DE toda la pompa y circunstancia que ayer rodeó tanto la reasunción del mando de la Presidenta para el período 2011-2015 como la jura de su gabinete, hubo un episodio ligeramente anterior al que podría considerarse "menor" si no fuera por su enorme carga significativa; si no fuera porque es una señal que apunta a desnudar los resortes más íntimos del poder. Hace diez días, en Berazategui, la señora de Kirchner trató públicamente de "concheto de Puerto Madero" a Amado Boudou. Pudo pensarse en ese momento que la intención de la Presidenta era descalificar a su flamante vicepresidente, confirmando de este modo las versiones de que éste habría perdido su favor, pero el ascenso casi inmediato del delfín de Boudou, Hernán Lorenzino, para sucederlo al frente del Ministerio de Economía, desvirtuó, en principio, esta conjetura.
En vista de esta confirmación indirecta de Boudou por parte de Cristina, algunos piensan que el adjetivo que la Presidenta le dirigió al vicepresidente pocos días antes de que ambos asumieran como número uno y número dos en la jerarquía del Estado, sólo pudo tratarse de una broma, a lo más, inoportuna. Pero hay otra interpretación favorecida en algunos círculos del "ultracristinismo" según la cual la Presidenta habría escogido lanzar su "broma" a Boudou para poner en evidencia que, lo mismo que los de sus más encumbrados colaboradores, los dichos del vicepresidente están siendo vigilados a través de un sistema de escuchas telefónicas del cual ninguno puede escapar. Si en una conversación íntima Boudou habría desconsiderado a Cristina, en la alusión simétrica de la Presidenta hacia él habría un mensaje implícito al resto de sus colaboradores: que, probablemente a través de la ex SIDE, todos ellos son sistemáticamente escuchados.
Puede deducirse por ello que los ministros y los secretarios recientemente confirmados o ascendidos acaban de ser notificados de este modo que, como aquellos trenes a los que se refería una famosa película checoslovaca premiada en los años sesenta, Trenes riguorosamente vigilados , también ellos están "rigurosamente vigilados" desde la Casa Rosada. Pero ésta ya no es una mera conjetura sino una notificación sutil que ha sido propalada, desde su sitial mediático, por la propia Presidenta.
Se ha dicho con razón que el poder que acaba de asumir Cristina con vistas a su segundo mandato es "absoluto". En su significación etimológica, absoluto quiere decir "absuelto". ¿Absuelto de qué? De todo límite, de todo control. En el siglo XVI, el famoso tratadista Jean Bodin definió al poder de los reyes absolutos de su tiempo diciendo que estaban exentos, "absueltos", "de toda limitación legal". La definición de Bodin iba en camino hacia la proclamación del poder absoluto que formuló el rey Luis XIV (1643-1715), cuando dijo: "El Estado soy yo".
Después de su reelección del 23 de octubre, con el 54 por ciento de los votos, la presidenta Kirchner se ha acercado a esta definición. Domina sin sombras la designación de sus colaboradores de primera y de segunda línea; también dominará el próximo Congreso con mayoría absoluta, así como a las provincias a través de la "caja" que sólo ella controla. Es débil la resistencia que podrá ofrecerle el supuesto "poder judicial", ya que sus miembros, si bien son "jueces", han quedado lejos de configurar un verdadero poder como el que define la Constitución cuando habla de "tres" poderes y no de "uno", capaces de contenerla a la Presidenta cuando quiera desplegar su propia preeminencia.
Hasta podría agregarse que Cristina ya no cuenta, aunque lo quisiera, con el acompañamiento vital del propio Néstor Kirchner y que, para todos los efectos prácticos, no sólo se ha quedado sola en la cima del poder sino que, ya sin el compañero de toda su vida, acentúa su soledad al no compartirla con nadie.
Sola , ¿por cuánto tiempo? La Presidenta ha sugerido más de un vez que, en lo personal, no aspira a gobernar más allá de 2015. Contradiciendo esta intención, sin embargo, la diputada Diana Conti, aquella que habló de una "Cristina eterna", será alojada en la Comisión de Asuntos Constitucionales, que es justamente la comisión que debería tratar una posible reforma constitucional para "eternizar" a Cristina más allá de 2015.
Supongamos que la Presidenta no quisiera, verdaderamente, prolongar su poder. En este caso hipotético, ¿quién la reemplazaría? Desde el mando vertical que ahora emana de ella, ¿en quién confiaría Cristina? ¿En el alicaído Boudou? ¿En sus vigilados ministros? ¿En el joven Máximo? ¿En algún delfín que, por ahora, es inimaginable? ¿O, dadas las dificultades económicas que se avecinan, el próximo presidente podría provenir de una oposición por ahora más devaluada aún que los colaboradores de la Presidenta?
Hasta ahora hemos hablado, para tipificar el mando de Cristina, del concepto clásico de "absolutismo", entendido como el sistema en el cual una persona no admite controles "fuera" de ella, ya sea en el Congreso, entre los jueces, o en la opinión pública. Pero también habría que hablar de otro absolutismo, el absolutismo interior , mediante el cual el gobernante absoluto confina a sus propios colaboradores al rol de meros ejecutores de sus órdenes, sin que ellos se atrevan ni siquiera a aconsejarlo o, menos aún, a disentir en la intimidad con sus decisiones. Por supuesto, no conocemos los debates que podrían rodear a Cristina en la intimidad porque otra de las características del absolutismo es el hermetismo. Valga como presunción, empero, lo que acaba de revelar el "episodio Boudou". ¿Qué libertad de opinión podrían conservar los ministros y los secretarios de Estado si se sienten vigilados?
La técnica del poder total se expresa, además, en el hecho de que a veces Cristina pone, por debajo de sus colaboradores formales, otros colaboradores aún más confiables aunque en una posición supuestamente inferior, para "puentearlos". Este es el caso evidente del vicegobernador de Buenos Aires, Gabriel Mariotto, que actúa como "comisario político" del gobernador Scioli, una situación a la que podría asimilarse, de ser confirmada, la designación del "camporista" Axel Kicillof inmediatamente por debajo del nuevo ministro de Economía. Con segundos que no les responden y con teléfonos violados, ¿qué margen de acción les quedará a los ministros de Cristina, aun suponiendo que aspiren a un mínimo de autonomía?
Hay, por lo visto, un absolutismo más agudo todavía que el absolutismo clásico, que contempla la suma del poder de un gobernante sobre su sociedad: el absolutismo interior de ese mismo gobernante al albergar sospechas sobre sus principales subordinados, que los lleva a espiarlos de un lado y a poner del otro a verdaderos comisarios políticos que los presionan desde adentro para impedir que piensen por ellos mismos.
Esta observación desemboca en una incómoda pregunta: ¿quién de sus colaboradores se animará a llamar la atención de la Presidenta cuando algo ande mal? ¿De qué le sevirían al gobernante empero esos colaboradores que, por temor, no se animan ni siquiera a expresarle sus propios puntos de vista? Cuando ha acallado una y otra vez las voces de la crítica exterior a la que ha despreciado y las voces del consejo interior de los que no se animan a ofrecerlo, ¿no es vulnerable la situación del gobernante absoluto? En su absolutismo, ¿no reside acaso su verdadera limitación? Quizás no haya nada más peligroso, en este sentido, que el aplauso de los incondicionales..


