mandato y a 81 días de haber asumido, el presidente Alberto Fernández no tiene demasiado espacio para hacer un balance de su gestión.

Por eso, al hablar del pasado, tuvo la posibilidad de explicar su crítica a la gestión que lo precedió. Lo hizo con eficacia, al centrarla en el exceso de endeudamiento. Es una visión sin ideología. Es que el orden fiscal exige la razonabilidad de la deuda,

Alberto Fernández puso el centro de gravedad en el plan contra el hambre, donde puede mostrar resultados. Casi un millón de tarjetas alimentarias ya distribuidas. Respecto a la inflación, los resultados son más discutibles. Para la gente, entre la deuda y la inflación, lo último es la prioridad.

Hacia el futuro, aparecen los propósitos en diversas direcciones: la reforma de la Justicia, con la intención de reducir el poder de la actual justicia federal, con un máxima que se pondrá a prueba, al decir que se debe terminar con la designación de "jueces amigos"; el aborto legal, sin cerrar la puerta a eventuales normas que lo regulen con un criterio más restrictivo del que hoy reclaman los "verdes"; en inteligencia, la apertura de los archivos de la AMIA y la restricción a las facultades "operativas"; en la cuestión Malvinas, proyectos que tienden a "endurecer" la posición argentina en el conflicto; en economía, varios proyectos que van en dirección a una mayor regulación; en lo institucional, la creación del Consejo Económico Social, con integrantes designados por un período mayor a un mandato presidencial y designados con acuerdo del Senado.

En lo político, pocas alusiones a la cultura peronista. A la oposición, críticas, pero también elogios, como el apoyo a la renegociación de la deuda. En lenguaje, enfático en el decir pero moderado en las palabras elegidas para comunicar. Para la seguridad, la prioridad estuvo en la intención de reforzar la justicia de Santa Fe y en particular de Rosario, para luchar más eficazmente contra el narcotráfico. Para las Fuerzas Armadas, el ascenso post-mortem para los 44 submarinistas del ARA San Juan. En lo internacional, la mención a los cinco países que visitó en su reciente gira.

Entre lo que faltó. No surgió un menaje claro que promueva la inversión en los cuatro sectores claves de Argentina para producir y exportar: el campo, la energía, la minería y la tecnología. Se anunciaron normas e intenciones, pero es difícil que alcancen para volcar las decisiones de inversión que el país necesita con urgencia para reactivar la economía.

La corrupción, como problema, no tuvo la prioridad que tiene para el grueso de la opinión publica. El Presidente prefirió referirse a la "honestidad" del lenguaje, como el gran pecado de la política.

No hubo un mensaje claro hacia los medios y enfático en cuanto a la libertad de prensa.

Puede discutirse si fue el discurso de un estadista o no. Pero no cabe duda que fue el mensaje de un político realista, consciente de las dificultades que enfrenta y mostrando decisión para enfrentar los problemas.