A escasas horas de las primeras elecciones primarias abiertas simultáneas y obligatorias de nuestra historia política, hay coincidencia general en que un elevado porcentaje de ciudadanos no sabe qué se vota ni para qué sirven estos comicios, equiparados por no pocos analistas con una gran encuesta nacional de cara a octubre.
Más aún, un porcentaje no menor de quienes sí tienen claro el sentido de los comicios de pasado mañana aún no ha resuelto a cuál candidato presidencial apoyar. La mayoría de esos indecisos meditan sobre la forma más efectiva de asestarle un castigo al kirchnerismo, pero no la encuentran con facilidad.
Es que la oposición no ha logrado encontrar, al menos hasta hoy, un líder que entusiasme a la ciudadanía al punto de convertirse en la más clara alternativa al oficialismo.
Por eso también existen dudas sobre quién terminará siendo el opositor mejor ubicado. Ricardo Alfonsín venía encabezando las preferencias, pero Eduardo Duhalde ha experimentado el mayor crecimiento en las últimas semanas, especialmente entre votantes de Mauricio Macri en la Capital y de Miguel Del Sel en Santa Fe. Uno, Alfonsín, viene liderando la carrera desde la largada; el otro, Duhalde, viene ganando posiciones y bajando tiempos desde atrás.
¿Habrá un final de bandera verde entre Alfonsín y Duhalde, en el que uno de los competidores gane por una nariz? Sería el peor escenario para la oposición, por la alta probabilidad de que ninguno de los candidatos de ese sector esté dispuesto el lunes a negociar con el otro la resignación de su candidatura. Los dos se creerían con el mismo derecho a liderar el voto opositor.
Una diferencia clara, de cinco puntos o más, entre el mejor postulante opositor y el segundo, en cambio, podría conducir a un replanteo con vistas a conformar una nueva coalición opositora competitiva frente a Cristina Kirchner. También podría persuadir al resto de buscar acuerdos y resignar candidaturas sin mayor sustento. Quedarán igualmente muchas incógnitas: por ejemplo, cómo reaccionará un candidato que obtenga 7, 8 o 9 puntos, teniendo en cuenta que ese interesante porcentaje podría licuarse en octubre si el electorado resuelve polarizar la elección.
En el oficialismo, el horizonte es más claro: una victoria con el 45% llevaría a pensar que su suerte para octubre está echada; no llegar al 40%, al contrario, sería una derrota, que si bien distará de ser definitiva derrumbará el mito de que Cristina ya ganó.


