Durante las primeras veinticuatro horas, luego de conocida la noticia sobre quién sería el nuevo Papa, cuanto salió de las usinas gubernamentales en términos de discursos presidenciales, declaraciones ministeriales y opiniones de distinto tipo, desde las de Horacio Verbitsky hasta las de Estela de Carlotto y Hebe de Bonafini, trasparentó la verdadera índole del kirchnerismo. Inútilmente provocativo, socarrón y pendenciero, optó por torearlo al Papa como si se tratase de uno de los tantos miembros del arco opositor o un enemigo al cual vapulear empleando todos los medios disponibles.
Luego de la designación de Jorge Mario Bergoglio como Sumo Pontífice, muchos dirigentes oficialistas apuntaron contra él. D´Elía cargó duro contra el Santo Padre, al igual que la novia de Boudou, La Cámpora, el programa 678 y el diario Página 12. Pero tras su encuentro con Cristina, ahora parecen haber cambiado de opinión.
El jefe de agrupación kirchnerista La Cámpora, Andrés "Cuervo" Larroque, celebró la entronización del Sumo Pontífice desde una villa porteña, luego de haberlo críticado. El Diputado y líder de la agrupación fundada por Máximo Kirchner, siguió la ceremonia por pantalla gigante junto con militantes de Kolina, el Movimiento.
Tras los informes que apuntaban contra Bergoglio en 678, el programa invitó al vicegobernador provincial, Gabriel Mariotto, quien dijo que el nuevo Papa "nunca fue parte de operaciones contra el Gobierno" y que "tendrá una palabra en línea con los líderes de la región".
El conocido periodista Reynaldo Sietecases asegura que “Después de la amable reunión del Papa con Cristina Kirchner, los que lo criticaban lo celebran. Los que lo denunciaban lo ponderan. Los que lo insultaban rescatan su labor por los más necesitados”
El día de la asunción de Bergoglio como el nuevo Papa, el pasado 19 de marzo, Cristina Kirchner estaba allí en primera fila y fue la primera en saludar al Papa en el momento en que recibió a las comitivas internacionales. A pesar de su relación áspera desde los comienzos de la presidencia de Néstor, la mandataria estuvo allí luciendo su mejor rostro.
La cruda reacción de Cristina Fernández cuando fue puesta en autos de la elección del cardenal Bergoglio como sucesor de Pedro, correspondía sentarse a los mismos manteles y hacer como si entre ellos todo hubiera sido miel sobre hojuelas. En su condición de jefe de estado ella había hecho oídos sordos, en el pasado, a varios pedidos de audiencia del cardenal primado, afirmaron los especialistas en análisis político, Massot y Monteverde.

¿Cambió, acaso, la forma de pensar de la presidente luego del almuerzo que mantuvo con Bergoglio? En absoluto. Cristina Fernández debió darse cuenta de que, aunque su marido había decidido no asistir al sepelio de Juan Pablo II, en esta oportunidad quedarse en Buenos Aires tendría consecuencias que podrían resultar catastróficas en punto a su imagen. Hay asuntos con los que conviene no jugar a tontas y a locas. Bastante había hecho la viuda de Kirchner, a contramano de la gente, los días miércoles y jueves de la semana pasada para insistir en esa estrategia de confrontación o displicencia ante la asunción de Bergoglio. El más grave de los ataques acaba de tomar estado público por obra y gracia de dos notas que en El Cronista publicó el periodista Roman Lejtman. Dan cuenta de una gestión clandestina, en la que habrían intervenido Esteban Caselli y Leandro Sandri, para torpedear la candidatura de Bergoglio en el conclave cardenalicio.
Cabe mencionar que la relación que tuvo Nestor Kirchner con el actual Papa era más distante que con la actual Presidente. El distanciamiento comenzó un año después de la llegada de Néstor Kirchner al poder en 2003. En una de sus homilías, Bergoglio cuestionó "el exhibicionismo y los anuncios estridentes de los gobernantes", en un mensaje que, sin citarlo, parecía dirigido al entonces presidente.
En 2005, Kirchner anunció que no acudiría al tedeum que cada 25 de mayo se celebra en la Catedral de Buenos Aires con motivo de la conmemoración del Primer Gobierno patrio del país. Meses después, el portavoz de Bergoglio anunciaba que "no hay relación de la Iglesia con el Gobierno". Sin embargo, a pesar de la falta de trato entre el ex presidente y Bergoglio, este último no dudó en realizar una misa por el eterno descanso del mandatario. Además, desde hace unos años las autoridades nacionales, sin explicación alguna, decidieron concurrir al tedeum en el interior del país y el año pasado lo hicieron en la catedral de San Carlos de Bariloche.
Por su parte, con Cristina, el punto más alto de enfrentamiento llegó con la ley de matrimonio entre personas del mismo sexo. El cardenal de ese momento, se puso en marcha para que no se lleve a cabo el proyecto del casamiento gay, el cual finalmente se concretó. El 9 de julio, apenas una semana antes de la aprobación del matrimonio igualitario, Bergoglio escribió una carta pastoral en la que criticaba duramente la iniciativa y decía lo siguiente: "No seamos ingenuos: no se trata de una simple lucha política; es la pretensión destructiva al plan de Dios. No se trata de un mero proyecto legislativo (éste es solo el instrumento) sino de una movida del padre de la mentira que pretende confundir y engañar a los hijos de Dios", denunció.

Nada va a cambiar demasiado entre nosotros. Es maravilloso y misterioso, a la vez, que un compatriota haya llegado hasta esos topes, pero Francisco no es Dios ni tampoco el Espíritu Santo. Es un hombre de carne y hueso que deberá cumplir una misión universal delicadísima. En todo caso, las modificaciones que eventualmente se produzcan aquí, en términos de un rejuvenecimiento de la espiritualidad, dependerán más de un conjunto de católicos mayoritariamente mistongos —como nos definió, alguna vez, el Padre Leonardo Castellani— que de Jorge Bergoglio. En esto será conveniente dejar de lado el tachín, tachín, bobalicón.
Las diferencias entre los Kirchner y Jorge Bergoglio vienen de años y no resultan novedad.Basta desandar la historia de los últimos años para que salten a la vista sin necesidad de explicaciones ulteriores. No obstante, hay que entender que una cosa era ser Cardenal primado de la Argentina y otra, abismalmente distinta, Sumo Pontífice de la catolicidad toda. El Episcopado nacional mantendrá seguramente sus posiciones y el oficialismo las suyas, sin que el escalamiento de aquellas diferencias, si se producen, deban atribuirse a Francisco. Lo único que no puede permitirse Cristina Fernández es ignorar o atacar al Pontífice porque ello resultaría suicida. Pero de esa necesidad la presidente ya ha tomado nota, aseguraron Massot y Monteverde.


