No en balde, hace ya varias décadas, Alejandro E. Bunge supo calificarnos como la agrícola Argentina, país de población urbana.

Prácticamente, desde que se inició la campaña de verano, los cultivos han estado sometidos a una fuerte falta de humedad.

La sequía se hizo patente a partir de diciembre, cuando los cereales como el maíz más agua necesitan, y, pese a las recientes lluvias, el mal continúa no sólo para éstos sino para los oleaginosos. Y en este cuadro, el ataque de plagas diversas ha sido constante.

Las estimaciones para la soja, al inicio de campaña, marcaban una cosecha superior a 52 millones de toneladas. Hoy se está hablando de una cosecha cercana a 49 millones de toneladas. Pero la realidad se está mostrando distinta. Lamentablemente, dada la sequía, el volumen a levantar no será superior a 42 millones de toneladas.

La soja de primera ha sufrido la falta de agua y la de segunda ha sido sembrada con enorme retraso de, por lo menos, un mes y medio.

El caso del maíz es mucho más grave. En diciembre se calculaba una cosecha de 29 millones de toneladas. Es triste pero es así: el maíz de primera es a todas luces, ya, un fracaso de irremediable recuperación.

El maíz de segunda, que no representa una porción importante sobre el total de este cereal, tiene una perspectiva más alentadora aunque nada excepcional ya que se ha sembrado tarde y ha recibido el golpe de la escasez de agua. Ahora este cultivo depende del devenir futuro.

Los demás granos como el maní, el girasol o el sorgo, también están afectados seriamente.

El gobierno viene sosteniendo que habrá un superávit comercial próximo a 10.000 millones de dólares. Este número se basa en las estimaciones originales sobre la cosecha gruesa.

Sin embargo, resulta válido poner seriamente en duda tal cifra. Por la baja en la producción la caída en las exportaciones del complejo agrícola (con los subproductos) rondará el valor de 8.000 millones de dólares. Por ejemplo, sólo en soja y harina y aceite de soja se puede estimar una reducción superior a 4 mil millones de dólares. Para el caso del maíz, la baja estaría próxima a u$s 2.000 millones.

A ello debe agregarse la desaceleración global, la baja en el crecimiento de Brasil y la pérdida gradual de competitividad que otorga un tipo de cambio real cada vez más adverso.

Como están las cosas, nos encaminamos a un saldo comercial muy reducido.

En este contexto, no debería extrañarnos que en poco tiempo, se recurra a la aplicación de mayores medidas restrictivas a la importación y de promoción de sustitución de importaciones. Más si consideramos la presión que ejercerá la menor oferta de dólares a consecuencia de una baja en las exportaciones agrícolas.