La mayoría propone la división del trabajo y el comercio con mínimas barreras entre países. Sin embargo, algunos economistas no lo comparten. La irrupción de Guillermo Moreno en el comercio exterior y en el mercado de cambiario nos lleva a refrescar el pensamiento de un economista coreano radicado en Estados Unidos y discípulo de J. Stiglitz, que se llama Ha-Joon Chang y es un destacado defensor del proteccionismo.

Uno de sus libros titulado ¿Qué fue del buen samaritano? sostiene que los países ricos de hoy recomiendan a los más pobres la libertad de mercados porque les conviene, pero que en verdad cuando ellos buscaban su propio desarrollo aplicaron medidas proteccionistas, contradictorias con las que hoy promueven.

No actúan como buenos samaritanos, aconsejando correctamente a los necesitados. De ahí el título de su libro. Los ejemplos históricos del proteccionismo sorprenden. Así, por caso, Inglaterra logró en el siglo XVI superar a los flamencos en la actividad textil lanera luego de prohibir las importaciones de prendas y la exportación de lana sin procesar.

Trajeron al país artesanos expertos de Flandes y copiaron la mejor tecnología de la época. El esfuerzo demandó casi cien años. Más adelante, la Ley de Navegación exigió que todo el comercio con Inglaterra se hiciera a través de la flota del país.

Estados Unidos, por su parte, promovió a las industrias incipientes con altos aranceles a la importación de productos manufacturados. Alexander Hamilton lo propuso en 1791 y Estados Unidos mantuvo políticas proteccionistas hasta después de la Segunda Guerra Mundial. En el caso de Japón y su fenomenal crecimiento a partir de 1950, contrariamente a lo que puede crearse, se consiguió con un mercado de capitales rigurosamente controlado. Además, de limitar las importaciones y promover las exportaciones, se desconfiaba de las empresas trasnacionales.

La preferencia por el capital nacional era inocultable. Las empresas extranjeras debían tener socios locales, abastecerse en el mercado interno, comprometerse con programas de exportaciones que compensaran las importaciones y soportar trabas para repatriar dividendos o regalías.

¿No suena esto parecido a lo que estamos viviendo en Argentina? Destaquemos que en algo no se parece: Estados Unidos impidió por más de cien años que las empresas extranjeras realizaran minería en su territorio.

Chang hasta defiende la empresa estatal y la vincula con el progreso de algunos países. Da como ejemplos a Taiwán, Singapur y al sector estatal francés que aún hoy, pese a las privatizaciones, tienen un peso de significación en esa economía.

¿El gobierno argentino estará pensando en Aerolíneas Argentinas como la nave insignia del modelo empresario estatal? Pero lo más impactante de los relatos de Chang son los de su Corea natal. En el término de tan solo cuatro décadas pasó de una pobreza casi extrema a ser un próspero país industrial.

La renta per cápita que en 1972 era de u$s 319, pasó en 1979 a u$s 1.647 y llegó en 2010 a u$s 20.757. La esperanza de vida era en 1960 de 53 años y en 2003 de 77 años. Para comparar: La renta per cápita de Argentina era un 300 % superior a la de Corea en 1960.

La diferencia bajó al 50 % en 1982 (hace 30 años) y en la actualidad se invirtió el resultado y Corea supera a la Argentina en un 130 %. Según Chang, Corea logró sus éxitos a través del apoyo a la industria local mediante el proteccionismo, el ahorro de divisas y la austeridad. Los que fumaban cigarrillos importados eran tildados de poco patriotas por gastar las divisas en consumos superfluos.

Como el buen samaritano de la parábola bíblica y con las ideas de Chang, Moreno parece querer ser quien socorra al gobierno lastimado por la fuga de capitales. Pero claro, para creerle ¿no debería confesarse y hacer penitencia por sus graves pecados: La intervención del Indec el estropicio causado por la prohibición de exportar carne y la deplorable salida de más de u$s 10.000 millones en importaciones de gas y petróleo cuando nuestro país podría generarlos?.