Fernández deberá toparse con un problema inicial: el tipo de cambio en $60 que él mismo pidió lucirá en un nivel en términos reales similar con el que se impuso el cepo de Cristina Kirchner. Un nivel que ya empezará a parecer atrasado.

Devaluar desde ese nivel suena difícil: no es la economía del 2003, el nivel de empleo y los derechos sociales tácitos adquiridos durante el período transcurrido entre esa fecha hasta la actualidad parecen incompatibles. La espiral inflacionaria sería insoportable.

No quiere decir que no se pueda hacer, pero tendría que hacerse con mucha fuerza. Incluso, esa devaluación, con una contracción del gasto público, quizás solo Cristina lo puede hacer por la legitimidad de su mandato en términos de respaldo en las urnas.

Por lo tanto, nos queda la opción de que el tipo de cambio se aprecie en términos reales. Para ello hay dos vías. La primera es que sea producto de una apreciación: quizás cubrir el déficit fiscal con deuda externa dado que el ahorro interno parece canalizarse a formación de activos externos (dolarización), pero no creo que los mercados estén abiertos en un contexto de reestructuración de la deuda.

Quedará la última alternativa, apreciarse pero vía un tipo de cambio que sube por debajo de la inflación. El problema con este modelo es que es muy atractivo políticamente y poco sostenible en términos económicos.

Lo atractivo políticamente hablando es que el salario en dólares empieza a crecer, el poder de compra comienza a mejorar y la sensación de que la economía se pone en marcha es percibida por el público. Lo malo, en términos económicos: seguimos perdiendo competitividad.

Nos hacemos un país caro en dólares y se vuelve al punto de partida: empeora el costo laboral unitario. En ese caso, los controles de cambio se deberán profundizar y el déficit, quizás financiado con emisión, sumado a una restricción de importaciones, nos da como resultado una inflación alta y persistente y los controles de cambio se deberán acentuar.

Ese último modelo de apreciación real solo se puede aplicar y ser sostenible si al mismo tiempo los términos de intercambio suben en forma continua. Algo que podría ayudar en términos de la política monetaria expansiva de la Fed, pero que lejos está de ser el auge de la soja de los 2000.

Nuevamente, habrá que ver si prima una mirada de largo plazo o solo gobernar al país con un mandato ‘á la Argentina’. Muchos apuestan a la última, pero creo que hay espacio para la duda aún. Quizás de una vez por todas se sincere a la sociedad cual es nuestro nivel de productividad o nuestro costo laboral en dólares y cedan, pacíficamente y sin una mega crisis de por medio, las demandas sociales.

Fuente: El Economista