Tras haberse revelado recientemente la enfermedad que padece la presidenta de la Nación, Cristina Fernández- tiene un carcinoma papilar en el lóbulo de la glándula tiroides- lo que concluirá en una intervención quirúrgica que los médicos a los que se someterá aseguran que será un éxito, su reemplazante en la conducción del Poder Ejecutivo será, hasta tanto Cristina esté recuperada, su vicepresidente, Amado Bodou.

En un nuevo análisis político y económico, los doctores Vicente Massot y Agustín Monteverde reflexionan acerca de la gestión presidencial y expresan que “al concluir el año resulta obligado pasar revista a las líneas directrices que Cristina Fernández le ha impuesto a su gestión y no van cambiar en lo inmediato”.

Asimismo, los analistas deducen que “la euforia oficialista se acabó como por arte de magia. A dos semanas de la reasunción de Cristina Fernández, su triunfo de octubre luce demacrado. No porque la presidente haya resignado parte del enorme poder que todavía detenta, sino porque de pronto, como sea, todos han tomado conciencia de lo efímero de las cosas de este mundo y de lo fugaz que pueden resultar los fenómenos supuestamente invencibles”.

“Hasta el menos perspicaz de los mortales advertiría, sin necesidad de recurrir a un profesor particular que le enseñase cómo se desenvuelve la política entre nosotros, el sesgo hegemónico del kirchnerismo. Nadie puede llamarse a engaño, pues, respecto a qué significa, a esta altura, ir por todo para Cristina Fernández”, apuntan Massot y Monteverde.

En este sentido, consideran que Néstor Kirchner “fue un verdadero maestro y, por lo visto hasta aquí, tendría sobradas razones para estar orgulloso de su mujer (alumna). Entendió como ninguno de sus antecesores —incluyendo a los militares que gobernaron el país de los argentinos— la esencia de la política teniendo en cuenta que la nuestra es una sociedad mansa sin apego por instituciones sólo hallables en los textos y las academias”.

Critican en su análisis el hecho de que tanto para Néstor como para Cristina “el Congreso con sus dos cámaras, la idea de la representación, el estado de derecho, y la independencia de la Corte significaran tópicos a los que correspondía ponerles atención en el discurso, para luego hacerlos a un lado a la hora de gerenciar los asuntos públicos”.

Cuestionan, además, “la celeridad con la cual los diputados y senadores oficialistas han levantado la mano para aprobar —prácticamente sin análisis— los proyectos de ley enviados por el Ejecutivo”. Consideran que es “una tontería peligrosa. Porque supondría creer que aún con mayorías automáticas, como tiene el kirchnerismo, el gobierno estaría obligado a perder el tiempo en discusiones estériles. Votar a libro cerrado no es un invento perverso del santacruceño y su cónyuge. Es una práctica democrática —dicho sea de paso— que en estas playas data de antiguo”. Pero disparan: “Eso sí, el kirchnerismo, poco adicto a las formas, la ha llevado a topes inauditos”.

Pese a las críticas, los analistas destacan dos ventajas en el gobierno cristinista: “por un lado la suma legal del poder público y, por otro, el hecho de que en el año del ajuste no habrá elecciones. Con la actual constitución de las Cámaras en el Congreso Nacional; el dominio de los jueces federales; el unitarismo fiscal; y una Corte Suprema a la que, llegado el momento, se la ignora olímpicamente, Cristina Fernández puede votar la ley que le venga en gana, hacerla valer y, eventualmente, si el Tribunal Supremo la declarase inconstitucional, eludir sus consecuencias. Las leyes recién votadas son instrumentos de un gobierno tan crudamente democrático como desvergonzadamente antirrepublicano”.

Sin embargo, la Casa Rosada “debe enfrentar a sus enemigos —Clarín, Moyano, Scioli y Macri—. En este último orden, no tener que medirse con los partidos opositores en una elección, representa la cuota de suerte que 2012 le traerá aparejada al gobierno. Contra lo cual también es cierto que, al momento de abrirse en masa las paritarias, la administración K deberá lidiar no con los pesos mosca de esa oposición paupérrima, que se debate en su impotencia sino con los pesos pesados del gremialismo, cuya gimnasia en estos menesteres no conviene desdeñar”.

En cuanto a Macri, Massot y Monteverde creen que “todavía falta mucho para que pueda convertirse en un factor de poder estratégico. Es, sin duda, de cuidado, no por lo que tiene actualmente como por su potencial futuro. A la par de los actores de carne y hueso mencionados, están los procesos que se desarrollan en el mundo y repercuten en la Argentina con efectos que el gobierno no puede impedir, tales como los vaivenes de la economía mundial”.

En el año que se avecina, los analistas plantean que se vislumbran dos temas claves que encierran incógnitas de envergadura “que nada tienen que ver con personalidades destacadas sino con situaciones graves. Se llaman crisis externa y ajuste doméstico. De cómo repercutan entre nosotros dependerá el escenario argentino”.

Y concluyen: “En un país sin instituciones, cuando empeora la salud de la figura providencial de turno, todo tambalea. Si existiesen aquéllas, el problema no pasaría a mayores. Faltando las mismas, la salud se transforma en una cuestión de estado excluyente”.