La Argentina vuelve a enfrentarse a una situación trágica, a una situación dramática, que abre una cantidad de incertidumbres alrededor de su futuro político. Incertidumbre, sobre todo, porque el país se estaba encaminando a un año electoral. Por supuesto, estoy hablando del fallecimiento del ex presidente Néstor Kirchner, un fallecimiento que tuvo antecedentes muy cercanos, como lo sucedido en febrero, cuando debió ser intervenido de la carótida, como lo sucedido hace muy poco cuando sufrió una obstrucción en la coronaria. Alteraciones que, me parece, no se contabilizaron en términos políticos, en su debida dimensión, y no se contabilizaron por dos motivos: porque la política argentina tiene un vértigo irrefrenable, un vértigo que devora un episodio tras otro. Y porque, también de alguna manera, hubo en Cristina y Néstor Kirchner, la voluntad de no transformar la salud del ex presidente en un episodio central de la política. Quizás no transformarlo para no dar ninguna señal de debilidad en torno a un tema tan sensible. Ya estaba registrada la debilidad en términos políticos desde aquella elección perdida en junio del 2009.

Y la desaparición de Kirchner implica también la desaparición de un hombre fuerte, de una corriente política que marcó la poscrisis en Argentina. La desaparición de Kirchner también nos plantea nuevos interrogantes acerca de cómo el peronismo, cómo el kirchnerismo procesará esta ausencia. Cómo la procesará la propia presidenta en el año que le queda de mandato por cumplir, y cómo procesará incluso la propia Cristina la posibilidad de conducir, ya no solamente el Gobierno, sino la sucesión dentro del kirchnerismo e, incluso, dentro del peronismo que corre paralelo a la corriente liderada hasta hoy por los Kirchner. Interrogantes que añaden todavía más incertidumbre a un país que ya las tenía. Un país que parece condenado a vivir la tragedia y el drama.