Una instrucción diplomática, nacida de un proyecto de Cristina Fernández,
recorre las seis principales embajadas de la Argentina en el mundo. ¿Qué dice
aquella instrucción? Que el objetivo principal en materia de política exterior
para los próximos cuatro años deberán ser las islas Malvinas.
Destrabar una negociación bilateral por la soberanía que está bloqueada por Gran
Bretaña.
El conflicto por Malvinas posee varias caras. Se trata de un legítimo reclamo
que, como pocos en el plano internacional, permean el interés popular. Es
también una cuestión que sufrió un gigantesco retroceso , en la percepción
mundial, cuando la dictadura comandada por Leopoldo Galtieri dispuso la
reconquista del archipiélago y se embarcó en una guerra contra la OTAN. Malvinas
ha sido, además, un sueño frustrado de varios que pretendieron eternizarse en el
poder .
Los militares recurrieron a la fuerza, en un tiempo en que las negociaciones en
los foros internacionales progresaban, para intentar reanimar a un régimen
exhausto. Carlos Menem diseñó una estrategia en su segundo mandato que apuntó a
obtener de Gran Bretaña algún compromiso de diálogo sobre la soberanía de las
islas. Un trampolín para su re-reelección. Pero todo fracasó. A su gestión la
terminó condenando la economía de la convertibilidad. La diplomacia de la
seducción que practicó Guido Di Tella halló un muro infranqueable en los kelpers.
¿Pretenderá Cristina transitar por una huella parecida? La transición se resume,
por ahora, con dos trazos: las inestabilidades económicas producto, sobre todo,
de la presión del dólar; ciertos ensayos de reordenamiento de una política
exterior abandonada por la Presidenta en su primer mandato. La entrevista con
Barack Obama en Francia ha sido, en ese aspecto, la novedad de mayor
significación.
La idea de rehacer con EE.UU. una relación bilateral desde hace tiempo maltrecha
y fría encontraría su origen, sin dudas, en necesidades económicas . Pero no
existirían posibilidades de un acercamiento con Londres por Malvinas si
Washington no tuviera voluntad de interceder. La trama sería aún más compleja:
la Argentina requeriría el respaldo de las naciones europeas poderosas, que
también ejercen influencia en los organismos internacionales.
La causa Malvinas –como la de los Hielos Continentales– fue siempre sensible
para los Kirchner. Fue también un puente que tendieron con el universo militar
en sus largos años de vida patagónica. Cristina retomó el conflicto en la última
Asamblea de la ONU y elevó el tono de sus reclamos. Amenazó con suspender los
vuelos que unen a las islas con Chile una vez por semana producto de una
declaración conjunta. Rechazó los ensayos militares que se produjeron
últimamente en la zona y los calificó de provocación.
De una guerra perdida no se vuelve fácilmente . De una desidia diplomática
tampoco: hace tres años, desde que se fue Federico Mirré, que la Embajada
argentina en Londres quedó bajo el timón del encargado de negocios. La
Presidenta parece haber advertido el déficit y se ha propuesto reponer a un
embajador. En la última semana designó uno nuevo en Brasil (Luis María Kreckler)
y otro en Washington (Jorge Argüello).
El primer nombre barajado para Londres habría sido el de Ernesto Laclau. Un
viejo filósofo y profesor argentino radicado hace 30 años en Gran Bretaña,
catedrático en la Universidad de Essex. Laclau es una suerte de numen de la
vanguardia intelectual kirchnerista , en especial Carta Abierta. Es el autor de
“La razón populista”, que cautivó a los Kirchner. Un libro que reniega de la
visión clásica del populismo como vertiente degradada de la democracia. Al
contrario, sostiene que el populismo se orientaría a ampliar las bases de
participación del sistema. Ese populismo sería como una cáscara a la cual habría
que rellenar de ideología: por ese motivo equipara, en la formulación teórica,
los que fueron en el pasado regímenes antagónicos, como los de Benito Mussolini
en Italia o Mao Tse Tung en China.
Aquel entusiasmo inicial con Laclau habría chocado, en principio, con dos
obstáculos. Su perfil político no encajaría con el tradicional consevadorismo
británico, más allá de la alternanacia de los tories o los laboristas en el
poder. El plan de Cristina de arrancar algún diálogo por Malvinas demandaría, en
principio, de una química adecuada. Por otra parte, Laclau posee desde hace años
la ciudadanía británica . Un impedimento y un mal antecedente, si estuviera
dispuesto a renunciar a ella.
Ocurre, sin embargo, que el deseo de Cristina por reflotar Malvinas y la
hipotética postulación de Laclau tendrían un punto de convergencia llamativo: el
pensador está convencido –lo escribe en textos en borrador que intercambia con
amigos– que la Presidenta podría tener por delante , según contextos
políticos-económicos internos y externos, otra década de poder .
