La gestión ambiental responsable es un tema ineludible en la agricultura actual. Procesos, procedimientos documentados, auditorías y certificaciones dejaron de ser sólo conceptos elegantes para ser una realidad tangible. Y así lo siente y lo vive Tecnocampo, una empresa cordobesa de agronegocios que se suma a la lista de campos bajo Agricultura Certificada (AC), el esquema de gestión de calidad impulsado por Aapresid.
“Es nuestra obligación hacer las cosas bien, y es una oportunidad el poder mostrarlo y exponerlo objetivamente”, disparó Javier Amuchástegui, titular de Tecnocampo. Para Javier, quien también es directivo de Aapresid, “la Agricultura Certificada cumple con ambos objetivos, brindando herramientas para una gestión agronómica y ambiental profesional y, a la vez, permitiendo mostrar a la sociedad la genuina sustentabilidad del manejo de nuestros campos”.
Amuchástegui tiene la firme convicción de que no hay que hacer lo mínimo necesario para alcanzar el certificado. “Por el contrario, hay que tomar a la AC como una herramienta de gestión que permite acceder a un círculo de mejora continua. No es una meta, es elegir recorrer un camino de autosuperación”, enfatizó.
Ambas razones, sumadas a la convicción de que la gestión ambiental ya es una herramienta para acceder a mejores negocios, llevaron a los Amuchástegui (Fernando, hermano de Javier, es socio en la empresa) a certificar bajo el esquema de AC. “No lo hago por la chapa, pero sí tengo claro que tenerla abre un nuevo horizonte de posibilidades. Por ejemplo, ya estamos capitalizando este beneficio en la compra de insumos con bonificaciones por estar en AC”, destacó. “Además nos permite mostrar en nuestros pueblos que la gestión ambiental que hacemos en el campo es responsable, cosa que se ha tornado sumamente importante en la actualidad, cuando el tema ecológico está en boca de todos”, agregó.
Para comenzar el proceso eligieron su campo insignia. “Seleccionamos inicialmente nuestro campo familiar, que lleva 20 años en siembra directa y un manejo minucioso de rotaciones y fertilización”, aclaró Javier. Se trata de un campo agrícola de 270 hectáreas ubicado en Monte Cristo, Córdoba. “Es un campo tester, en el cual evaluamos rotaciones, prácticas de fertilización, ensayos de variedades e incluso participamos con la validación de indicadores ambientales desarrollados por Aapresid desde hace tres campañas”, agregó Andrés Laxague, gerente de producción de Tecnocampo. Esos indicadores son los que actualmente están vigentes en el protocolo de AC.
El campo se encuentra bajo 2 esquemas rotacionales intensivos, integrados en un 50 por ciento por la secuencia trigo/soja de segunda, maíz de primera; y la mitad restante trigo/maíz de segunda, soja de primera. “De esta manera siempre tenemos un mínimo del 50% cubierto con una gramínea estival, subiendo el porcentaje al 75% si podemos sembrar trigo”, aclaró Laxague. En el resto de la superficie, mayoritariamente bajo arrendamiento, mantienen un prolijo esquema de rotación, aunque con una intensidad menor. “Allí -aproximadamente 15.000 hectáreas- la secuencia predominante es trigo/soja, maíz, soja de primera, aunque el trigo ingresa en la secuencia cuando la recarga de las lluvias otoñales aseguran un rinde medio aceptable”, detalló Laxague.
Respecto al proceso de implementación de AC, destacó que es necesario romper viejos preconceptos. “Teníamos miedo de que la documentación sea sinónimo de burocracia y papelerío sin agregado de valor, pero al hacerlo sentimos su utilidad y hoy no lo cambiamos por nada”, destacó. “El tener que describir los procesos de siembra, fertilización, aplicación de fitosanitarios, cosecha, entre otros, nos obligó a los técnicos a sentarnos a discutir y consensuar criterios. Así nos dimos cuenta de que cada responsable técnico productivo (ingeniero agrónomo que gestiona unas 4.000 hectáreas) tenía cosas complementarias para aportar”, ejemplificó.
El resultado final fue una mejora de la eficiencia de los procesos y, lo más importante, “que el conocimiento queda en la empresa y es accesible a todos los miembros”, subrayó el especialista.
Los beneficios también alcanzaron a los prestadores de servicios. “En lugar de ser una carga o un lastre, las exigencias presentadas a los contratistas de siembra, pulverización y cosecha se volvieron una oportunidad de mejora y una forma de entendernos mejor”, aclaró Laxague. Esta interacción se vuelve un estímulo, predisponiendo a un mejor y más claro diálogo sobre las condiciones esperadas del servicio contratado.
Como punto complicado, Javier Amuchástegui destaca el poco conocimiento previo que existía en los miembros de la empresa en gestión de calidad. “No estamos acostumbrados a describir y contar lo que hacemos y cómo lo hacemos, y menos a dejarlo documentado”, destacó.
Por lo tanto, para el titular de Tecnocampo resultó clave el apoyo y acompañamiento recibido por el equipo de asesores de Grupo Yanapay (Ver El camino… ). “Creo que nuestra dificultad en este tema puede ser la de muchos productores, por eso les recomiendo el acompañamiento de personal idóneo en gestión de calidad”, sostuvo.
Por otro lado, Laxague agregó: “en lo que hace a implementación de buenas prácticas agrícolas y medición de indicadores ambientales, la tarea nos resultó más amigable, ya que estamos acostumbrados a implementarlas y medirlas”.
La gestión ambiental responsable y la certificación que lo acredite llegaron para quedarse. Agricultura Certificada es una herramienta que todo productor, independientemente de su tamaño, modo de acceso a la tierra o ubicación geográfica, tiene al alcance de su mano. Tecnocampo es una muestra más de que esto es posible. Más de 100.000 hectáreas agrícolas ya están recorriendo este camino y 21.000 hectáreas tienen su sello de calidad. Es el nuevo rumbo de la agricultura argentina.


