La imagen de un jefe de Estado estará siempre condenada a caer en tanto ese mandatario utilice dos o hasta tres veces por semana la cadena nacional de radio y televisión sin hablar de los problemas más acuciantes de la sociedad.
Es cierto que el kirchnerismo ha impuesto la novedad de reducir a su mínima expresión a los ministros de Economía, al extremo de que probablemente la mayoría de los argentinos no sepa que Hernán Lorenzino es el actual titular del Palacio de Hacienda. Y también es cierto que al oficialismo le ha ido muy bien en las dos últimas elecciones presidenciales sin tener ministros de Economía a la vieja usanza.
Pero los cambios de actitud se imponen cuando las expectativas de la población se empiezan a modificar dramáticamente, como en los últimos meses, y cuando crece la percepción de que los problemas económicos comienzan a afectar el bolsillo, definido hace mucho tiempo por Juan Domingo Perón como la víscera más sensible de los hombres.
Desde hace aproximadamente un mes, distintas encuestas están señalando que cada vez más personas de nivel socioeducativo bajo perciben el desempleo como el más preocupante problema económico, al tiempo que más personas de nivel socioeducativo alto asumen que es la inflación.
Otro estudio conocido hace pocos días, el Barómetro de la Deuda Social de la Universidad Católica Argentina, señaló que, en 2011, tres de cada diez personas sufrieron algún hecho delictivo en carne propia y que la inseguridad se ubica al tope de los problemas más importantes, mencionado por el 36% de los ciudadanos consultados.
Sin embargo, Cristina Fernández de Kirchner ha optado por no hablar públicamente de inseguridad ni tampoco de inflación.
Sí habla de economía. Pero muchas veces confundiendo los manuales. Días atrás afirmó que su gobierno estaba tomando "medidas anticíclicas" para garantizar el crecimiento. Si así fuera, debería estar pensando en bajar impuestos, empezando por elevar el mínimo no imponible de Ganancias a los trabajadores. Pero no es eso lo que está haciendo. Del mismo modo, se sugiere desde la Casa Rosada a los gobernadores provinciales que cubran la brecha fiscal aumentando tributos, como ocurrió en el distrito gobernado por Daniel Scioli con el impuestazo rural.
Las restricciones al comercio exterior y las prohibiciones a la compra de moneda extranjera ya están afectando la producción nacional, que tiene en muchos casos una lógica interdependencia con el exterior. Las góndolas no sólo exhiben la ausencia de productos importados, sino también nacionales que no pueden ser fabricados por la falta de componentes importados.
Distintos economistas, como Rodolfo Rossi, están previendo un cuadro de inflación de costos con recesión para los próximos meses. Inflación de costos por los ineludibles ajustes de tarifas, combustibles y salarios, y recesión por la necesidad de reducir tales costos por parte de empresas y personas.
Según la consultora Tendencias Económicas, durante el segundo trimestre del año hubo unas 32.000 suspensiones de trabajadores, contra 23.000 en igual período del año pasado. De acuerdo con la encuesta a empresas que realiza SEL Consultores, apenas el 2% de las compañías manifestó en junio su intención de aumentar la dotación de personal, cuando un año antes llegaban al 35% las que planificaban la creación de empleos. Y a partir de datos del Indec, el economista Agustín Monteverde estimó que sólo entre octubre de 2011 y marzo último se perdieron 350.000 fuentes de trabajo.
La inflación en alza; la actividad económica y el empleo en baja, y la escalada del dólar paralelo son los principales indicadores del desequilibrio macroeconómico que, como señala el último informe del Banco Ciudad, reconoce como principal razón la fuerte expansión monetaria, a un ritmo de casi el 35% anual. Se alimenta así la huida del peso y el refugio en el dólar.
En lugar de atacar la causa del problema, la inflación, el Gobierno ha buscado reprimir los síntomas, apelando a la metáfora de una sociedad enferma por atesorar dólares, obviando que el mayor desesperado por ellos es el propio Gobierno. La mala praxis del supuesto médico quedó rápidamente en evidencia. La última vez que se refirió al dólar, Cristina Kirchner anunció que pesificaría sus ahorros. Hoy ya puede decir, como el recordado ministro de Economía alfonsinista Juan Carlos Pugliese en tiempos de la hiperinflación, que habló con el corazón y el mercado le contestó con el bolsillo. El dólar marginal llegó a tocar hace pocos días los 7 pesos, aunque al final de la semana bajó a alrededor de $ 6,45, y la brecha con el dólar del mercado oficial, paradójicamente llamado "libre y único", superó el 40%.
Las distorsiones de precios que genera este virtual desdoblamiento cambiario ya están a la vista, tanto en el mercado automotor, donde se pueden comprar autos importados de alta gama al cambio oficial de 4,58 pesos por dólar, como en el mercado inmobiliario, cuyas operaciones de compraventa están virtualmente paralizadas, al tiempo que los permisos de construcción se han venido a pique.
El laberinto del dólar en el que se introdujo el Gobierno añade nuevos problemas en las operaciones inmobiliarias. Si una venta se pacta en dólares por poseer el comprador esa moneda, el vendedor sólo podría usar esos dólares como ahorro o para efectuar otra transacción en dólares. Porque si quisiera aplicar ese dinero a comprar otro inmueble en pesos, estaría obligado a vender los dólares en el mercado oficial para justificar ante la AFIP cómo obtuvo los pesos necesarios para la segunda transacción.
El Gobierno ha tratado de minimizar el problema, diciendo que el mercado del dólar "blue" es casi inexistente de tan pequeño. No sólo hay un serio error de apreciación, sino un inconveniente mayor: muy pocos inversores estarán dispuestos a ingresar divisas del exterior sin saber si van a poder retirarlas. Y no habrá que descartar que quienes hoy reciben en la Argentina jubilaciones del exterior, ahora pesificadas compulsivamente, abran cuentas en el exterior para que les sean giradas allí y puedan asegurarse sus dólares.
Entre tantas señales negativas, no faltan algunos economistas con una visión algo más optimista para los próximos meses, a partir de una proyectada recuperación de Brasil y del aumento del precio de la soja. Por ejemplo, el Estudio Bein estima que el año próximo, con una cosecha de 110 millones de toneladas, donde 55 millones corresponderían sólo a la soja, se generaría un aumento en la oferta de divisas de unos 8000 millones de dólares que, junto a los menores vencimientos de deuda pública en 2013, le darían un mayor margen de acción a la política cambiaria y quizás alguna descompresión parcial sobre las restricciones a la compra de dólares.
Claro que aun frente a un escenario 2013 más favorable, las dudas seguirán pasando por una política condicionada por la llamativa falta de cuadros técnicos en un gobierno donde se debate muy poco y todo se decide en una mesa demasiado reducida. Un gobierno cuyo gabinete parece excesivamente pendiente del humor y de las cada vez más autorreferenciales declaraciones presidenciales, antes que de hallar adecuadas respuestas a una sociedad que, ante cuestiones como la inseguridad, la inflación y el dólar, sigue preguntándose dónde está el piloto.


