En su mensaje ante el Comité de Descolonización, la presidenta Cristina Fernández de Kirchner defendió con firmeza los derechos soberanos de la Argentina sobre las islas Malvinas, aunque también sorprendió con algunas frases impropias de su habitual estilo avasallador y en buena medida arrogante. Fue cuando, hacia el final de su discurso, afirmó: "Lo que pretendemos es dejar atrás esta historia de colonialismo y construir una nueva historia en base al diálogo. ¡Qué poco pedimos! Dialogar. No pedimos que nos den la razón, que digan que las Malvinas son argentinas".
Fue quizás el párrafo más significativo de su mensaje, tanto porque procura dejar en evidencia la intransigencia británica, como porque de algún modo parece dejar atrás algunas actitudes de rispidez del propio gobierno argentino.
Se entiende que en cualquier disputa diplomática abundan las sobreactuaciones. Sin embargo, algunos intentos del gobierno nacional por llamar la atención sobre el tema Malvinas pudieron haber tenido menos beneficios que efectos contraproducentes. Antes del tono menos hostil que la Presidenta inauguró en la última conmemoración del 2 de abril, la ministra de Industria, Débora Giorgi, había instado a empresarios locales que importan bienes y servicios británicos a cambiar de proveedores. Posteriormente, un aviso propagandístico filmado en las islas y protagonizado por un deportista argentino, mezcló con muy mal gusto el espíritu olímpico con la disputa por la soberanía.
Aquella actitud de la ministra Giorgi provocó críticas hasta en algunos países de América del Sur, que aprovecharon el incidente para buscar diferenciarse de la Argentina y seducir inversores. Generó también acusaciones de pretender un boicot comercial al que se comparó con las sanciones aplicadas por los Estados Unidos contra Cuba desde 1962.
La dureza declarativa del primer ministro británico, David Cameron, no ha sido menor en los últimos tiempos. Por cierto, no puede resultar sino condenable la pretensión de aplicar el principio de autodeterminación a una situación asociada con el colonialismo. Y la presidenta argentina no la dejó pasar: "Cuando vi en el 10 de Downing Street ondear la bandera de las Falklands, sentí vergüenza ajena, porque las guerras no se festejan ni conmemoran", señaló Cristina Kirchner.
Hubo, con todo, un leve punto en común entre las palabras de la jefa del Estado y Cameron. La mandataria argentina habló de asociaciones que podrían ser beneficiosas para todos y mencionó tres cuestiones clave: energía, alimentos y ciencia y tecnología. El funcionario británico estimó que su país y la Argentina deberían estar trabajando juntos en gestionar las reservas pesqueras, en aumentar el comercio y en cuestiones medioambientales.
Los éxitos diplomáticos suelen ser fruto del ejercicio de una larguísima paciencia. Por eso, cualquier búsqueda de soluciones a la disputa no deberá ser ajena a una política de Estado basada en consensos amplios y que sean mucho más sólidos que la simple participación de legisladores de la oposición en la delegación que está en Nueva York. Cualquier señal de apresuramiento, arrogancia o falta de tacto será contraproducente..


