CIUDAD DE BUENOS AIRES - No será sencillo porque Cristina Fernández lo está
planteando difícil su 2do. mandato consecutivo (3ro. del Frente para la
Victoria), que todo indica apunta a consolidarla como personaje providencial,
eje de la agenda y las decisiones, líder absoluta. Si ella acierta, muy bien por
ella pero si yerra, el sistema institucional estará en problemas graves.
Además, el estilo de Cristina es construir erosionando / confrontando /
agrediendo a quien no acepta su autoridad, sin cuestionamiento alguno. Algunas
frases de Ella:
> "No soy la Presidenta de las corporaciones, soy la Presidenta de los 40
millones de argentinos”.
> "Quiero pedirle a los hombres y mujeres de guardapolvos blancos, y a los
gobernadores que hagamos un inmenso esfuerzo por cumplir todos los días de
clases”.
> "Los juicios por derechos humanos han demorado más de 30 años en ser iniciados
y aún no terminaron. Pido que 2015 hayamos dado vuelta definitivamente una
página tan trágica de nuestra historia".
> "Uno de los puntales fundamentales ha sido el desendeudamiento de la
Argentina, hoy lo sabe el mundo”.
> "Si nos hubieran hecho caso, estarían mejor” (Mensaje al campo por la
Resolución 125).
> "Les pido a todos los sectores que no escupamos al cielo, porque nunca nos ha
dado resultado a los argentinos. Cuidemos lo que hemos logrado en estos años”.
> "Hemos alcanzado el mejor salario mínimo, vital y móvil de toda la región,
tenemos un índice de cobertura previsional del 96% de los argentinos en
condiciones de jubilarse”.
> "No puede haber reglas generales para todas las empresas y todos los
empresarios. Vamos a ir empresa por empresa y actividad por actividad."
Acerca de la construcción del relato oficial y de la relación con los medios
en el 2do. mandato de Cristina Fernández, escribió Carlos Salvador La Rosa, en
Los Andes, de Mendoza:
"(...) A Néstor, como a casi todo político convencional, nunca le gustó que
los periodistas lo criticaran. Por eso buscó limitar el contrapoder de los
medios críticos y crear el monopolio de la prensa oficial. A Cristina tampoco le
gusta que la critiquen, pero ésa no es su mayor obsesión porque más le gusta
criticar, entendiendo la crítica como un modo de acumular poder.
En la década de los ‘90, el periodismo político alcanzó sus más altas cumbres de
prestigio. Horacio Verbitsky valoró en sus libros el papel del periodismo de ese
entonces para contrapesar, con sus críticas, el poder menemista, ante la
claudicación de casi todos los otros sectores, incluso la universidad encerrada
en peleas corporativas en vez de sumar las grandes ideas al debate público,
cuando la Academia -aliada a la prensa- podría fortalecer las voces críticas de
la sociedad frente a todo tipo de poder político o económico.
Sin embargo, como las cosas que deben ocurrir siempre ocurren, pero casi nunca
como se las piensa, terminó siendo el kirchnerismo quien sacó los intelectuales
a la calle, pero no para sumar su voz a la del periodismo sino para hacerlos
pelear a unos contra otros. No sólo logró eso sino también que los periodistas
se pelearan entre sí. Todas peleas por razones políticas, ninguna por razones
profesionales.
El kirchnerismo pudo así poner todos a su servicio: los que devinieron
oficialistas porque cambiaron su papel crítico por el propagandístico; los que
resistieron, porque se les relativizó su capacidad crítica al caracterizarlos
como contendientes directos del poder y no como contrapoderes. El Gobierno
elaboró un relato por el cual sólo existen amigos o enemigos en la prensa. Ahora
busca hacer lo mismo con la universidad.
Dentro de las ciencias sociales, si hubo una disciplina que desde 1983 a la
fecha logró alcanzar un status científico alejado del mero ideologismo, fue la
Historia, lo cual no significa que hubiera devenido ciencia exacta, sino que sus
debates dejaron de ser maniqueos y se remitieron más a categorías profesionales
que ideológicas o políticas. Mientras eso ocurría en la Academia, a nivel masivo
se divulgaba un relato novelado que contaba la historia como pelea entre
buenísimos y malísimos, comparando anacrónicamente el pasado con el presente. No
obstante, a su modo, todos estaban contentos. Unos avanzaban por caminos
científicos relativamente alejados de la coyuntura y otros ganaban millones
vendiendo novelas históricas. Cada cual en lo suyo.
