Hacía ya dos años que los editores de la revista Caras Portugal me insistían que fuera porque habían lanzado una subedición, Caras Angola, en la ex colonia portuguesa que junto con Mozambique –ambos países con alrededor de 20 millones de habitantes– y después de Brasil, son los dos más poblados de habla portuguesa. Fuera de ellos quedan las dos Guineas, la Ecuatorial y la Bissau, con poco más de un millón de habitantes cada una, e islas como Cabo Verde, Santo Tomé y Príncipe y Timor Oriental, con pocos habitantes. También se habló portugués en Zimbabue, Zambia y Tanzania, pero esas colonias se las arrebataron luego los ingleses, igual que hicieron con Ciudad del Cabo o Bombay y parte de China, donde siempre los portugueses llegaron antes, pero los ingleses se las apropiaron.
Mi vuelo fue de tres horas más una escala corta en Namibia. Sería como viajar de Porto Alegre a Bahía; más o menos ésas son las latitudes comparables de Ciudad del Cabo y Luanda en nuestro continente. En el mapamundi se ve claramente cómo Sudamérica y Africa estaban pegadas antes de su separación en el Jurásico Superior, y tanto la topografía como la vegetación son muy similares a la brasileña. De Angola también vino gran parte de la población actual de Brasil, porque los portugueses la utilizaron como una de sus principales bases de caza de esclavos.
Al llegar, me estaba esperando en el aeropuerto la directora de Caras, y para mi sorpresa, con protocolo oficial porque Tchizé dos Santos, así se llama, es la hija del presidente. La foto que ilustra esta columna fue tomada en el aeropuerto de Luanda con la bandera de Angola.
Estuve menos de 24 horas, y como era un feriado (1º de junio, Día de los
Niños que, siguiendo la tradición soviética, junto con el Día de la Mujer son
feriado nacional) hicieron venir a los periodistas de Caras Angola a la
redacción para que pudiera conversar con ellos. Además de esa actividad, tuve un
almuerzo, una cena y a la mañana siguiente de vuelta al aeropuerto.
Recuerdo que en los únicos dos hoteles cinco estrellas alquilaban sus
habitaciones hasta dos veces por día: para los pilotos de las líneas
internacionales que dormían de día y para los ejecutivos que iban a hacer
negocios de noche, salvo que uno pagara tarifa doble. Es que en 2007 Angola no
crecía, explotaba –el año anterior había sido el país con mayor tasa de
crecimiento del mundo: 25% en sólo un año– y no habían tenido tiempo para que la
infraestructura se acomodara a sus nuevas demandas.
El boom tenía varias explicaciones: el descubrimiento de petróleo, las inversiones chinas, que venían a quedarse con la explotación de todas las materias primas que pudieran (lo mismo hicieron con la mayoría de los países centroafricanos), pero –también– porque Angola había quedado más retrasada que otros países africanos por ser el último país del mundo que siguió con la Guerra Fría, incluso varios años después de la caída del muro de Berlín.
Esa larga guerra tuvo la participación activa del Che Guevara, que bajo el
nombre de “camarada Tatú” se pasó el año de 1965 peleando en la zona del Congo,
parte de la cual integra el territorio actual de Angola, y luchó junto al padre
de Tchizé, el aún presidente de Angola, José Eduardo dos Santos, fundador del
Movimiento Popular por la Liberación de Angola, el MPLA, promovido por Fidel
Castro como causa nacional cubana en los 80. Hoy el MPLA, como el Partido
Comunista Chino, es económicamente más libremercadista que Estados Unidos.
La breve Angola que recuerdo debe ser distinta a la actual porque un lustro de
crecimiento tiene que haber transformado parte de la sociedad que yo me
encontré. Caras era en 2007 la única revista semanal a color, el resto eran en
papel de diario y blanco y negro, y el precio de las revistas variaba según la
ley de oferta y demanda: se la podía comprar a 2 dólares o a 10, cuando al
vendedor le quedaba la última y veía que había más compradores que revistas. La
televisión no tenía otra producción propia que los informativos y la mayoría de
las horas se completaban con programas brasileños, especialmente de Globo, y las
radios pasaban música de Roberto Carlos.
De cualquier forma, las culturas tardan generaciones en cambiar. El Che Guevara, que se fue decepcionado de la cuenca del río Congo, escribió: “Los mandos no tienen el nivel cultural adecuado, no hay disciplina y carecen completamente de preparación; en el camino de regreso el capitán ruandés Zakarías, borracho, chocó contra un campesino y lo mató de un disparo de fusil acusándolo de espía…en pocas horas, todos los combatientes estaban borrachos bajo la mirada de nuestros hombres, a quienes les está prohibido beber”.
Al Che lo irritaba especialmente la práctica del dawa, un líquido preparado por un brujo a quien llamaban muganga, hecho con el jugo de distintas plantas, que los combatientes se rociaban creyendo que los protegía de las balas enemigas.
Un año antes, el Che aprovechó la Asamblea General de 1964 de las Naciones Unidas para viajar a Nueva York y se reunió en Harlem con Malcolm X para intentar crear una brigada de afroamericanos que lo ayudaran a liberar a los pueblos africanos de su retraso. Por esa misma época Nasser, el legendario presidente de Egipto de entonces, le había advertido al Che: “Usted me asombra. ¿Quiere convertirse en un nuevo Tarzán, un blanco que va a instalarse entre los negros para guiarlos y protegerlos...? Eso no saldrá bien”.
Treinta siete años después, con códigos de época totalmente diferentes, fue Moreno quien buscó conquistar voluntades angoleñas.


