La Presidenta sigue enviando señales a los empresarios. Aunque en ese sector
persisten las dudas sobre el rumbo de su próximo período. Esas dudas se
alimentan con la permanencia de ciertos funcionarios. Tregua en el sindicalismo
por la sucesión de Moyano. Inquieta el ajuste.
Nunca como desde su triunfo arrasador de octubre, Cristina Fernández cortejó
tanto a los empresarios . Recorrió un par de fábricas de autos, un parque
industrial, estuvo cuatro horas en la UIA ladeada por Ignacio de Mendiguren y
otros capitostes, habló en la Cámara de la Construcción y tuvo citas reservadas
en Olivos. Hace pocos meses hubiese resultado impensado un diálogo cara a cara
con Paolo Rocca, el titular de Techint. Ocurrió la semana pasada. La siderúrgica
formó parte, en algún momento, del relato kirchnerista sobre los supuestos
poderes conspirativos.
La Presidenta invirtió muchísimo más tiempo en los hombres de negocios que en
sus históricos aliados sindicales. Con Hugo Moyano sólo ha cruzado críticas y
admoniciones. ¿Un giro para el mandato que viene? Imposible dar aún una
respuesta . El Gobierno ha sabido recurrir siempre a los atajos políticos en
circunstancias complejas. La experiencia denunciaría una diferencia abismal
entre las apariencias y la verdadera gestión de los Kirchner.
Aquellos empresarios habrían podido advertir, sin embargo, huellas de
preocupación en Cristina . La misma, tal vez, que pudo recoger en Caracas en sus
conversaciones con Dilma Rousseff: la presidenta brasileña no ocultó la lenta
desaceleración en sectores de la economía de su país. Según una medición anual,
tomando como referencia septiembre del 2010, la actividad industrial, en
general, cayó un 2% y la automotriz un 22%. Esa mala onda, antes o después,
llegaría también a la Argentina.
Las que parecen flaquear aquí son las columnas vertebrales del modelo que
pregona el kirchnerismo. El superávit fiscal ha dejado paso sin discusión al
déficit. La balanza comercial sufre una desmejora creciente. Las reservas ya son
menores a las que había en el Banco Central cuando Cristina asumió en el 2007.
La paridad cambiaria, a juicio empresario, ha perdido competitividad.
No hay ninguna medida para bajar la inflación . Queda en una frágil estabilidad
el desendeudamiento: el Gobierno quizá deba volver a pedir plata el año que
viene, si no consigue encarrilar un gasto público podado suavemente con la
eliminación de los primeros subsidios.
Dos anécdotas podrían servir para revelar el verdadero grado de inquietud
presidencial. Cristina, aunque con cuidado, acaba de dejar de lado metáforas
dilectas: reemplazó la célebre “tensión de precios” por la palabra inflación ;
en medio de la nueva “sintonía fina” habló delante de industriales de la
necesidad de ajustar . También los costos.
El repentino acercamiento de Cristina con los empresarios habría tenido una
razón más fuerte que todas aquellas: la fuga de capitales.
La traducción política podría ser la falta de confianza. ¿Falta de confianza
luego de semejante victoria electoral? Detrás de cualquier marea de votos se
pueden esconder también infinidad de mensajes antagónicos. Hubo, pese a todo,
una insinuación de respiro para el Gobierno: aquella fuga mermó en noviembre (US$
2 mil millones) respecto del mes anterior. Pero esa fotografía no compensa el
sentido de la tendencia anual: en once meses habrían salido del país US$ 24.500
millones. Trece mil millones más que en el 2010.
¿Podría adjudicarse semejante drenaje sólo al comportamiento de un año
electoral? Los empresarios entusiasmados con el remozado lenguaje de Cristina
parecieran desalentarse cuando observan a su alrededor. Cuando pretenden
descubrir decisiones de un sesgo distinto a los conocidos hasta ahora. A la
demanda de dólares la Presidenta pretende combatirla con los controles
policiales maquinados por Guillermo Moreno y Ricardo Echegaray, el titular de la
AFIP. Un éxito: esa demanda de dólares, en efecto, declinó. Un fracaso: el
aumento de las tasas de interés disparó los plazos fijos en pesos. La
especulación apenas cambió de escenario.
Moreno y Echegaray están firmes en la agenda de aspirantes a un lugar en el
gabinete que vendrá. Tanto, tal vez, como la permanencia de Julio De Vido. Los
empresarios han empezado a ver en el ministro de Planificación a un funcionario
joven, rubio y de ojos celestes. Pero un rumor que, entre tanto hermetismo, se
filtró la semana pasada los arrancó de ese limbo. El rumor señaló a Echegaray
como posible ministro de Economía y a Moreno como nuevo recaudador.
El futuro equipo de Cristina es un enigma. Aunque predomina la impresión de que
no habría grandes variantes ni designaciones que dejen a la gente boquiabierta.