El problema fue cuando el poder político decidió mezclarlos. Para eso hizo que
los autores de best sellers invadieran las academias de historia, al grito
acusatorio de elitistas y ocultadoras de próceres “populares”. Como hizo con el
periodismo, puso todos contra todos, para usarlos todos a su servicio.
Ésa es la novedad de esta etapa: ya no se busca imponer un relato solamente
contra el periodismo sino también contra todo otro relato. Mejor dicho,
convertir toda idea en relato oficial. Esa pretensión no la tuvo Néstor, pero es
la obsesión de Cristina, aunque seguramente Néstor la hubiera aprobado. (...)".
Acerca de Guillermo Moreno, escribió Joaquín Morales Solá en el diario La
Nación:
"(...) Los jóvenes, como Juan Manuel Abal Medina o Hernán Lorenzino, están
para la vidriera de la renovación o para el relato de la innovación. El único
ministro en serio, aunque de facto, que Cristina Kirchner nombró se llama
Guillermo Moreno. No es joven y no ha innovado en nada; más bien les ha pasado
el plumero a los manuales del peronismo de los años 40 y 50. La propia
Presidenta es consciente del enorme poder que depositó en Moreno, porque su
supersecretaría se convirtió en casi el único anuncio administrativo que hizo
ante la Asamblea Legislativa durante un discurso de más de una hora. Moreno es
leal -cómo negarlo- y comparte con Cristina el deslumbramiento para descubrir
las conjuras reales, probables o inexistentes.
Pero hay algo más en esa relación inverosímil (Moreno no cumple con ninguno de los requisitos estéticos de la Presidenta): ella le cree al poderoso secretario de Comercio. Mientras el resto del gabinete desconfía por lo general de las aseveraciones de Moreno o de sus denuncias de intrigas antikirchneristas, Cristina Kirchner confía ciegamente en él.
Moreno maltrata a los empresarios. Los empresarios se lo merecen, deduce la
Presidenta. Moreno está a punto de enfadar a todo el mundo que le exporta a la
Argentina. El mundo está lleno de avaricia y de egoísmo, concluye Cristina. La
Presidenta inauguró su segundo mandato fortaleciendo el ala más dura y populista
de su administración.
Existe un atenuante para el secretario de Comercio. Sus métodos son violentos
y sus recetas son arcaicas, pero no resbala en la frivolidad que frecuenta el
flamante vicepresidente, Amado Boudou, supuesto cerebro de la economía
kirchnerista hasta ayer. En la ceremonia más solemne de una democracia (la
asunción de un presidente ante los representantes del pueblo), Boudou parecía
estar en una fiesta de fin de curso. Julián tiene hambre, se desubicó cuando el
presidente de la Cámara de Diputados activó involuntariamente la campana de
llamada o de orden del cuerpo. Esa campana no se usa nunca para dar por cerrada
una sesión, si es eso lo que interpretó Boudou. ¡La famosa campanita existe!,
exclamó también, no bien hurgó entre los enseres que están en el estrado de la
Cámara. (...)":
Acerca del ninguneo a la CGT y al PJ, escribió Alfredo Leuco en el
bisemanario Diario Perfil:
"(...) A partir de ese momento, que podríamos ubicar temporalmente a la hora del armado de las listas, la Presidenta no hizo un solo gesto favorable ni al PJ ni a la CGT. Todo lo contrario. Sus decisiones más importantes fueron en contra.
Algunos ejemplos: bajó de un plumazo de sus candidaturas a integrantes de la
CGT del ala izquierda del moyanismo como Julio Piumato y Juan Carlos Schmid.
