Es imposible saber qué futuro se encierra en esa novedad. Pero el pasado reciente demuestra que un percance en la salud de un dirigente puede cambiar el rumbo colectivo. La afección en la carótida de Carlos Menem distendió de tal modo la escena pública que permitió un acercamiento con Raúl Alfonsín, sin el cual el Pacto de Olivos, la reforma constitucional y la reelección habrían sido improbables. Los trastornos circulatorios produjeron la partida inesperada de Néstor Kirchner, dando lugar a una transfiguración del muerto y a un vuelco en el destino del oficialismo.

El cáncer de tiroides que se le descubrió a la Presidenta parece esconder menos sorpresas. Los médicos coinciden en que la evolución será buena, ya que el tumor fue detectado temprano, no presenta metástasis y no compromete los ganglios. Por otra parte, Cristina Kirchner viene mostrándose frente a otras perturbaciones como una paciente disciplinada y cuidadosa. Estas peculiaridades hicieron que el Gobierno recibiera el diagnóstico con pena y consternación, pero no con dramatismo. Así y todo, nadie puede pronosticar cómo influirán la enfermedad y el tratamiento en la toma de decisiones de ahora en adelante.

A pesar de esta incertidumbre, ayer comenzó a despejarse una incógnita. Ya se sabe qué lugar ocupará el mal que afecta a la Presidenta en la organización imaginaria de su política. Ella misma se encargó de construir ese lugar, ayer, en el primer discurso en el que se refirió a su nueva situación médica.

La señora de Kirchner se presentó como la abnegación encarnada. Antes de referirse a su afección, adelantó: "Una sola persona no puede, aun cuando esa persona trabaje las 24 horas, aun cuando esa persona ponga su salud al servicio del país". Las cámaras oficiales le tomaban sólo el rostro, superpuesto con el esquemático retrato de Eva Perón que cuelga del Ministerio de Salud, es decir, del edificio donde la segunda esposa del general, ya muy frágil, pronunció su legendario renunciamiento.

La noción de que la enfermedad es un testimonio del desinterés apareció ayer una y otra vez, en distintos contextos. "La verdad que yo estoy dispuesta a hacerme cargo de todo, pero me parece que todo es mucho y bueno, eso finalmente repercute", dijo la Presidenta, sugiriendo que su decaimiento físico es una consecuencia no querida de su altruismo. Más adelante indicó a sus colaboradores que, durante su licencia, "tenemos que estar al frente, como siempre lo hemos hecho, además, haciéndonos cargo de todo".

La exaltación retórica del desprendimiento es constitutiva del discurso sobre la militancia. A los pocos días de su segunda cirugía cardiovascular, Néstor Kirchner fue exhibido por La Cámpora, demacrado y débil, en un acto del Luna Park. Las perturbaciones que sufría no eran, de ese modo, las consecuencias de sus desarreglos, sino la prueba material de que estaba dando la vida por una causa, de que "el cuerpo le quedó chico", como asegura un blog kirchnerista.

La Presidenta retomó ayer esa modulación, que invierte la imagen que proponen de ella los que la objetan. Quienes la ven "autoritaria y hegemónica" -adjetivos con los que parodió a sus críticos-, no advierten que están ante alguien que, en un gesto heroico, se posterga a sí mismo en homenaje a un bien de alcance colectivo. Esta presentación de los datos, cuyo efecto culpógeno puede ser más o menos eficaz, convierte en sublime algo contradictorio: la vulnerabilidad del poderoso.

La señora de Kirchner demostró también que se trata de una profesional a quien ni el miedo ni el dolor distraen de sus objetivos. En el marco de referencia de sus achaques físicos inscribió una operación muy concreta. Así como ella se sacrifica por los demás, Mauricio Macri debería también "hacerse cargo" de algo: los subtes. Macri fue caracterizado ayer, una y otra vez, como la personificación del hedonismo y la mezquindad. Cualquier anécdota fue buena para, de paso, hostigarlo: "Desde lo de Néstor que no me había podido tomar un solo día de descanso, pensaba irme a... No me iba a ir a Italia, ni a ningún crucero, ni a ninguna cosa rara, no, olvídenlo. Me iba a mi casa, yo descanso en mi casa", confesó la Presidenta, aludiendo a los destinos turísticos del alcalde porteño.

La apelación a que Macri colabore sintetizó el espíritu de todo el discurso. La Presidenta reclamó a toda la dirigencia que coopere con el Gobierno durante su convalecencia, en la convicción reiterada de que el apoyo al oficialismo equivale al amor a la patria: "Yo voy a seguir trabajando como siempre lo he hecho, con el mayor de los compromisos, y agradecerles todo lo que puedan hacer por la Argentina, nada más que por la Argentina; por ella es por la única que pido", concluyó.

La hipótesis de que en su ausencia se requerirá mayor responsabilidad está dotada de un maternalismo bastante obvio. Sin embargo, puede tener un impacto poderoso, sobre todo en un país en el cual quien gobierna cuenta con el 54% del respaldo popular y quien debe controlarlo, con el 18%. Para bien o para mal, Cristina Kirchner parece ser un recurso estratégico en una sociedad que carece de sistema político. A muchos ciudadanos les puede resultar muy convincente que la amenaza sobre su salud es una amenaza sobre el bienestar general.

El otro aspecto simbólico de la enfermedad en la presentación de ayer hace juego con el de la ofrenda: el combate contra el carcinoma es una metáfora de la política entendida como lucha. "Vamos a seguir con la misma fuerza de siempre", dijo la Presidenta. "Vencerás a esta pequeña glándula como lo venís haciendo con las elecciones de 2007 y de 2011", escribió Hebe de Bonafini. Desde la primera hora el kirchnerismo convocó a una larga vigilia frente al Hospital Austral para dar fuerza a su líder en la pelea por la reconquista de la salud.

Todo alimenta una visión de la política como gesta. La Presidenta la hizo explícita cuando comentó que Hugo Chávez la había invitado al "congreso de los presidentes que vencieron al cáncer". Chávez perfeccionó ayer su convocatoria con la denuncia de un enemigo oculto que habría contaminado con tumores a los líderes populistas.

La belicosidad llegó ayer a los detalles. Desde su lecho hospitalario, la señora de Kirchner no pretende despejar tensiones. Ayer se acordó de casi todos sus enemigos. Explicó que la biología zanjó la disputa constitucional sobre la obligación del vicepresidente de alinearse con el presidente, en otro recuerdo peyorativo de Julio Cobos. También reclamó a los "sectores laborales" -eufemismo de "sindicatos"- que no exijan privilegios. Al parecer obtuvo un resultado: Hugo Moyano intentó hablar con ella. Hasta anoche no se sabía si lo había logrado.

La politización del diagnóstico médico, tal como se produjo ayer, explica la reacción del Gobierno frente a la novedad del tumor. Cristina Kirchner no hará como Chávez, ni como Fidel Castro, ni como François Mitterrand, ni como su esposo, Néstor, que con éxito dispar intentaron ocultar sus males. Ella decidió, desde el primer minuto, transparentar su situación, comunicar el sufrimiento. Envuelta en un negro interminable, está segura de que en la exhibición de ese padecimiento está su fortaleza.