La disciplina le ganó a la ideología. Una presidenta preocupada por la coherencia del progresismo peronista terminó colocando en su propia sucesión a un ex liberal y a una ex radical. ¿Estamos ante un giro hacia la derecha? Cristina Kirchner amagó en los últimos días con un cambio hacia esa dirección, pero probablemente no se trate más que de cierto realismo o de decisiones espoleadas por el temor a la traición.
Sin embargo, esos mensajes señalan también que la Presidenta no reconoce ninguna deuda con el peronismo. La vieja distancia entre ellos es cada vez más evidente. Conoce, en cambio, la histórica deslealtad de los dirigentes peronistas. Se agolpan en el momento de la victoria y nunca están para la travesía del infortunio. El blindaje que se ha hecho de supuestos leales señala que la jefa del Estado prevé tiempos políticamente difíciles. Tiene razón.
El relato sirve para no desalentar a la militancia, pero nunca podría confundir a una política perspicaz. Un ajuste es un ajuste, y sus consecuencias sociales son previsibles. La economía estima una fuerte desaceleración del crecimiento para el próximo año por obra de la crisis internacional y del sinceramiento de las variables locales. El relato durará hasta que las nuevas facturas de los servicios públicos desvalijen los bolsillos de los argentinos subsidiados. No habrá forma de explicar entonces que el dolor no duele.
Esos presagios, que están entre los propios funcionarios, hicieron prevalecer la disciplina por encima de la coherencia. El vicepresidente electo Amado Boudou tiene antecedentes más herejes que vivir en Puerto Madero; también militó en la Ucedé y estudió en la universidad más conocida del liberalismo, el CEMA. Beatriz Rojkés de Alperovich, presidenta provisional del Senado y segunda en la línea de sucesión, es una mujer simpática y amable, pero con escasa experiencia política. Pasó la mayor parte de su vida como afiliada al radicalismo hasta que su esposo, el gobernador de Tucumán, descubrió las bondades del kirchnerismo. Los dos Alperovich son ciegamente fieles a Cristina Kirchner.
El problema que tienen Boudou y la senadora Alperovich consiste en que es difícil encontrarles el valor político que privilegió la Presidenta. La elección de un vicepresidente significa siempre un mensaje hacia algún sector político, social o económico. ¿Qué mensaje lanzó la Presidenta con Boudou? La intención de seducir a Puerto Madero fue sólo una broma, si es que fue una broma. La unanimidad de los funcionarios señala que el Boudou políticamente acorazado de otrora ya no existe, y que no volverá a existir.
Boudou era imbatible mientras duró el tiempo en que ninguna versión contra él accedía al despacho presidencial. En el rito del cristinismo, no se habla mal de los funcionarios que ella protege. Fue así hasta que entró a ese despacho un hombre que carece del sentido de los límites, Guillermo Moreno, y desplegó ante la Presidenta una serie de informaciones sobre la poca solidaridad del ministro de Economía con las recientes medidas cambiarias. Cristina Kirchner es muy permeable a las conspiraciones, ciertas o inciertas.
Cuando ella abrió las compuertas de las críticas a Boudou, entonces un torrente de versiones y de críticas cayó sobre el futuro vicepresidente. Un ejército de funcionarios estaba esperando ese momento para desquitarse del reciente y ostentoso pavoneo de Boudou. Desde su conocida vinculación con sectores financieros hasta su vocación por la frivolidad personal llegaron de inmediato al conocimiento presidencial. Boudou tendría que cambiar de ideas y de amigos, y descubrir la austeridad para recobrar el favor perdido.
Esa es una cara de la moneda. La otra cara indica que Boudou es el vicepresidente electo y que, como tal y más allá de sus actitudes, no merecía el trato público que la Presidenta le dio. Es cierto que lo eligió para eso. Resulta imposible imaginar que al gobernador José Luis Gioja, que fue candidato frustrado a vicepresidente, Cristina lo tratara con tanto desdén como a Boudou. Cuando le recordó su ungimiento con un fulminante "yo te puse como vicepresidente", ella estaba reconociendo que el vicepresidente no tiene ningún otro mérito que el que puede derivar del dedazo presidencial.
El problema es que Boudou le contestó con formas respetuosas, pero le contestó. Eso no se hace. Daniel Scioli aguantó retos antológicos de Cristina Kirchner en sus tiempos de vicepresidente y nunca le replicó. La Presidenta detesta que otro intente siquiera quedarse con la última palabra. Boudou entró con el pie izquierdo a la vicepresidencia.
El conflicto definitivo de los Kirchner con los vicepresidentes es que éstos desnaturalizan la esencia del poder personal y absoluto. Julio Cobos, por ejemplo, se replegará y no le tomará juramento a Cristina. Hubo una coincidencia entre ambos, tal vez la única desde que están al frente de la República. Ni ella quiere verle la cara a su vicepresidente, ni éste soportaría pasar por otro acto kirchnerista con cánticos e insultos contra él, como seguramente sucedería en el Congreso. Cobos es ahora un hombre con el espíritu abatido por el gris final de su experiencia al lado de los Kirchner.
El caso de la senadora Alperovich tiene que ver con su lealtad y con los incesantes gestos de autoridad de la Presidenta, pero también con la decisión de Cristina de desplazar a Aníbal Fernández de los cargos relevantes del Senado. De hecho, fue elegido presidente de la tercera comisión en orden jerárquico, la de Presupuesto, que figura luego de las de Asuntos Constitucionales y la de Acuerdos. Nunca se sabrá, tal vez, qué es lo que agrietó la relación entre la Presidenta y su todavía jefe de Gabinete. Fernández hizo profesión de fe pública de su devoción kirchnerista, aun suscribiendo posiciones que nunca había tenido antes. Cierta injusticia se abatió sobre él. Quizás ahora vuelva a ser en el Senado el político clásico y tolerante que fue durante gran parte de su carrera política.
La corte de fieles, que se terminará de integrar con el nuevo gabinete, le serviría para cruzar el difícil año que viene. Hay que ver si le servirá. El fin de los subsidios significará sacarle al consumo entre 25.000 y 30.000 millones de pesos, según la estimación de los especialistas. Es un ajuste con todas las letras. Boudou y su interventor de facto, Julio De Vido, culparon a los principales diarios porque informaron que los subsidios sólo sobrevivirán para pocos argentinos. Ellos hacen el ajuste y la culpa es del periodismo. También el rito del cristinismo obliga a negar la necesidad del periodismo, sobre todo por parte de quienes necesitan, en medio del disfavor, sobreactuar las fobias presidenciales.
El peronismo acecha. Los gobernadores peronistas se convierten en una liga autoconvocada cada vez que un presidente ingresa en una zona de turbulencias. Ya hay conversaciones entre algunos mandatarios. Los sindicalistas ya se han levantado contra el ajuste y contra la decisión oficial de ajustar también los salarios. El Gobierno habla de aumentos de salarios para el año próximo de entre el 16 y el 18 por ciento; algunos empresarios bajan aún más esa expectativa. Pero Hugo Moyano les aseguró a sus íntimos que el piso de los aumentos que él promoverá estará en el 25 por ciento, porque algunos economistas le anticiparon que la inflación del próximo año podría rozar el 30 por ciento anual como consecuencia del aumento de las tarifas. Sus adversarios en el sindicalismo lo combaten por sus ambiciones de poder, pero no por sus reclamos salariales. En esa cuestión no hay fisuras.
Los leales recién estrenados nunca fueron una garantía contra la traición. Podrían, además, ser inservibles para la mala hora si la única condición que tienen es la de recitar el discurso de la lealtad..


