Si hasta poco después de las primarias abiertas de agosto el kirchnerismo prefería mostrarse ante el electorado como una fuerza progresista de izquierda, por oposición a un Sergio Massa al que se trataba de identificar como "una herramienta de la derecha", en los últimos días la estrategia ha virado hacia el viejo test de pureza peronista.
Preocupado por la posibilidad de que no pocos intendentes bonaerenses, hasta hoy alineados con el kirchnerismo, jueguen a dos puntas o directamente apoyen a Massa, el principal candidato del Frente para la Victoria (FPV), Martín Insaurralde, comenzó una campaña para persuadir a los votantes de que el intendente de Tigre "no es peronista".
Massa le respondió a través de otros jefes comunales que lo respaldan. Tanto el intendente de San Miguel, Joaquín de la Torre, como su par de Hurlingham, Luis Acuña, replicaron que "ser peronista es resolver los problemas de la gente" y que "hoy la gente está preocupada por la inseguridad". El primero añadió que "hasta hace poco [el vicegobernador bonaerense] Gabriel Mariotto acusaba a Daniel Scioli de ser neoliberal y ahora resulta que éste es el paladín del modelo".
No deja de ser curioso que dirigentes peronistas se acusen unos a otros por tener ciertas ideologías. Es que para no pocos estudiosos del complejo fenómeno que encarna el peronismo ser un genuino peronista implica desembarazarse de las ideologías y acomodarse, en todo momento, a las circunstancias. O, en otras palabras, navegar siempre bajo la sombra del poder.
No es la primera vez, sin embargo, que el kirchnerismo intenta recurrir al test de pureza peronista en una campaña. Antes de las elecciones legislativas de 2009, el oficialismo buscó asociar a Francisco de Narváez con el menemismo y recordó que había estado al frente del frustrado proyecto re-reeleccionista de Carlos Menem. Con todo, las elecciones terminaron con la derrota de la lista que encabezaban Néstor Kirchner, Scioli y el propio Massa, por entonces jefe de Gabinete de Cristina Kirchner.
Poner hoy en duda que Massa sea peronista apuntaría a mitigar el mercado de pases de dirigentes justicialistas. No obstante, hay una realidad contra la cual es difícil luchar: todo dirigente político, casi sin excepción, y mucho más si es peronista, quiere protagonizar el futuro. Sin posibilidad de reelección de Cristina, y en medio de un cada vez más complicado contexto económico, no es fácil percibir futuro en el kirchnerismo. No es casual que esa palabra, futuro, ilustre los afiches de Insaurralde.
El drama de algunos funcionarios es que la Presidenta los tiene retenidos en el oficialismo, como si debieran estar listos para inmolarse. Y no son pocos los que se quisieran ir.
El futuro juega siempre un papel relevante en la política. Lo sabe Scioli, que anteayer habló como si fuera candidato presidencial ante unos 400 empresarios. "Si no se lanza ya, la dirigencia empezará a percibir que no hay nada que hacer al lado de él. O se lanza o se queda solo", explicó el experimentado consultor Jorge Giacobbe.
¿Cuánto puede durar el acompañamiento a Scioli si el 27 de octubre, como todas las encuestas lo hacen prever, la diferencia favorable a Massa se estira a más del doble de la obtenida en las PASO? Ése es el interrogante que nadie en el sciolismo se anima a responder.
Frente a ese dilema, los amigos del gobernador bonaerense tratan de refugiarse mayormente en las posibles debilidades del intendente de Tigre como armador de una fuerza nacional o en su virtual dificultad para mantener el caudal de apoyo actual.
Tras los recurrentes fracasos de las opciones opositoras en los últimos años, no es ilícito preguntarse si la mochila que el electorado querrá cargar sobre la espalda de Massa no será muy pesada y si para mucha gente, una vez herido de muerte el kirchnerismo, Massa será tan necesario. Al menos Scioli debe soñar con esa alternativa.


