A lo largo de la cadena agroindustrial del trigo, esta política ha perjudicado especialmente al eslabón que sólo puede tomar valor, sin capacidad de formarlo: el  productor.

Ni el peor enemigo lo habría hecho mejor.

Por consecuencia, la tendencia a la reducción en la superficie se ha acentuado y la baja en la calidad también. Este año, en buena parte, por la necesidad de rotación, fue una excepción en tal caída.

Las limitaciones a la operatoria exportadora han dado como fruto una disminución en el espectro de países importadores.

Así las cosas, Brasil nuestro tradicional gran comprador, a lo largo de estos tres últimos años, ha ido moviendo sus piezas en el tablero mundial, en desmedro de la oferta argentina.

En su búsqueda por oferentes, Brasil recurre al MERCOSUR más allá de la Argentina. Se estima que en la campaña importará cerca de un millón de toneladas de Uruguay y otro tanto de Paraguay. En tanto de nuestro país, comprará tan sólo cuatro millones y medio de toneladas.

Es lamentable pero es así: pese a que este año la oferta será considerablemente superior a la del año pasado, las restricciones oficiales continúan.

Por tal razón, en tanto los precios en el mundo siguen un derrotero de ascenso, las mejoras en el mercado local son acotadas. El mercado mundial, por el clima y por la demanda potenciada por la debilidad del dólar, favorece los valores. Sin embargo, ello no redunda en la misma proporción sobre los ingresos de la producción local.

Con un FOB mínimo que gira en torno a u$s 300 por tonelada, lo lógico sería que el precio interno se aproxime a u$s 220. Pero no es así. Con suerte, con entrega enero, estamos en u$s 170.

La práctica de ROE verde es la de los cuentos infantiles. La retención no es de 23,5%. No. Más bien, está próxima a 42%.

Es inaudito: sabemos que habrá una producción próxima a 12 millones de toneladas. Sólo una fatalidad podría cambiar el dato visiblemente.

En tal caso, es más que factible lograr un volumen de exportación de 6 millones de toneladas. Sin embargo, las autorizaciones para exportar sólo responden a una oferta estimada mucho menor.

De esta forma, la formación del precio se hace de forma perversa.

Y así además de pagar el derecho de exportación explícito, la producción debe abonar una alícuota escondida. Esta alícuota ni siquiera va a dar a la caja del Estado. Se esparce por oscuros pasillos de la cadena, sin dejar gota alguna en el eslabón primario o en el entorno geográfico donde se desarrolla.

Por eso, se explica la sojización.