Florencio Randazzo no confrontó con La Nación y Clarín , cuando comunicó el
escrutinio final de las internas, porque tuvo un mal día o un repentino ataque
de caspa. El ministro del Interior, que aspira a más para el turno kirchnerista
que viene, cumplió directivas expresas de Cristina Fernández . Las cumplió
también porque si desea permanecer y pertenecer, la obediencia constituye una
cláusula indispensable para el cristinismo.
También habría que colocar las cosas en un punto justo. Randazzo salió a
defender su propio trabajo: por primera vez desde la reforma electoral, el
ministerio del Interior sustituyó a la Justicia Electoral en la realización del
escrutinio provisorio. Las denuncias sobre irregularidades en ese trámite lo
podían afectar y arrojar dudas sobre su futuro. Se sabe que aspira a reemplazar
en la jefatura de Gabinete a Aníbal Fernández.
Randazzo pudo mostrar que casi no existieron diferencias entre el escrutinio
provisorio, bajo su responsabilidad, y el definitivo, a cargo de la Justicia
Electoral. Con esa comparación pretendió descalificar las denuncias realizadas
por los jueces electorales de Buenos Aires, Manuel Blanco, y de Capital, María
Servini de Cubría. Denuncias de las cuales se hicieron eco, según distintos
criterios editoriales, todos los diarios.
La realidad terminó desacomodando al ministro. Debió anunciar que para octubre
la Junta Electoral cambiará a los presidentes de mesa donde hubo
irregularidades. De esa constancia ya no parecen quedar dudas. Tampoco, de una
conclusión: el de las internas fue el proceso electoral más desarreglado en 28
años de democracia.
La corroboración de aquellas anomalías sólo hubiera sido posible revisando cada
una de las urnas. En una sola, en Capital, Servini de Cubría detectó 22 votos
faltantes para Ricardo Alfonsín. La jueza denunció al Gobierno por “intromisión”
en los comicios y descubrió otras cosas que no se atrevió a comunicar por el
clima de intemperancia que empezó a sobrevolar.
¿Por qué no se abrieron aquellas urnas? No había tiempo de hacer el recuento
voto a voto y cumplir los plazos para las presidenciales de octubre. Del corto
plazo entre las abiertas y las generales que estableció la reforma no habría que
endilgarle casi nada al kirchnerismo: formó parte de su negocio político. Cabría
preguntarse si la oposición dormía por entonces la siesta o, con Néstor Kirchner
aún vivo, suponía que el poder caería como fruto maduro inexorablemente en sus
manos.
La ira habría hecho incurrir a Randazzo en errores, amén de abundantes
interpretaciones.
Las interpretaciones forman parte de su derecho, el mismo que le asiste al
periodismo . Habló de un supuesto intento de instalar un clima de sospecha sobre
las internas abiertas. Será su percepción. Pero ningún diario, ni siquiera algún
dirigente opositor, planteó la posibilidad de un fraude o de ningunear la
dimensión de la victoria de Cristina. Tanta ofuscación le habría impedido al
ministro reparar en algo: cuando el juez Blanco refirió a irregularidades,
señaló que también el kirchnerismo podía haber sido perjudicado . La Presidenta
cosechó, al final, un puñado más de votos que en el escrutinio provisorio.
Ese día de furia kirchnerista pudo haber servido, tal vez, para descubrir
algunas cosas, para atisbar el horizonte. Randazzo fue siempre un funcionario
apegado a la moderación que, por ese sesgo, se diferenció de Aníbal Fernández,
de Héctor Timerman, el canciller, o de Amado Boudou. La moderación también había
sido un canal de su vínculo con el periodismo.
Su gestión específica –la de ministro político– estuvo acotada por las
singularidades con que los Kirchner (antes Néstor, ahora Cristina) entienden el
ejercicio del poder.
Pero Randazzo supo, de todas formas, hacerse un lugar : la transformación de los
sistemas de documentación de las personas puede atribuirse a su tarea.
La moderación, y menos con el periodismo no afín , parece que no tendrá cabida
en un factible segundo mandato de Cristina. La de Randazzo no fue una avanzada
solitaria: lo respaldaron Boudou, Aníbal Fernández y Carlos Tomada, que también
parece sumar puntos para continuar desde diciembre bajo el resguardo del poder.
Detrás de esa avanzada se estaría recortando, inconfundible, la sombra de
Cristina. Pero esa sombra no se condeciría con el perfil que la Presidenta se
ocupó de cultivar desde que quedó en soledad con las herramientas del poder.
Tampoco con la mujer exultante y triunfadora, consensual, que llamó al diálogo y
que ha aparecido en público hasta la semana pasada.
