El grito sacudió la planta baja entera: "¿¡Qué hace sin corbata!?" Al pasmoso respeto que el cargo de recaudador provoca entre los contribuyentes de cualquier país, Ricardo Echegaray lo ha dotado aquí de un rasgo draculesco: suele decir las cosas con buenos modales. Es raro que el jefe del AFIP levante la voz en público. Puertas adentro del organismo, sin embargo, esa flema puede interrumpirse por razones insospechadas. Por ejemplo, si este abogado con posgrados en Barcelona juzga que uno de sus funcionarios está vestido de manera informal. Entonces, el ensayo de desacartonamiento indumentario -un cuello que no aguantaba el calor, un intento de adecuarse al casual friday- será inevitablemente reprendido: "¿¡Qué hace sin corbata!?". Ha pasado y seguirá pasando.

El kirchnerismo tiene estas ironías de corte estético. El destino quiso que Echegaray quedara enfrascado en los últimos tiempos en disputas por espacios de poder con Axel Kicillof , el único ministro que va a las fotos del Grupo de los 20 sin corbata. Aquellos asesores que, hace años, cuando el economista arrancaba en Aerolíneas Argentinas, intentaban cambiarle el atuendo tuvieron que conformarse con que se dignara a usar saco desde que encabeza el Palacio de Hacienda. "Axel, no podés seguir usando ese suéter con pelotitas", aconsejaban.

Son estilos opuestos que en nada cambian el único rasgo que, en conversaciones con empresarios o funcionarios, emparenta a Echegaray y a Kicillof: a menos de un año de la finalización del mandato de Cristina Kirchner, ambos hablan de 2016 como si entonces fueran a seguir en el cargo.

Habrá que tomar en serio a Casey Wander. Como dicen en La Cámpora, el proyecto es por 50 años. Es el plan que el kirchnerismo deberá dirimir desde ahora con Daniel Scioli: quién es, dentro de un espacio político que exhibe a una jefa saliente con más de 40% de imagen positiva por primera vez en años, el verdadero dueño de los votos. A eso apuntan quienes imaginan a la Presidenta en una función legislativa. "Lo proscribieron a Perón y ahora quieren proscribir a Cristina", se anticipó ayer Oscar Parrilli, secretario de la Presidencia, en conversación con Radio Nacional.

La idea de continuar de algún modo como actores principales de la historia viene envalentonando a La Cámpora. La apuntalan varios motivos: instinto de supervivencia ante un Poder Judicial que intuyen cada vez más adverso, apetencia de poder y, lo más importante, la pasividad de una oposición que, con la excepción de Elisa Carrió, parece decidida esperar el final institucional sin restarle a Cristina Kirchner protagonismo político. Es probable que esa cautela desencadene el primer desencuentro entre Carrió y Mauricio Macri. Hace unos días, el jefe de gobierno porteño les envió a varios de sus referentes económicos la orden de no emitir opiniones capaces de restarle votos. No será sencillo. En vastas áreas de la economía, el país requiere de ajustes difíciles de conciliar con una sociedad poco propensa a asimilar malas noticias. Es el consejo de Durán Barba para debates televisivos: no propongas nada, no contestes, no te metas en tecnicismos; sólo muéstrate como una persona confiable.

La estrategia coincide con las necesidades de un gobierno obsesionado por acaparar la escena, probablemente su mejor destreza. El miércoles por la noche, minutos después de que la Presidenta anunciara la exención del impuesto a las ganancias para el medio aguinaldo, Luis Barrionuevo no estaba convencido de levantar el paro. "Hay que seguir", analizaba. Pero Cristina Kirchner había desactivado la protesta. "Vamos a quedar mal nosotros -lo aconsejaron sus pares-. Hay que hacer al revés: decir que, por miedo al paro, la Presidenta reculó." Es lo que plantea Barrionuevo desde esa noche. Aunque su desensille haya sido momentáneo. "Si todos van a aflojar, mantengo un discurso duro: en dos meses van a estar puteando todos otra vez", advirtió a los suyos.

Menos intuitivos, los empresarios parecen dar por retirado al kirchnerismo desde hace más tiempo. Antes que a Kicillof o Echegaray, han preferido creerle a la oposición. Hace dos semanas, en La Torcaza, residencia que Carlos Pedro Blaquier tiene en las Lomas de San Isidro, durante una comida pródiga en perdices y cerdos criados por el anfitrión, Sergio Massa les dijo a varios que le llevaba dos puntos de ventaja en la intención de voto a Scioli: 26 para él, 24 para el gobernador, 18 para Macri. "Scioli dice que me gana 25 a 24, pero no creo en sus encuestas", aclaró. Escuchaban el dueño de casa, su hijo Carlos, José Ignacio de Mendiguren, Luis Betnaza, Cristiano Rattazzi, Roberto Arano, Daniel Funes de Rioja y Federico Nicholson, entre otros.

Es la misma certeza que llevaron esta semana a la conferencia industrial. "Los funcionarios son como un plazo fijo: tienen una fecha de vencimiento y se van. Nos interesa escuchar a los candidatos", había dicho Juan Carlos Sacco, uno de los vicepresidentes de la Unión Industrial Argentina, el día en que se presentó el foro. Pero el paso de la Presidenta y sus ministros por el Sheraton Pilar dejó entrever que ese depósito es por lo menos a 365 días, lapso en el que deberán relacionarse con un gobierno que mantiene vigentes todas sus atribuciones regulatorias y sus prejuicios: una eternidad en la Argentina.

¿Cómo está el tema del HSBC?, le preguntaron a Echegaray el miércoles, en el VIP de la conferencia, momentos antes de que empezara a hablar Cristina Kirchner. Se referían a la investigación que involucra a 4040 cuentas en ese banco en Suiza. "Ahora resulta que nadie es dueño de ninguna cuenta", contestó con ironía el jefe de la AFIP. Estas iniciativas serán el corazón de la estrategia con que el kirchnerismo se propone mantenerse vital.

En el escenario, la Presidenta volvió a reprender a los hombres de negocios que, dijo, piden más mercado y menos Estado. Les mostró un ranking de ganancias de empresas confeccionado por la Comisión Nacional de Valores (CNV), concluyó en que todas habían ganado plata gracias a esa lista no ajustada por inflación y, enigmática, agregó: "La única que da negativa es Solvay Indupa; todos ustedes lo saben, los empresarios: hubo una OPA, una oferta hostil, que puso a Solvay Indupa en una situación especial".

La aclaración dejó volar la imaginación de unos cuantos. ¿Era un mensaje a Odebrecht, la constructora brasileña que, a través de su filial Braskem, hizo esa oferta por Solvay? La operación debe ser aprobada por la CNV, organismo que conduce Cristian Alexis Girard, pero que supervisa la jefa del Estado.

Fue, por lo pronto, la admisión pública de una idea arraigada en el kirchnerismo: los problemas obedecen más a las fallas de los privados que a las equivocaciones del Gobierno. Ese modelo de economía tutelar, que trata a las empresas como meras concesionarias y tiene sobrados adherentes incluso dentro del establishment, es todavía un asunto que ningún candidato se atreve a discutir. Es lógico que, allí donde la palabra mercado espanta votos, sus objetores originales sueñen con quedarse 50 años.