Al momento de decodificar la idiosincrasia de la sociedad argentina, así como sus complejidades y desafíos, uno de esos números podría ser el siguiente: el 80% de los argentinos se ven a sí mismos como integrantes de la clase media.
Desde el punto de vista técnico, de acuerdo con su nivel educativo y laboral, solo el 45% está en esa clase. Gran parte de las aspiraciones, los deseos, la memoria, los temores, las ansiedades, las conductas y los vaivenes de nuestro humor social puede explicarse a partir de este dato. El estilo de vida de clase media, tanto real como simbólico, es parte del adn nacional.
El presidente Mauricio Macri ha dicho que la Argentina necesita crecer de manera consecutiva durante 20 años para poder erradicar la pobreza. Y, además, que ese es el punto nodal de la visión estratégica que guía y ordena a su gobierno: crecer durante dos décadas de manera sustentable, creando empleo de calidad y reduciendo progresivamente la vulnerabilidad de millones de ciudadanos.
En 2017 la economía se expandió 3% y la pobreza se redujo del 32,2% en el segundo trimestre de 2016 al 30,3% en el segundo semestre de aquel año, y luego a 28,6% en el primer semestre 2017, de acuerdo con los datos del Indec. Como muestran las cifras, los niveles aún son altísimos y el proceso de mejora, en caso de ser exitoso, sería lento, arduo y paulatino.
Latinfocus Consensus Forecast releva las proyecciones de más de 30 economistas y bancos, tanto locales como internacionales, cada mes. En el informe de enero de 2018 el consenso prevé que la Argentina crecerá otro 3% este año y luego lo hará a un ritmo aún mayor entre 2019 y 2022.
Articulando estos tres ejes de análisis bien vale la pena imaginarnos cómo
podrían ser ese país y esa sociedad si se lograra cumplir el plan. Es decir, una
Argentina 2037 que, luego de haber expandido su economía un 3% promedio anual,
ya no tenga habitantes en condiciones de extrema fragilidad. Ese país tendría un
producto bruto interno 80% superior al de 2016, lo que a un tipo de cambio
constante implicaría pasar de 545.000 millones de dólares a casi un billón.
Definitivamente un mercado potencial más que atractivo.
Este pensamiento puede ser visto como una utopía, por naturaleza inalcanzable. Y, además, como un sinsentido dada la enorme aversión de la Argentina a pensarse a largo plazo. Lo sé. Y es justamente por eso que, entiendo, vale la pena hacer el ejercicio intelectual de visualizar lo aparentemente imposible. Sobre todo cuando estamos ingresando en el ya tradicional ciclo de tensiones, debates, protestas y marchas que desde hace varios años marcan el inicio del "año real" en nuestro país. Se discuten los nuevos acuerdos salariales, la gente ingresa en el momento "precios nuevos/sueldos viejos" y es lógico que crezca la conflictividad. En este período, que hace pico en los meses de marzo y abril, la agenda se torna más cortoplacista que nunca. Son meses que se viven minuto a minuto. Instancias en las que, aun con todas las dificultades, puede ser útil no perder la perspectiva.
Cuando en Consultora W y Almatrends indagamos en profundidad qué país sueñan los argentinos para 2020, un futuro bastante más cercano, nos encontramos con anhelos quizás menos grandilocuentes de lo que muchos podrían suponer. La gente desea tranquilidad, estabilidad para poder proyectar su propio futuro y el de su familia, previsibilidad y orden. Naturalmente no todos coinciden en si estamos yendo hacia allí o no, pero en lo que sí están de acuerdo es en el imaginario.
Una primera lectura podría llevarnos a pensar que, para ser un sueño, es poco ambicioso. Sin embargo, creo que eso es un error. En primer lugar, la tranquilidad, la previsibilidad y la sustentabilidad han escaseado en nuestra historia caracterizada por la "ciclocrisis". En segundo lugar, un cuerpo social que ganó estructura a partir de la movilidad ascendente -pasamos de 10% de clase media en 1870 a 40% en 1947, según los estudios de Gino Germani, y llegó a ser más del 70% en 1974, de acuerdo con la primera medición del Indec- vive en una permanente dualidad que así como lo entusiasma, lo angustia. Quien está en "el medio" mira simultáneamente hacia arriba y hacia abajo. Con lo cual la sustentabilidad no es un tema menor. Y, finalmente, quizás haya una sabiduría escondida en ese sueño que, en apariencia, tiene escasa ambición.
Al mirar el mundo hoy, lo que sobran son problemas y conflictos. Especialmente en los países desarrollados. Sin ser perfecta, ni mucho menos, hay una cultura que parecería tener una fórmula algo más adecuada para alcanzar una buena calidad de vida en el siglo XXI: la nórdica. Dinamarca, Suecia, Finlandia y Noruega se ubican en general entre los diez primeros países en muchos rankings. Desde los que miden la felicidad de los ciudadanos o la calidad de la educación hasta los que evalúan la equidad en la distribución de los ingresos.
Los suecos acuñaron un término que revela su secreto: lagom. Esta palabra define su cultura. Y no tiene una definición exacta. Pero sí se acerca a la idea de lo adecuado, lo que resulta suficiente, lo moderado, lo que es equitativo. "Ni poco ni mucho, lo justo". Aquello que, sin ser lo mejor ni lo más caro, es suficientemente bueno. Incluso no hay un único lagom, dado que las distintas personas pueden tener diferentes visiones sobre cuánto es mucho o poco. Lo que hay es una concepción lagom que abarca desde la manera de alimentarse hasta la de cuidar la salud, usar el dinero, trabajar, consumir, descansar, respetar la naturaleza y decorar sus casas. La reconocida tienda IKEA, de origen sueco, que ha hecho del diseño accesible un mantra de su propuesta de valor, es una expresión tangible de la filosofía lagom.
Tal vez ese país utópico de 2037 tenga en esta idea tan lejana un punto de encuentro con ese deseo profundo de nuestro ADN: recuperar masivamente un estilo de vida de clase media. Y tener la tranquilidad de que eso será sostenible en el tiempo.