El recuerdo de lo ocurrido con la Alianza (1999-2001) y el futuro que se avecina en 2011 invitan a reflexionar sobre las coaliciones. La Argentina ha tenido coaliciones electorales, pero nunca pudo conformar y mantener coaliciones de gobierno a nivel nacional. ¿Cómo no vincular la “gran crisis de 2001″ con esta deficiencia? Es probable que el año que viene el candidato que triunfe llegue a la presidencia bajo el formato de una coalición. Hay dos cuestiones clave en la conformación y el mantenimiento de la coalición: la claridad en cuanto a la necesidad de un programa de políticas públicas consensuado y la ingeniería institucional de la coalición.

Una pregunta medular se soslayó desde los inicios de la Alianza entre la UCR y el Frepaso: cómo se debía construir una coalición de gobierno relativamente estable. Se hablaba de la “ingeniería institucional de la Alianza” y por ello se entendía la distribución de candidaturas a nivel de presidencia, vicepresidencia, Jefatura de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires y la provincia de Buenos Aires. Faltaron las preguntas necesarias para institucionalizar una incipiente coalición; entre otras: ¿qué papel jugará el presidente de la coalición teniendo en cuenta el sistema presidencial fuerte de la Argentina?, ¿qué rol tendrá la vicepresidencia, considerando que seguramente será ocupada por una figura prominente de otro partido?, ¿qué nuevo papel tendrá la Jefatura de Gabinete?, ¿cómo será, en definitiva, el mecanismo de toma de decisiones?, ¿cuál será el papel de los partidos en el diseño y la implementación de las políticas públicas?, ¿cómo será el esquema de resolución interna de los conflictos?, ¿cómo serán distribuidos los cargos no electivos?

En cuanto al papel del presidente, coalición y sistema presidencial es una combinación más dificultosa que las alianzas en sistemas parlamentarios, pero perfectamente factible. El Ejecutivo es uno, el presidente, y según la Constitución es el encargado de llevar adelante los asuntos de la nación. Pero cuando de coalición se trata, este presidente debe tener dos cualidades esenciales. De un lado, debe ser un presidente con autoridad, para que las distintas filas partidarias se mantengan cohesionadas bajo el cobijo de un derrotero presidencial sólido. Y del otro, debe ser un presidente con estilo consensual, para que los otros partidos de la asociación se sientan integrados. La elección del vicepresidente y su relación con el presidente son cuestiones esenciales. Esa relación debe ser cooperativa y el presidente debe otorgarle un papel importante, pues, seguramente, el vicepresidente representará a un sector significativo de la coalición. En cuanto a la toma de decisiones, el presidente, si quiere mantener la coalición en saludable estado, debe consensuar también las políticas públicas por implementar. Es cierto que la Constitución le otorga potestades exclusivas como la designación y remoción de los ministros, pero también lo es que el marco de una coalición implica cierto cambio en el estilo de hacer política.

En la Argentina los partidos son herramientas para el acceso al poder, pero una vez en el gobierno son los funcionarios los que ejecutan las políticas. Una coalición requeriría de una conducción que integrara a los partidos que la conforman, no sólo para nutrir de ideas al gobierno sino también para debatir las líneas por seguir y las rectificaciones necesarias. Una alianza debería tener un núcleo de reglas y criterios claros acerca de cómo encarar las tareas de gobierno, cómo integrar el gabinete y los ministerios, cómo proveer las figuras de reemplazo.

La conformación del gabinete de ministros es un punto crucial. Allí la representación de los partidos puede obedecer a distintos criterios: la proporcionalidad del caudal de votos, el interés de los partidos por determinadas áreas o la especialización en la tarea de gobierno. Otro aspecto es la decisión acerca de la feudalización partidaria de los ministerios, donde el partido en cuestión manejaría todos sus resortes, o bien una integración relativa con políticos de otras fuerzas de la coalición. En el primer caso se priorizaría la homogeneidad con el riesgo del encapsulamiento partidario; en el segundo, el equilibrio se llevaría también dentro de cada ministerio con el riesgo de una gestión menos coherente.

Una coalición de gobierno no es sólo repartir cargos entre los socios. Es diseñar un esquema institucionalizado de poder que implique consensuar un programa de gobierno común, establecer los caminos para implementar las medidas, concordar los aspectos operativos, distribuir responsabilidades -no sólo cargos-, diseñar medidas de confianza mutua entre los socios y mecanismos de resolución de conflictos, consolidar vías de comunicación estable y un sistema de retroalimentación entre el gobierno, las autoridades de la coalición y los partidos que la integran. La Argentina no resiste más improvisaciones.