La crítica al periodismo tiene larga prosapia. El filósofo Soren Kierkegaard, por ejemplo, escribió en 1845 que mientras existiesen diarios, el cristianismo sería imposible. Kierkegaard, reaccionario en política, estaba molesto por la sátira que de su persona hacía una revista dinamarquesa.
Mucho más cercano en el tiempo, Hans Magnus Enzensberger, escritor alemán que mantiene plena lucidez a sus ochenta años, ha sido implacable al analizar los puntos débiles de la prensa. Por ejemplo, la esclavitud a la "primicia".
¿Cuál es la función del periodismo? Dar a conocer los hechos que suceden y también el pensamiento de los ciudadanos. Pero ¿qué pasa cuando la prensa deja de ser esa plataforma de difusión y se convierte en un fin en sí mismo? Los medios de comunicación actualizan incesantemente el "último momento". Cada hora, debe suceder algo importante. Esa necesidad de la prensa la uniformiza y la devalúa: da lo mismo que se trate de un viaje del Papa, un terremoto, una guerra lejana o un accidente a la vuelta de casa. El objeto de la prensa ya no es la realidad sino la prensa misma. Este fenómeno puede observarse con nitidez en la radio, en la que los mejores comunicadores deben hablar a veces durante horas. Por más esfuerzos de producción que hagan, no pueden "llenar" sus programas con información genuina y, por lo tanto, el protagonismo del espacio se transfiere al comunicador: su voz, su discurso, cualquiera que sea el tema sobre el que hable.
Con su ironía paradójica, Borges dijo alguna vez que los diarios deberían salir cuando pasara algo importante y no cada día.
Los diarios en papel vivieron su hora más gloriosa durante el siglo y medio que va desde 1850 hasta el fin del siglo XX. La proliferación de plataformas comunicacionales electrónicas que informan a un ritmo vertiginoso genera inflación noticiosa. Los diarios no pueden seguir ese ritmo, y por ello algunos predicen su muerte. Es verdad que muchos cierran, pero más que la desaparición del periodismo gráfico parece vivirse un redimensionamiento: se venden menos diarios, pero el formato persiste porque el diario sigue siendo necesario para ordenar e interpretar el flujo de información que invade cada minuto a los ciudadanos, y para dotar de contexto a una actualidad que sin ese filtro se tornaría caótica. Los diarios, tengan el soporte que tengan, orientan -no ideológicamente, sino informativamente- las miradas sobre lo público.
Una de las funciones irremplazables de la prensa es la crítica. La palabra crítica proviene de la raíz griega Kr que significa pensar. En periodismo, lo que no es crítica es propaganda. Natalio Botana fundó en 1913 el diario vespertino Crítica, que bajo su logotipo, llevaba esta frase: "Dios me puso sobre la ciudad como a un tábano sobre un noble caballo, para picarlo y tenerlo despierto. Sócrates". Durante muchos años, los incontables enemigos que se forjó Botana tacharon de apócrifa esa cita. Sin embargo, era una síntesis del pensamiento de Sócrates que éste expuso con claridad en el año 399 a.C.: el filósofo había sido condenado a muerte por subversivo y se dirigió así a los ciudadanos de Atenas: "Si ustedes me matan, no encontrarán fácilmente otro como yo, puesto en la ciudad por un dios -aunque éste sea un modo risible de hablar- como un tábano sobre un caballo grande y noble, pero que, lerdo por su mismo tamaño, necesita ser aguijoneado. Por eso dios me ha colocado en la ciudad: para que la despierte, la persuada y le reproche" (tomado de Platón, Apología de Sócrates, Editorial Astrea, Buenos Aires, 1953).
Lo que molesta al gobierno argentino y lo lleva a antagonizar con la prensa es que ésta, además de controlar los excesos y delirios del poder, retenga el monopolio de la provisión del flujo noticioso, una función que el gobierno no quiere compartir. Así como la Presidenta no distribuye el poder ni a ministros, ni a legisladores, ni a partido político alguno, también pretende ser dueña de la agenda diaria.
En las abundantes exposiciones personales que realiza la Presidenta como en la divulgación que de ellas hacen los medios adictos al Gobierno, proliferan los cuestionamientos a la prensa. Ese discurso no sólo se ensaña con el pasado de algunos medios, sino que plantea una descalificación casi metafísica. Criticar al Gobierno a través de la prensa -afirma la vulgata de la comunicación oficialista- sería hostigar un proceso glorioso que estaría viviendo el país. Al hacerlo, la prensa, dicen, incurre en una conducta aviesa, con intenciones retardatarias.
Pero esos cuestionamientos a la prensa que los oficialistas llaman "concentrada" ¿en qué se basan? Exclusivamente en la orientación política opositora. La denigran porque no apoya al Gobierno.
Lo paradójico del caso es que la obsesión del discurso kirchnerista contra la prensa "opositora", en el fondo la refuerza, pues le otorga un papel protagónico que distaba de tener durante el menemismo. A Carlos Menem le importaba poco que los diarios lo criticaran, quizá porque no los leía. En eso demostró ser sabio, pues ganó o perdió elecciones sin que la prensa influyera en ese sube y baja.
Ahora bien, esa prensa kirchnerista que tanto cuestiona a los medios opositores, ¿acaso propone un periodismo innovador que, por ejemplo, rompa la estructura del diario con secciones novedosas o con recursos comunicativos libres de los clisés y manierismos de lo que ellos llaman medios hegemónicos? No. Basta echar un vistazo a los diarios oficialistas y se advertirá que son una copia formal de los diarios opositores. Todo es igual, empezando por el diseño gráfico. Se diferencian en que alaban al poder e informan sesgadamente a favor de él. Destacan las noticias que favorecen al Gobierno y miniaturizan, cuando no eliminan, las noticias que perjudican al Gobierno. Prolifera la denigración personal, que roza a veces la calumnia. ¿Cómo juzgar, por ejemplo, las imputaciones a la propietaria de Clarín de ser apropiadora de niños robados durante la guerra sucia? Cuando la Justicia desechó esa hipótesis, los infundios callaron sin que nadie explicara el silencio.
Que el poder quiera domesticar al periodismo es algo que sucedió siempre y sigue sucediendo en todo el mundo. Frente a ello, la prensa se ha blindado con una defensa tanto legal como simbólica. La libertad de prensa es a estas alturas de la historia una base inamovible. En América latina, los diarios están unidos a la forja de las naciones, en lo bueno y en lo malo. Recuérdese a Mariano Moreno y su Gaceta. Recuérdense las crónicas que José Martí enviaba a diarios del continente -como este que el lector tiene en sus manos-, durante su exilio, inmediatamente antes de emprender su gesta por la independencia de Cuba.
Sin embargo, la prosapia que la libertad de prensa tiene como derecho humano primordial no impide que la prensa siga siendo un botín precioso para algunos de nuestros príncipes. Rafael Correa hizo un gesto de concentrado valor simbólico cuando, frente a las cámaras de la televisión ecuatoriana, hizo pedazos el ejemplar de un diario opositor.
Entre nosotros, la avidez por sofocar las críticas mediante intimidaciones, agravios o manipulaciones es un músculo que nunca duerme. Hoy, declina el ciclo económico favorable que enarbola el Gobierno surgido en 2003. Crecen las quejas de los ahorristas acosados y los reclamos de los trabajadores perjudicados por la inflación. Se multiplican los indignados que redescubren el costo social de la corrupción.
Es en estas situaciones que suele reaparecer la vieja fórmula de matar al mensajero.


