Su marido también abusó de la institución presidencial para construir su liderazgo luego de llegar al poder con apenas un quinto del voto popular. Sin embargo, en esta ocasión pueden identificarse atributos particulares que ponen de manifiesto un intento de reinvención política y, a la vez, constituyen una crítica bastante aguda de los métodos con que Néstor Kirchner acumuló poder.
En primer lugar, Cristina intenta construir una nueva base de poder con una participación mucho más acotada del PJ. Recupera, de este modo, el viejo discurso crítico al "pejotismo". Esa desconfianza en los aparatos partidarios estuvo presente en las estrategias del oficialismo a lo largo de todos estos años y justificó la "transversalidad" en 2003 y la "concertación plural" en 2007. Pero justamente en octubre de ese año las urnas les demostraron a los Kirchner que la realidad era muy diferente de sus fantasías: sin el voto peronista tradicional, Cristina jamás hubiera resultado elegida. Perdió en las grandes ciudades. Vale decir, la clase media urbana prefirió otros candidatos y rechazó la propuesta K.
Nadie leyó esta notable limitación mejor que Néstor Kirchner, que de inmediato se hizo elegir titular del PJ: si había fracasado en construir una base de poder propia, lo más indicado era intentar domesticar a los líderes territoriales y sindicales del viejo movimiento. Los recursos del Estado y la información de negociados y corruptelas parecían suficientes para lograr la disciplina.
¿Por qué cree ahora Cristina que puede prescindir de esa red tradicional y hasta ahora útil para sostener la gobernabilidad? A partir de la muerte de su marido, parece haberse generado una corriente de empatía entre ella y una amplia franja de la sociedad que, hasta ahora, no había demostrado ningún apoyo por el oficialismo. Hay, en efecto, una mejora en la imagen presidencial y un estancamiento entre los líderes de oposición. Se ha convertido en la candidata por vencer. Y si las elecciones fueran hoy, Cristina tendría buenas chances de resultar ganadora.
Pero no lo son, y no está claro si el nuevo apoyo recibido por sectores hasta ahora renuentes al oficialismo es un fenómeno transitorio o permanente. De todas formas, se está avanzando en una estrategia basada en personalismo; mayor discrecionalidad del gasto público; captura de oficinas clave del Estado a los efectos de poner todos los recursos para la campaña; debilitamiento de múltiples estamentos de la política (sindicatos, medios, organizaciones empresariales) para limitar el disenso.
El modelo requiere un personal módico y plástico, alineado con las
arbitrarias necesidades del poder, provenga de la izquierda o de la derecha
(Martín Sabbatella y Amado Boudou representan dos casos típicos).
El mensaje es claro: con Cristina alcanza; los números dan. El resto son todos
actores de reparto.
El autor es director de Poliarquía