Intervino en cada provincia para colocar jóvenes camporistas, en algunos casos
desconocidos hasta para ella misma, en lugar de históricos dirigentes
justicialistas. Impuso en la línea sucesoria a Amado Boudou y Beatriz Rojkés de
Alperovich, dos recién llegados al partido de Perón que no tienen nada que ver
ni culturalmente con ese líder. Arrojó casi al llano, lejos del poder real, a
Aníbal Fernández, alguien que simboliza como pocos esa estética y ética del
peronismo menemista, duhaldista y hasta kirchnerista. La construcción del
cristinismo en la provincia de Buenos Aires, donde está la madre de todas las
batallas, la hizo intervenir de manera brutal tanto en la Legislatura como en el
gabinete de Scioli. Gabriel Mariotto, el vicegobernador que actúa como delegado
de Cristina en el territorio, fue el instrumento utilizado para quedarse con el
manejo del poder y la caja del Parlamento provincial. Siempre con el mismo
objetivo: desplazar de los lugares claves a los hombres que responden al
gobernador o a los intendentes caracterizados como dinosaurios.
Horacio Verbitsky y Nilda Garré realizaron un operativo de pinzas demasiado
evidente para destituir al ministro Ricardo Casal, a quien Scioli defendió con
uñas y dientes. Cristina ordenó una tregua durante la campaña pero ahora abrió
nuevamente la temporada de caza. Casal, a esta altura, es mucho más que un
hombre acusado por el cristinismo de haberle dado el poder absoluto a la policía
bonaerense para fortalecer la corrupción, el gatillo fácil y las zonas
liberadas. Hoy Casal es el límite de la autonomía del gobernador. Si lo entrega,
para los intendentes será como darle definitivamente el manejo de la provincia a
Cristina. Cada uno sabrá luego qué camino tomar y ante quién cuadrarse.
Las pocas designaciones ministeriales, en general, pero la de Juan Manuel
Abal Medina, en particular, forman parte de esa misma estrategia anti PJ y CGT.
Moyano tiene el olfato suficientemente desarrollado para advertirlo y por eso
sus colaboradores difundieron una boleta electoral de la Alianza, en 2001, que
mostraba a Juan Manuel y a Garré como candidatos cuando Fernando de la Rúa y
Domingo Cavallo eran los emblemas de esa etapa. (...)".
Profundizando ese tema y agregándole la primacía de La Cámpora, escribió
Eduardo van der Kooy en el diario Clarín:
"(...) El kirchnerismo fue en su amanecer un laboratorio de ensayos donde
fracasaron la transversalidad y la concertación. El ex presidente, en especial
luego de la derrota del 2009, había resuelto replegarse en el PJ tradicional.
Aun antes de la arrolladora victoria, Cristina dispuso un cambio de planes:
aquel peronismo comenzó a ser relegado por los jóvenes de La Cámpora y por un
lote de dirigentes y funcionarios que creyeron hallar una nueva oportunidad.
La Presidenta no mencionó al peronismo ni una vez al reasumir. Aludió a Juan
Perón para reprocharle, delante de la Asamblea, la ausencia del derecho a huelga
–que la historia indica que existió– en sus primeras presidencias. Utilizó
también al ex Presidente para enviarle un correo a Hugo Moyano, el gran ausente
de la fiesta.
“El derecho a huelga que nosotros sí tenemos no es el derecho a la extorsión” ,
recriminó.
Es probable que Cristina haya dado el adiós definitivo al peronismo que nunca,
en verdad, la terminó de convencer. En todo tránsito suelen ocurrir situaciones
de incomodidad y confusión. El oficialismo estalló al final de la ceremonia en
el Congreso entonando la marcha peronista. La mechó con párrafos de loas a
Kirchner y a la Presidenta. El cristinismo que emerge y se afianza en el poder
es todavía una expresión ideológica laxa , que se nutre del relato y de alguna
mitología.
El mérito de Cristina fue haber sabido catapultar aquella corriente de jóvenes
en los funerales de Kirchner. Ella misma se encargó de insertarla como parte
sustancial de la nueva ingeniería del poder. Ocuparán lugares muy cerca de la
primera línea de la administración nacional; poseen casi una decena de bancas en
Diputados y se apropiaron de puestos relevantes en Buenos Aires. Gabriel
Mariotto, otra de las caras dilectas de la televisión oficial en la jura de
Cristina, es vicegobernador. Junto al camporismo comenzó a tejer un cerco
alrededor de Daniel Scioli. El gobernador, omitido por aquella misma TV oficial,
dejará de tener en la Legislatura las facilidades que tuvo hasta ahora.
