Es que al postulante presidencial de Pro sus rivales siempre buscaron asociarlo con la década del noventa y la economía que signó el período menemista.

La presencia electoral de Scioli, quien debe el inicio de su carrera política al ex mandatario riojano, obliga a enfocar la campaña del oficialismo contra Macri hacia otro lado.

Los mensajes de Scioli y de Macri tienen no pocos puntos en común con la campaña que condujo a Menem a la Casa Rosada en 1989. La propuesta económica del entonces gobernador de La Rioja se resumía en dos consignas: revolución productiva y salariazo. Ni la reforma del Estado, ni las privatizaciones, ni la ley de convertibilidad que llegaría bastante después figuraban en su guión electoral, al tiempo que el nombre de su ministro de Economía era uno de sus secretos mejor guardados. Hoy ni Scioli ni Macri se animan a decir qué harán concretamente para vencer las presiones inflacionarias, el fuerte déficit fiscal y la falta de inversiones. Tampoco revelan quién tomará las riendas del Palacio de Hacienda. La imaginación de los operadores económicos supera todavía cualquier plan de los candidatos.

La pelea electoral parece resumirse en la discusión entre cambio y continuidad. Es la cuestión que en estas horas más apasiona a los analistas de opinión pública y desvela a los asesores de campaña.

Los números no difieren demasiado al segmentar al electorado entre los partidarios del cambio y los que prefieren la continuidad, pero sí las interpretaciones acerca de quienes parecen estar en el medio. De acuerdo con la última encuesta nacional de Management & Fit (2400 casos, relevados entre el 22 y el 26 de junio), el 36,1% de la ciudadanía preferiría que el próximo presidente cambiara el modelo por completo y el 27,9%, que profundizara el modelo actual. Pero el problema reside en el 33,2% que querría que el futuro gobierno combinara continuidad y cambio del modelo.

Un análisis fino de este último tercio de la población señala que casi el 60% privilegia la continuidad del modelo cambiando algunas políticas, en tanto que algo más del 40% prefiere el cambio del modelo manteniendo algunas políticas.

Otro sondeo, concluido el 27 de junio entre 1800 personas relevadas telefónicamente en todo el país por la consultora González y Valladares, indica que el 23,2% de la población se define como kirchnerista y el 27,4% como antikirchnerista, mientras un 45,2% se considera independiente.

De las conclusiones de ambas encuestas es fácil deducir hacia dónde apuntarán los próximos meses de campaña electoral. Todos buscarán seducir a ese electorado independiente, que mayoritariamente parece querer una combinación de cambio con continuidad. González Valladares incrementa el peso de este segmento, al estimar que el 45,4% de la sociedad busca "un cambio moderado, modificando algunas cosas, pero conservando otras".

Entender a esa porción es uno de los mayores desafíos de Macri ante cuatro señales de alarma que advierten sus colaboradores:

La primera es que los niveles de aprobación de la gestión de Cristina Kirchner han mejorado desde que arrancó este año.

La segunda es que, pese a que los indicadores económicos no son buenos -en especial de cara al futuro-, buena parte de la sociedad no percibe y probablemente no perciba hasta octubre que estamos en problemas.

La tercera es la posibilidad de que algunos electores que buscan el cambio se conformen con el cambio de modales o de estilo que podría garantizarles Scioli.

La última, la que más les duele, es que una parte no menor de la sociedad no se conmueva ante el asalto a la Justicia que está llevando sin pausa el oficialismo.