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"Esto se veía venir." La frase lacónica resonaba ayer en uno de los despachos de la Casa Rosada, que vivió un sábado atípico, lleno de ministros, reuniones y versiones cruzadas. El funcionario que resoplaba ante La Nacion hablaba de la crisis en Villa Soldati, pero también de los cambios de último momento en el elenco ministerial. Y, en especial, de un hombre: Aníbal Fernández.

El jefe de Gabinete es uno de los funcionarios más señalados de las últimas horas. Anteayer, presenció en vivo cómo se resentía su poder con los reacomodamientos. Ayer admitían en el Gobierno que la llegada de Nilda Garré a la nueva área de Seguridad será un "golpe inevitable". En cuestión de horas, quien era un "superministro" verá perder su influencia histórica sobre las fuerzas de seguridad en manos de una de sus principales adversarias internas.

"Si querés que haya un rol distinto, no podés dejar todo como está", justificaba ayer un hombre del Gobierno que estuvo presente en las negociaciones de última hora. Según pudo saber La Nacion, el objetivo de Cristina Kirchner será "oxigenar" una de las áreas más sensibles en los últimos tiempos, pensando en 2011. La Presidenta sentía que Fernández ya no podía cumplir ese rol.

El jefe de Gabinete intenta ahora sostener su poder. Hasta ayer tenía manejo absoluto de todas las fuerzas de seguridad. Había trabado una relación de confianza con la cúpula policial desde sus épocas como ministro del Interior. A tal punto que, fuera de su égida de administración, Fernández siguió a cargo de cada detalle, aún como jefe de Gabinete. Un ejemplo: el último plan para que la Gendarmería entre en las villas del conurbano, que había ideado Néstor Kirchner antes de morir, fue directamente monitoreado por él. El ministro de Justicia, Julio Alak, sólo tenía un mandato formal: firmar las decisiones emanadas en Olivos y controladas por Fernández.

Tensa expectativa
Inmutable, el jefe de Gabinete ayer mantuvo todas sus funciones. Encabezó los anuncios oficiales. Habló también con los jefes de la Policía. Y sus colaboradores se comunicaron con varios comisarios. "Como si nada hubiera pasado", confesó a La Nacion una alta fuente policial. Consultados para esta nota, los voceros habituales de Fernández prefirieron no hacer declaraciones. Anoche, sin embargo, había una tensa expectativa en la Policía. Repetían en la cúpula que había que esperar al próximo miércoles para saber cuál será su futuro.

Ese día asumirá Garré. La nueva ministra tiene mala relación con Fernández. En 2007, llegaron a un pico de tensión que los enfrentó definitivamente. A fines de aquel año, la ministra hizo echar al jefe de Inteligencia del Ejército, Osvaldo Montero, a quien acusaba de comandar "operaciones en su contra". Garré aseguraba que Montero respondía a Fernández.

La Secretaría de Inteligencia también los divide. Garré tiene buena llegada a su jefe, Héctor Icazuriaga, santacruceño de relación fría con Fernández. La tensión podría aumentar: la flamante ministra no descarta remover a algunos de los policías que el jefe de Gabinete protege.

En la última semana, se aceleró un cambio que la Presidenta ya evaluaba con la idea de robustecer la reelección. El confuso accionar policial en el asesinato de Mariano Ferreyra posó las primeras miradas sobre Fernández. Se multiplicaron con las peleas dentro del Gabinete y las revelaciones de WikiLeaks. Los muertos de Soldati fueron el último estertor.