El secreto está atesorado por la Presidenta y su hijo, Máximo. Un goteo mínimo
llega hasta Carlos Zannini, el secretario Legal. Amado Boudou se confesó
huérfano de información cuando asistió a la jura de los nuevos senadores.
Todas las decisiones están concentradas en Cristina. Ella misma dispuso la
designación de Beatriz Rojkés, la esposa del gobernador tucumano José Alperovich,
para ocupar la presidencia provisional del Senado. Prefirió a una mujer leal,
con sólo seis años de carrera política, antes que a cualquiera de los
legisladores peronistas para integrar la línea sucesoria detrás de Boudou. El
malhumor se advirtió en varios de aquellos. Esa maniobra le sirvió, además, para
ajustar cuentas: Aníbal Fernández descenderá de la Jefatura de Gabinete, donde
practicó un furibundo cristinismo, a una banca y, probablemente, a la
titularidad de la comisión de Presupuesto.
El personalismo expone también a Cristina a todas las peleas en esta transición
que concluye. Hay un equipo de ministros temerosos por carecer de indicios sobre
el futuro. Nadie sabe bien qué decir o qué hacer por miedo a hipotecarlo.
¿Debería la Presidenta estar liderando la confrontación con Moyano? ¿Debería
estar ocupada marcando el terreno para las discusiones salariales que se
avecinan? ¿Debería encarar personalmente la batalla contra gremios rebeldes,
como ocurre con dos de los aeronáuticos? Cristina parece estar arriesgando
tempranamente su capital electoral y además, según sea el curso de los sucesos,
su propia autoridad.
Muchas veces los planos se superponen. La Presidenta intercedió en el conflicto
en Aerolíneas Argentinas para apuntalar, sobre todo, a Mariano Recalde, su
titular, y a La Cámpora. Pero no pudo evitar otra fricción con el secretario
general de la CGT, que respaldó a los gremios afectados. La aproximación con los
empresarios también produjo un reflejo revulsivo en el universo gremial. La idea
de que las paritarias no tengan un techo fue asumida aún por los rivales de
Moyano. Gerardo Martínez, de la UOCRA, alguna vez delfín de Cristina, deslizó
que frente a esta actualidad el líder camionero podría extender más allá de
mitad del 2012 la tenencia de la batuta cegetista.
¿Qué sucede con los sindicalistas? ¿Habrían dejado de ver en Moyano a un peligro
y a un ogro? Nada de eso . Pero la incertidumbre sobre el próximo gobierno, más
allá del liderazgo de Cristina, y la indefinición de un rumbo habría inducido
una tregua entre ellos . Por lo menos hasta que aclare. El líder camionero
estuvo conversando los últimos días con dirigentes que no son de su vecindad:
Luis Barrionuevo y el duhaldista Gerónimo Venegas. Y viene urdiendo otra cosa:
el armado de una Federación de Gremios del Transporte, incluidos los
ferroviarios, que como tal se incorpore a la CGT.
La cautela sindical respondería a los próximos tiempos de menor bonanza. Ninguno
querría ser la nueva cara gremial del kirchnerismo si lo que despunta es un
simple ajuste . Cristina dispone de un gran capital político para enfrentar a
esa vieja guardia: pero no le resultaría sencillo reformular una alianza clave
en medio de malos días económicos y sociales. Los Kirchner, además, dejaron
estos años viejos aliados en el camino. La CTA que los sedujo, está quebrada. El
sector K es minoritario. El viejo cacique ceteísta, Victor De Gennaro, integra
ahora las huestes de Hermes Binner. La renovación que podría suceder a Moyano
sería mucho menos que eso.
Los sindicalistas no piensan, como Boudou, que las últimas decisiones de
Cristina –entre ellas el recorte de subsidios– tengan como puerto la equidad. En
verdad, el lenguaje absurdo del ministro de Economía trasuntaría casi lo mismo:
habla de reorientar la racionalización de los subsidios.
En castellano, un ajuste.
Boudou no se anima todavía al módico sinceramiento de la palabra que exhibe la
Presidenta. Pero tiene otros recursos: enmascara el ajuste desatando peleas con
opositores. Intentó justificar, en parte, los nuevos recortes adjudicando alguna
imprecisa responsabilidad de mala gestión a Mauricio Macri. Y machacó con el
traspaso de los subtes.
El jefe porteño quiso no darse por enterado y despegó a Cristina de la ofensiva
de Boudou.
Nada de pelear . Macri sabe que el vicepresidente electo no hubiera hecho lo que
hizo sin una autorización presidencial. Pero, según le aconseja Jaime Durán
Barba, el estratega ecuatoriano, no sería conveniente para él confrontar hoy con
Cristina y sus elevados niveles de popularidad.
A Macri le sucede algo similar a Daniel Scioli. El gobernador bonaerense obtuvo
la reelección con votos propios, pero cede progresivamente terreno al
kirchnerismo . Ocurre con la política de seguridad y los cambios en la Policía.
Así, Cristina consolida un sistema y una manera excluyente de mandar, que sueña
para los próximos cuatro años.


