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La función de mandar y obedecer es la decisiva en toda sociedad. Como ande en ésta turbia la cuestión de quién manda y quién obedece, todo lo demás marchará impura y torpemente" (José Ortega y Gasset, en La rebelión de las masas). A partir de esta cita crucial, podríamos agregar que la cuestión del mando, que es universal, se vuelve particularmente dramática en los países de tradición autoritaria, como son, por ejemplo, Rusia y la Argentina. Cuando se sabe a ciencia cierta quién manda, estos países obtienen una sensación de estabilidad aunque poniéndose al borde de aceptar una dictadura. Después de vivir sometidos por siglos a los hombres fuertes que fueron, sucesivamente, los zares y los primeros secretarios del Partido Comunista, los rusos atravesaron un breve período de indefinición a partir de Gorbachov en el cual buscaron algún líder, más que "fuerte", firme, esto es propio de la democracia, pero no lo obtuvieron porque Vladimir Putin les devolvió el liderazgo de un hombre "fuerte" a costa de su libertad.

¿Es éste, también, nuestro dilema? Lo que no soportan las sociedades de tradición autoritaria como la nuestra es, por lo pronto, un liderazgo débil porque, no bien lo advierten, tienden a desconocerlo. Este fue el drama de Fernando de la Rúa. Cuando Néstor Kirchner tomó el poder en 2003, les devolvió a los argentinos una sensación de fuerte autoridad, aunque con el consabido riesgo dictatorial. Al morir Kirchner, con Cristina Kirchner en la presidencia y ya sin la tutela de su marido, la eterna cuestión del mando vuelve a perseguirnos con filosas preguntas. ¿Pretenderá Cristina ser una mujer "fuerte" o evolucionará, como muchos esperan, hasta convertirse en una mujer "firme", congruente con la democracia? ¿Y quiénes serían, en tal caso, los funcionarios capaces de acompañarla?

En un primer momento, el jefe de gabinete Aníbal Fernández pareció cumplir este rol fundamental. Cuando no pudo manejar el Congreso en el debate sobre el presupuesto y, sobre todo, cuando sólo logró apaciguar el desborde de Villa Soldati coincidiendo con Mauricio Macri en la Capital, pero sin evitar por eso el estallido en cadena de las ocupaciones ilegales de tierras ya no sólo en la Capital sino también en la provincia de Buenos Aires y aun más allá, Fernández demostró que su misión le quedaba grande. Fue en ese preciso momento cuando la ministra Nilda Garré emergió para tomar la posta.

De Fernández a Garré
El principal problema de Fernández es que no tiene convicciones, ya que él mismo se define como un subordinado que sólo cumple instrucciones y así actuó no sólo durante el gobierno de Néstor Kirchner, sino también, antes que éste, durante el de Eduardo Duhalde. Nilda Garré, al contrario, tiene convicciones. El problema es que sus convicciones son erróneas. ¿Dónde reside el error de Garré? En que falla en la operación principal de todo líder: la acertada designación del enemigo. Ya al frente del Ministerio de Defensa, en lugar de consolidar a las Fuerzas Armadas optó por combatirlas a tal punto que, cuando la presidenta Kirchner la trasladó de Defensa a Seguridad, había creado una situación de crisis al negarle el ascenso a un conjunto de altos oficiales por "portación de apellido" y a pesar de haberles reconocido expresamente su vocación democrática. Fue por eso por lo que varios generales, almirantes y coroneles solicitaron su pase a retiro y ahora le queda al moderado Arturo Puricelli, su sucesor, el arduo desafío de conducir a las Fuerzas Armadas en este tiempo de transición.

La fobia antimilitar de Garré, quien además diezmó el presupuesto castrense, dejó a la Argentina, en los hechos, en estado de indefensión. Este exceso, si bien a largo plazo es grave para cualquier Estado celoso de su soberanía, en el corto plazo no se nota por la buena voluntad de vecinos como Brasil y Chile, cuyo poderío militar ya es incomparable con el nuestro. Pero al extender su política agresiva hacia la policía, a la que acaba de descabezar brutalmente, Garré no se expone en el largo, sino en el corto plazo, porque la amenaza "interna" a nuestra seguridad, particularmente aguda por la ocupación generalizada de tierras y el auge exponencial de la delincuencia, ya no es "remota" como en el exterior, sino "inminente".

El error de la ministra Garré en la "designación del enemigo" no proviene de la presencia por ahora lejana de otros países fuertemente armados en la región, sino de otra hipótesis interna de conflicto que ya no es conjetural, sino real. Es que no se concibe ninguna acción efectiva de seguridad sin el auxilio animoso y motivado de la organización policial, que es el instrumento natural de la seguridad interior en toda democracia bien ordenada. Pero Garré opta por embestir a la policía porque aún estira ideológicamente los años 70, cuando la organización montonera en la que ella militó intensamente tuvo frente de ella a todos y cada uno de los uniformados. ¿Cuál era su alternativa en este caso? Reformar, por cierto, tanto a los policías como a los militares, disipando en ellos los vestigios negativos del pasado, pero no para humillarlos, sino para exaltarlos en la noble defensa de la democracia, tal como lo están haciendo las democracias que nos rodean.

El dilema de Cristina
De todas estas observaciones, se deduce que Nilda Garré fracasará. En busca de culpables, el Gobierno ha tratado de demonizar de nuevo a Eduardo Duhalde, tal como ya hizo ante el asesinato de Mariano Ferreyra, pero el drama político y social en el que ahora vivimos proviene de otras causas. La principal de ellas, en la que varios gobiernos sucesivos incurrieron, es que la Argentina nunca ha tenido una política de Estado de vivienda. Decía el cardenal Richelieu que los problemas de gobierno son de dos clases: unos, de fácil solución, y otros, insolubles. Pero lo que separa a una categoría de la otra no es la dimensión de los problemas, si unos son grandes y otros chicos, sino la anticipación con la que fueron previstos, de modo tal que aun los problemas de gran dimensión son fáciles de remediar si se los ve venir a tiempo en tanto los problemas chicos se vuelven insolubles si no se los vio venir a tiempo. Cuando empezó entre nosotros la urbanización, los sucesivos gobiernos no vieron venir el problema de la vivienda. Como ninguno de ellos inauguró una política de Estado de vivienda que sus sucesores debían prolongar, hoy el desafío de la escasez de vivienda se ha vuelto casi insoluble. Sólo si nuestros gobernantes supieran elaborar desde ahora una verdadera política de Estado capaz de profundizar el tímido intento en el que, llevados por la emergencia, coincidieron por una vez Macri y Fernández frente a Villa Soldati, los argentinos seríamos bendecidos con un nuevo futuro.

Encaminada como está por otra memoria, parece lógico afirmar, por lo visto, que Nilda Garré fracasará y que, instalada en la cima del gobierno, a Cristina Kirchner le corresponderá reencaminar a los argentinos hacia una verdadera solución social. Para lograr esta meta, la Presidenta tendrá que aceptar que, le guste o no, la principal valla que debe sortear es, precisamente, el error estratégico al que la quiere arrastrar su nueva ministra de Seguridad. ¿Que esta proposición le sería ideológicamente herética? Sí, pero también es verdadero el refrán según el cual la necesidad tiene, a veces, cara de hereje. ¿Qué terminará por preferir, entonces, Cristina: salvar la ideología a costa del buen gobierno, o rescatar el buen gobierno a costa de la ideología? Sólo si acierta al responder a este dilema el pueblo soberano, en menos de un año, la reelegirá.