¿Podría ser ese giro apenas un maquillaje? ¿Podría esperarse a futuro una
mandataria de dos caras? ¿O sería sólo un plan limitado al periodismo que no la
complace? El correlato entre las palabras y los hechos nunca formó parte de la
práctica del Gobierno, sobre todo en los tiempos de Kirchner. El desacople se
ajustó un poco desde el arribo de Cristina. Y las palabras y los enojos, en
especial cuando refieren a la prensa, acostumbran preceder a los hechos. Hay,
con todo, una clara diferencia entre el pasado y el presente: Kirchner fogoneaba
todos los días una pelea, también con el periodismo.
La Presidenta parece haber resuelto ser prescindente en esos conflictos, aunque
envalentona a sus soldados .
Cristina nunca tuvo buena sintonía con la prensa, ni siquiera en sus tiempos de
parlamentaria. Disfrutó de algunas mieles en la década del 90 porque desde su
banca, en Diputados y el Senado, lidió muchas veces contra el menemismo. Lo
hizo, incluso, rompiendo con el bloque del PJ. El periodismo, en general,
reflejó sus porfías.
Pero a medida que escaló, también escalaron sus aprensiones y su obsesión.
Existe una anécdota que retrataría aquellas condiciones de Cristina. En el 2002,
a pedido suyo, el entonces gobernador Kirchner utilizó el avión oficial de Santa
Cruz para trasladar desde Corrientes a Buenos Aires al senador liberal Lázaro
Chiappe, dispuesto a votar en contra de la Ley de Subversión Económica que
intentaba prorrogar el presidente Eduardo Duhalde. Un canal de noticias informó
sobre esa extrañeza. Cristina se enojó porque no se aclaró que el avión había
partido desde Aeroparque y no desde Río Gallegos. El problema parecía ser el
detalle, no el fondo de la cuestión .
El tránsito hasta octubre, tal vez, muestre la permanente ambivalencia en la
imagen presidencial. Cristina no podría exponerse a otra cosa después de haber
conquistado por primera vez los votos de sectores urbanos que, desde el 2003, le
habían dado la espalda al kirchnerismo. Esos sectores pueden haber sido
llamados, sobre todo, por el bolsillo. Pero suelen escrutar con mayor
sensibilidad que otros aspectos de las libertades y la calidad política.
El problema vendría luego, si gana en octubre como se espera. La Presidenta ha
arrastrado en esta aventura al peronismo pero imaginaría su futuro gobierno con
hombres consecuentes, capaces de sumarse a las batallas que ella desea. El
viraje de Randazzo, la semana pasada, sería quizás anticipo del futuro.
Hay otras señales. La Presidenta recompuso su relación con Nicolás Fernández.
Ese senador santacruceño, amigo histórico del matrimonio, también había quedado
afuera del diseño electoral. Pero desde el Congreso trabaja en línea con Carlos
Zannini, el secretario Legal, en los posibles trazos del futuro gabinete.
También, en la manera de recompensar a legisladores kirchneristas rezagados.
Kirchnerismo rancio, leales y La Cámpora : sobre esos pilares se estaría
cimentando la futura administración.
Daniel Scioli, en cambio, se ilusiona con sumar para su segundo período en
Buenos Aires a peronistas que andan ahora en la disidencia. Pero a cualquier
ilusión del gobernador, como le ocurrió a sus antecesores, siempre la desvanece
el flagelo del crimen y la inseguridad enquistado en a aquella misteriosa
geografía. El bestial asesinato de la niña Candela Rodríguez estremeció al país.
No se trata de señalar ahora responsabilidades políticas. Sería conveniente que
toda la dirigencia argentina, la que está en el poder y en el llano , asumiera
la crisis de inseguridad como una política de Estado. No como un repetido botín
electoral.
El asesinato de Candela repone endémicas deficiencias estructurales que no
corrigieron otros episodios infaustos, como el crimen de Axel Blumberg o la
tragedia de la familia Pomar. Tampoco, el de Matías Berardi, que escapó de sus
captores pero vecinos de Pilar no atinaron a socorrerlo por miedo . El joven fue
recapturado y ejecutado por la espalda.
Asoma en la superficie una llamativa y persistente ineficacia de los organismos
de seguridad . La familia Pomar murió de manera accidental, pero la Policía
bonaerense fue incapaz de hallarla en 24 días. La descubrió un forastero, en un
paraje con árboles. Candela estuvo diez días en manos de sus víctimas, 1.600
policías participaron de su búsqueda, se hicieron más rastrillajes que en el
caso Pomar. La niña apareció muerta en una bolsa, a la luz del día, a sólo 32
cuadras de donde había sido secuestrada .
Cualquier explicación, a esta altura, suena irremediable y tardía. La muerte de
Candela no sería sólo el fracaso de una política, de algún gobierno o de la
clase dirigente: parece también el fracaso de toda una sociedad .