Claro que en la Argentina no suele haber horizonte más largo que el de un puñado
de semanas. Cristina puede dar fe: hace tres que obtuvo la reelección con el 54%
de los votos y se encuentra ya en una especie de laberinto inesperado . Como
muchos, hizo tal vez un mal cálculo: que la dimensión de su victoria
disciplinaría a la economía y a la política.
La persistente demanda de dólares derrumbó el primer Presupuesto . La política
partidaria –el kirchnerismo y el PJ– está tiesa desde la súbita muerte de Néstor
Kirchner. Pero el ejercicio de la política del poder representa un zigzagueo
cotidiano que genera incertidumbre y empieza a impactar sobre la actividad
económica. No se vislumbra todavía un criterio unificado en el Gobierno sobre
cómo afrontar las turbulencias. Una gran contradicción , en ese sentido, aflora
en la superficie. El Central liberó encajes para que los bancos dispongan de más
dólares para satisfacer a sus clientes. Un mensaje de pretendida tranquilidad
para una población en alerta. Pero ese alerta empezó a funcionar porque fue el
mismo Gobierno el que disparó temores cuando la AFIP impuso controles policiales
a la compra de dólares.
El Banco Central continúa perdiendo reservas. No porque venda dólares. Los
controles de la AFIP casi lo impiden. Pero la gente, como sucedió la semana
pasada, retira los fondos de sus cajas de ahorro o no renueva los plazos fijos
en dólares. La tendencia indicaría que salen por día de los bancos, en promedio,
US$ 100 millones. Toda esa masa de circulante también se computa como reservas
del Central.
La situación de Mercedes Marcó del Pont no asoma sencilla . Pareciera aislada
del reducido núcleo fuerte del Gobierno y también en el interior de la entidad.
De los nueve directores, no comulgaría con ninguno. Casi los mismos que, en su
momento, promovieron la salida de Martín Redrado. Ni siquiera con la armada K
compuesta, en esencia, por seis de ellos.
Las riendas de las decisiones intervencionistas estarían en manos de Ricardo
Echegaray y Guillermo Moreno. El titular de la AFIP y el secretario de Comercio
se quieren poco. Aunque coinciden que al mercado habría que domarlo a los palos.
Echegaray dispone todas las restricciones por Internet. Se ignora si antes las
consulta con la Presidenta o con algún funcionario cercano. Daría la impresión
de que no: el miércoles pasado trabó por la mañana todas las importaciones. Las
terminó liberando por la tarde. Tanta arbitrariedad y desmanejo dejaría secuelas
concretas e inquietantes.
Rige una mezcla de parálisis y desconcierto en el sector inmobiliario,
automotriz y turístico.
Amado Boudou casi no opina sobre el problema. Curioso. Ha aparecido sólo en
algún acto político acompañando a Cristina. Y compensa aquella prescindencia en
el campo económico con críticas al periodismo. Suficiente para congraciarse con
la Presidenta. Las palabras que ahorra en público, sin embargo, las estaría
derrochando en privado. La semana anterior y la pasada tuvo entrevistas
discretas con uno de los tres principales empresarios del país y con uno de los
dos banqueros más poderosos. A ambos habría transmitido un mensaje idéntico: “No
comparto ninguna de las medidas que se toman para controlar los mercados” .
Boudou y Julio De Vido le habían prometido a Mauricio Macri una negociación
amplia por el traspaso de los subtes a la Ciudad. El macrismo se sorprendió el
jueves cuando recibió, sin que mediara palabra, una propuesta a sobre cerrado
con fecha y plata. Los subtes deberían correr por cuenta del jefe porteño a
partir de diciembre. El Gobierno le aportaría la mitad de los subsidios ($ 350
millones) por un año. Ese cambio de clima habría respondido a la intervención de
Cristina.
La cordialidad inicial con Macri pareciera limitarse a los gestos, a la conducta
pública. Nunca a la política. El kirchnerismo arremetió contra el jefe porteño
no bien avizoró sus primeros tropiezos: el derrumbe trágico de un edificio
céntrico –sino de la gestión macrista– y el conflicto docente. Macri buscará que
el traspaso de los subtes se haga de otro modo y en otro tiempo.
El líder del PRO no sería el único marcado. El kirchnerismo quiso desairar a
Hermes Binner en Santa Fe cancelando una autorización a LAN que hace un vuelo
diario entre Rosario y Lima. Unica salida de la provincia con conexiones al
exterior. El plan consistía en reemplazar aquel servicio por otro de Aerolíneas
Argentinas. El beneficio político iba a ser para el peronismo santafesino. Pero
el descalabro de la empresa aérea – que en tres años nunca rindió cuentas–,
enfrentada con los gremios aeronáuticos, obligó a dilatar aquella maniobra.
Antes de reasumir, Cristina parece ir consolidando su futura imagen de perfil
doble. Consensual y afable en público; solapada e implacable con quien le haga
sombra.


