Pero valdría tener muy en cuenta que, como cualquier otra caja, no es inagotable si -al fin y al cabo- los retiros de fondos pasan a ser reiteradamente más recurrentes que los ingresos.
La abultada cuenta de reservas que acumuló el país en los últimos años en consonancia con lo que sucedió en otras naciones emergentes, reflejo del cambio estructural que sufrió la economía mundial, favoreció de alguna manera ese rol que puede juzgarse adecuado cuando hay que remar "contra la corriente" (ir contra el ciclo bajista de la macro), pero luce riesgoso cuando se suma a ella.
Se trata, de más ni menos, del punto que estará en debate si avanza la reforma que ahora propugna Osuna para lograr un BCRA aún más supeditado a los designios del Poder Ejecutivo. Y sus posibles consecuencias pueden comenzar a dimensionarse con sólo recordar lo sucedido en los últimos años con las cuentas de una entidad que, en teoría, aún mantiene como único objetivo el de defender el valor del peso (si se lo mide contra la canasta familiar tuvo un sonoro fracaso) pero, en los últimos años, pareció más enfocada a cubrir los baches financieros del Tesoro Nacional.
A poco de quitarle el cepo de la convertibilidad al BCRA se le dio la posibilidad de auxiliar al Tesoro mediante el giro de lo que se denominan "adelantos transitorios" (fondos que le gira y éste debe reintegrarle en un año, a más tardar) por un monto que no supere nunca una proporción importante de la base monetaria (12%) para evitar que ese financiamiento tenga impacto inflacionario. Se buscaba así compensar déficit coyunturales para no generar ajustes en las cuentas del Estado que, como sucedió tantas veces, no hicieran más que tender a agravar esas situaciones.
Pero luego se decidió que se haga cargo además de la cancelación total de la deuda con el Fondo Monetario y de todos los vencimientos con acreedores privados (en los dos últimos años), una operación que consistió en que aporte dólares para recibir a cambio bonos de deuda ilíquidos e intransferibles que se anotan como si fueran lo mismo pero no lo son. Por caso, por esos bonos el Gobierno le paga una tasa de interés Libor (hoy en 0,4% anual) menos un punto porcentual, es decir, nada.
Luego el Tesoro le demandó al BCRA también sus utilidades (más de $ 30.000 millones en dos años) aunque buena parte fueran el resultado de la diferencia cambiaria que la entidad gana con la devaluación del peso y de la valorización de los títulos públicos que tiene en cartera, con lo que reinstaló una práctica riesgosa: la de monetizar parte del déficit fiscal.
Así, un límite de asistencias que el BCRA le podía dar al Tesoro, que en 2002 estaba en el orden de los $ 30.000 millones, ahora se multiplicó por cuatro y las reservas netas (restados los depósitos públicos y encajes en dólares) se debilitaron hasta rondar actualmente los US$ 35.000 millones. Este proceso de deterioro en la calidad de sus activos y salud patrimonial del Banco Central aún no supone riesgos. Pero hay que tener claro que no puede sostenerse en el tiempo.


