En las últimas dos décadas, los productores argentinos movieron las fronteras productivas e incluyeron nuevos territorios al portfolio de posibilidades. De esta manera, la agricultura comenzó a ocupar lotes que antes no parecían reunir las aptitudes necesarias, y la ganadería se reacomodó, migrando a regiones antiguamente marginales, que con algunos ajustes de manejo logran expresar un alto potencial.
Es el caso de muchas zonas del litoral, el NEA y el NOA, los nuevos estandartes de la ganadería, que entre sus bosques y montes hicieron un lugar para la hacienda y hoy buscan consolidar el crecimiento de los sistemas silvopastoriles. Hace pocos días, Clarín Rural estuvo en el Congreso Nacional de Sistemas Silvopastoriles, en Santiago del Estero, y conversó con productores y técnicos de diversas regiones del país acerca de la viabilidad de los modelos productivos vigentes y, también, sobre las cuentas pendientes.
Carlos Segón, productor de la zona de Anta, en Salta, con 35 años de experiencia en este tipo de sistemas, aclaró que los sistemas silvopastoriles son muy amplios y que se debe analizar distintos esquemas según la zona.
En su campo, Segón se inclina por uno que conserva la parte de bosques nativos en bloque. “Creemos que es más sustentable a largo plazo”, dice, y explica que, por la ley de bosques, en Salta no se puede habilitar más del 60% del campo.
“Nosotros dejamos bloques protegidos de 2.000-3.000 hectáreas, y allí se hacen cortinas de cien metros de ancho donde está la hacienda y que sirven para controlar posibles fuegos. Además, de esta manera los bloques de árboles brindan sombra y protegen a los animales de los golpes de calor del viento norte”, detalla el salteño.
Respecto al a veces frágil equilibrio entre producción y cuidado del medio ambiente, dice que “es muy notorio cómo la fauna autóctona se va incrementando cuando la pastura y la distribución de agua que uno hace para la hacienda brindan mejores condiciones”, pero reconoce que aún falta mucho análisis, sobre todo en la gran escala.
Luego agrega: “El ecosistema del chaco argentino debe rondar los 40 millones de hectáreas con un gran potencial productivo, y para los habitantes de la zona es importante que se pueda producir, porque son de las partes más pobres y con mayor analfabetismo y mortalidad infantil por falta de desarrollo. Además, si no se maneja ese ecosistema, se va deteriorando solo. A veces se cree que conservar es dejar tal cual está, pero eso es un gran error”.
José Gabriel Silveti, de la zona de Malbrán, en el sudeste de Santiago del Estero, coincide con Segón en la necesidad de mayores investigaciones. “Creo que hace falta seguir investigando, sobre todo la regeneración de las nuevas especies, sobre lo que se sabe muy poco. Falta información sobre la biología intrínseca de las especies y sobre su interacción con las otras”, dice.
La zona en la que él trabaja está en una transición entre el bosque de quebrachos y los bajos con espartillar e inundaciones periódicas.
“Con el rolado, se corta y aplasta el estrato arbustivo respetando los árboles, y en la misma acción del rolado se va tirando la semilla de alguna pastura. De esta manera, se abre algo de luz al estrato herbáceo para que se desarrolle”, explica Silveti.
El productor está convencido de que los sistemas silvopastoriles, lejos de ser una amenaza para el medio ambiente, son una solución. “En este momento, el bosque necesita más a la vaca que lo que la vaca necesita al bosque. Si nosotros terminamos de ajustar la tecnología para implementar sistemas silvopastoriles, vamos a conservar los bosques nativos. Si no, la realidad es que la superficie forestal se va a seguir achicando indefinidamente”, asegura.
Otro productor de la zona con experiencia en este tipo de sistemas es Pedro Tomás Dragell, quien administra 40.000 hectáreas en el noreste de Santiago del Estero, donde hace el ciclo completo ganadero con unas 21.000 cabezas.
“Los bosques en los que trabajamos son básicamente quebrachos blancos, quebrachos colorados y tin, con gran cobertura de fachinal, es decir, montes de muy poco aporte al ganado. Entonces, lo que se buscó fue aumentar el forraje para poder pasar de una vaca cada 10 hectáreas a una vaca por hectárea”, explica.
Al principio, Dragell dejaba 70 árboles por hectárea, hoy deja más de 200 árboles en forma dispersa, elimina el renoval (ejemplares jóvenes de cada especie) para que la hacienda tenga acceso, y siembra gatton panic.
“Además de aumentar la carga y que el residuo del bosque sea utilizado para hacer carbón o postes, se busca un equilibrio natural; que se mantengan las especies y los nutrientes del suelo”, dice. Y agrega: “Muchas veces se piensa que el productor no quiere la ecología, y yo estoy totalmente en desacuerdo; me considero un administrador de la naturaleza”.
En Misiones, los sistemas tienen algunas diferencias con los de la región chaqueña, porque la ganadería se realiza bajo bosques implantados, no nativos. Luis Colcombet, del INTA Montecarlo, de esa provincia, destaca algunas bondades del sistema, que se reflejan tanto en la producción de carne como en la producción de madera.
“En los árboles, nosotros apuntamos a tener un rollo grueso y con menor cantidad de nudos. Para esto tenemos que hacer raleos a edad temprana, lo que nos libera energía que puede ser utilizada por otras plantas. Ahí entran los sistemas silvopastoriles, que hoy ocupan el 30% de la superficie agrícola de las zonas subtropicales del mundo. A los animales y los vegetales les sienta bien la sombra de los árboles. Además, en el invierno, el árbol protege al estrato herbáceo de las pocas heladas anuales que hay en esta zona”, dice.
Actualmente, hay 70.000 hectáreas en Misiones y Corrientes con este sistema.
Más al sur, en el Delta del Paraná, Carlos Rossi, trabaja en plantaciones de salicáceas (álamos y sauces) con producción de ganadería vacuna, y también logra una mejor calidad de madera a partir de un manejo diferente.
“Antes, las plantaciones se hacían con la finalidad de pasta para papel, eran plantaciones masivas de baja calidad, por lo cual debajo de los árboles no crecía nada. Ahora, las plantaciones son más espaciadas, con lo cual hay una llegada de luz al suelo y crece el pastizal natural. La madera de estos árboles crece con mayor diámetro y sirve para aserrado, tiene el valor agregado de la fabricación de muebles”, explica.
Rossi, decano de la Universidad de Lomas de Zamora, asegura: “Los sistemas silvopastoriles tienen un presente y un futuro promisorio porque son mucho más amigables con el ambiente. Uno puede compatibilizar el bosque y la fauna nativa, recursos de los que viven muchos pobladores rurales, con producciones que generen mejora económica”.
El tema no está agotado y todavía queda mucho por investigar y debatir, pero entre los productores parece haber consenso sobre el potencial de los sistemas. En los montes y los bosques hay lugar para que la ganadería crezca.


