La cadena de valor, cuyo epicentro radica en la soja, se debate entre el desconcierto y el desánimo.

Obviamente, la situación es muy diferente entre los distintos eslabones que la componen. Por ejemplo, una cosa es el cuadro para los fabricantes de alimentos balanceados y otra, para los productores.

El golpe por la baja de valores que recibe la cadena impacta de lleno, en primer lugar, en el eslabón de la producción agrícola. Y en consecuencia en todos lo que proveen al campo.

Los proveedores de insumos y servicios así como los industriales de maquinaria agrícola, dada su condición de vendedores a sus clientes del campo no logran salir de su asombro por la caída de facturación que viven desde hace unos tres meses.

La menor venta de insumos y maquinaria, es decir todo aquello que constituye el paquete tecnológico para producir, redunda decisivamente en la producción final.

El cuadro no debe sorprender. Por el contrario resulta claramente razonable dada la baja de precios internacionales que pone en evidencia el tremendo daño que efectúa la aplicación de derechos de exportación, que son del 35% sobre los porotos de soja.

A consecuencia de estos derechos, el tipo de cambio que rige para la soja es de tan sólo unos $5,50 por unidad de dólar, cuando el mercado informal nos muestra un nivel de casi $16.

No es necesario ser demasiado listo para darse cuenta de que buena parte de los precios del paquete tecnológico están o alineados o cercanos al tipo de cambio informal. Así las cosas, lógicamente, el eslabón agrícola huye de las inversiones.

Lo que colma la situación son las restricciones a las exportaciones que aunque no se dirijan a la soja, indirectamente afectan su producción, o mejor dicho, su rentabilidad.

Mediante el Registros de Operaciones de Exportación (ROE), el Estado establece cupos para exportar, de acuerdo a la estimación del Remanente Exportable (diferencia entre el Stock Físico y la Estimación de Abastecimiento Interno, ex Encaje Exportado). Acá está la punta del iceberg.

En rigor, el registro actúa como una suerte de cuota a la exportación de maíz y trigo. Por lo tanto, promueve la baja del precio interno en cerca del 12% en promedio que recibe el productor; y, en consecuencia, castiga la siembra de los cereales. En algunos momentos del año, esta reducción es superior.

En suma: no sólo se castiga la producción de cereales, se pena la búsqueda de sustentabilidad, por cuanto la rotación de cultivos pasa a ser una materia siempre pendiente. Ello, a su vez, exige cada vez más costos para producir soja en un medio donde la productividad decae por falta de adecuado manejo en términos ecológicos.

De esta forma, el castigo que recibe el productor pasa a ser retribución adicional para otros eslabones de la cadena de valor. Algo que, a la larga, va en detrimento de todos porque por este sendero la productividad se dirige a un abismo.

En tanto los productores, han encendido los motores de la siembra. El comienzo de la implantación está a las puertas de cada uno y, pese a que golpea las palmas, pocos se atreven a atenderlo. Porque prima el desaliento.

La baja en los precios forward a cosecha es continua. Los futuros con entrega en Mayo en condiciones Fábrica de Rofex apenas superan el nivel de u$s230.

La caída respecto a la semana última de octubre gira en torno a u$S 25.

Para no terminar estas líneas con tantas pálidas, vale remarcar que hoy lunes 6, primer día de la semana, el mercado reveló subas en los valores de soja (y maíz) disponible.

Por soja disponible, las fábricas ofrecieron $ 2.200/ton, valor superior al de la oferta de la última jornada.

En Chicago, todos los futuros ajustaron con subas. Los de la soja, también. Las demoras en la trilla y cierto resurgir de la importación por parte de Asia causaron esta suave mejora.

En el ROFEX, el contrato de soja fábrica Noviembre llegó a u$s 267. Por soja disponible, las fábricas ofrecieron $ 2.200.