Los protectores de Cristina, como le gusta llamarse a La Cámpora, han sido
también los primeros en dar indicios del clima político que podría sobrevenir
luego de la tregua del raro tiempo electoral. Se encargaron la semana pasada de
enfrentar al peronismo bonaerense durante la conformación de la nueva
Legislatura. Abuchearon a Moyano cuando su hijo, Facundo, asumió como diputado
nacional. Atacaron a cada uno de los opositores que se incorporaron al Congreso.
Participaron en una trifulca, con un herido, en la asunción del intendente de
Mercedes que pertenece al FPV, pero que derrotó a otro postulante camporista.
Habrían delineado un mapa casi perfecto de los enemigos internos y externos que
se aprestan a enfrentar. (...").
Acerca de la agenda 2011-2015 y el concepto "Cristina eterna", escribió
Eugenio Paillet en La Nueva Provincia, de Bahía Blanca:
"(...) La Presidenta sabe y toma nota de que hay quienes la cuestionan, dentro de la administración, por aplicar de un solo golpe (y no haber dado paso, en cambio, a políticas más graduales) el aumento de las tarifas de luz, gas y agua. Y ya no están seguros algunos funcionarios que sostenían que la sociedad iba a apoyar en general y que Cristina no tendría que pagar costos hacia el futuro. Es como querer tapar el sol con una mano: cuando a un habitante de la clase media que hasta ahora pagaba 50 pesos por la luz le llegue una boleta con un costo de 300 pesos, no habrá forma de que Boudou o De Vido pretendan seguir vendiendo gato por liebre: eso será un golpazo directo al bolsillo y se acabará el verso del "redireccionamiento" con el que le han tomado el pelo a la ciudadanía.
¿Hay un escudo protector para Cristina, frente a ese eventual revulsivo
social? "No, no lo hay", responden en la Casa Rosada, mientras muestran una
encuesta de Ricardo Rouvier donde se asegura que el 70 por ciento de los
consumidores está de acuerdo con que le quiten el subsidio.
Los otros aspectos que marcarán su gestión, al menos en el arranque, si se da
por cierto que en marzo habría un retoque, son los mismos que jalonaron su
primer mandato; al menos, en la segunda mitad: guerra contra "Clarín" y los
monopolios, impulso a la ley para regular la fabricación de papel de diario,
fuerte discurso contra los jueces que no fallen como a ellos les gusta, a los
que Cristina acusa de ser "la justicia cautelar"; reafirmación a ultranza del
concepto K amigo-enemigo y del discurso único, y sesgos autoritarios en la forma
de gobernar.
Podría decirse que ella sigue siendo la más fiel exponente de ese estilo que
patentó su extinto esposo: endurecimiento en todos los frentes, lo que incluye
hacer pagar a los que no coinciden el 54 por ciento de los votos del 23 de
octubre. Y en ese rubro bien podría caer toda aquella gente que hoy empieza a
despotricar contra el recorte de subsidios, mientras aparecen cadenas de mails
llamando a cacerolazos de protesta en marzo. Se avizora un corto plazo
complicado, si se tiene en cuenta, además, que la mayoría absoluta en las dos
cámaras convertirá otra vez el Congreso en una mera escribanía al servicio de la
Casa Rosada. El muy probable que el Parlamento apruebe, antes de fin de año, el
grueso de las leyes que ella necesita: Presupuesto, emergencia económica,
extensión de impuestos al cheque y cigarrillos, ley de Tierras, y la de
regulación de venta de papel de diarios, una amenaza para la libertad de
expresión. Todo ocurre mientras la oposición sigue mirando el partido desde la
tribuna.
La designación de Diana Conti, la del eslogan "Cristina eterna", al frente de la comisión de Asuntos Constitucionales del Senado no es inocente. Por allí deberán ingresar los proyectos que propongan una reforma de la Constitución, que permitiría una segunda reelección a la presidenta. En marzo, ella resolverá si desempolva un texto que Zannini guarda en sus escritorios. (...)".


