Hace veinte años el historiador británico Paul Kennedy publicó El auge y caída
de los grandes poderes, un libro que sería traducido a 23 idiomas. La tesis que
le valió a Kennedy este extraordinario éxito editorial es que el cáncer de los
imperios, desde Alejandro Magno hasta nuestros días, ha sido la extralimitación.
Los imperios mueren de gula porque conquistan un espacio tan vasto que después
no lo pueden asimilar.
La historia está poblada de grandes indigestiones. Cuando ya dominaba a Europa Occidental, ¿qué locura llevó a Napoleón a no conformarse con lo que ya tenía para invadir nada menos que a la inmensa Rusia hasta que la nieve derritió a sus ejércitos? Esta pregunta que Kennedy plantea a los imperios, ¿no podría extenderse a los individuos excesivamente ambiciosos? Cuando tomó el poder en 2003, Kirchner pudo haberse contentado con dejarse llevar por el poderoso "viento de cola" que todavía hoy favorece como nunca a las exportaciones argentinas, pero lo encandiló la "tentación napoleónica" que desembocaría en su fatídica pretensión de conquistar todo el poder por todo el tiempo, una aspiración tan extrema que hoy lo ha puesto contra las cuerdas. ¿Es, por otra parte, Kirchner el único afectado por la "gula imperial" entre nosotros? Esta enfermedad que promete el cielo mientras prepara el infierno, ¿no afecta, asimismo, a su émulo Hugo Moyano?
Las instituciones republicanas están pobladas de protagonistas habitados, al contrario, por ambiciones limitadas porque sólo aspiran a llenar el ciclo que les ha tocado. Nombres como los de Aylwin hasta Bachelet y Piñera en Chile, Cardoso hasta Lula en Brasil, Sanguinetti hasta Mujica en Uruguay, enhebran como las cuentas de un rosario la prosperidad de sus naciones. Pero la historia abunda en la condena de aquellos héroes desmedidos a los que la sabiduría griega fulminaría en sus tragedias por haber pretendido competir con los dioses.
El pecado más grave que podía cometer el ser humano era, según los griegos, la hubris o desmesura, la pretensión alocada de trascender la condición humana que también perdió, según la Biblia, a Adán y Eva. Las venerables advertencias de las culturas judeocristiana y helénica de las cuales provenimos ayudaron muchas veces a sofrenar las ambiciones desmedidas, pero otras veces resultaron insuficientes para prevenir los excesos que conducen al abismo. Si sabemos desde la antigua sabiduría que aquellos que la ignoran terminarán mal, lo que no sabemos, en cambio, es cómo terminarán mal, cuál será la ruta exacta de su desvarío. De ahí que, mientras dura la pretensión del ambicioso, él y quienes lo rodean pueden deleitarse anticipando ese triunfo que, finalmente, no les llegará. Esta duda "procesal" vale, para el "final anunciado" de Hugo Moyano.
¿En qué "se pasó" Moyano?
Se nos replicará que Moyano no ha hecho otra cosa que repetir la trayectoria de
sus antecesores al frente de la CGT. ¿No es ésta acaso un "factor de poder" a
partir del momento en que la exaltó Perón en 1945? Desde este año, la central de
los trabajadores ha mantenido su enorme influencia a un punto tal que ni sus
aliados en el peronismo ni sus rivales en el radicalismo, ni los militares, han
conseguido redimensionarla. Los gobiernos anteriores, después de aspirar a
contener el poder sindical, terminaron rindiéndose ante él.
El propio Raúl Alfonsín denunció el "pacto militar-sindical" antes de su gran victoria de 1983, ¿pero qué siguió después? La reconciliación casi inmediata con el sindicalismo y la entrega anticipada del poder en 1989, en medio de grandes convulsiones acentuadas por los paros de la CGT. El general Onganía monopolizó el poder en 1966. ¿Pero qué siguió después? Que Onganía fue el primer presidente en asignarle al sindicalismo lo que es todavía hoy su principal sostén: el monopolio de las obras sociales.
Pero estas sucesivas concesiones de todos los gobiernos tuvieron una contrapartida: la invariable moderación del movimiento sindical que, a cambio de no ser investigado, nunca pretendió apropiarse del poder político. Cuando Perón convirtió a la central obrera en la "rama sindical" de su movimiento, le dio el segundo asiento del poder; nunca el primero. Si los sucesivos gobiernos siempre respetaron el feudo sindical, por otra parte, nadie se animó a invadir el poder político desde el feudo sindical. Nadie, hasta Moyano. La hubris de éste consiste entonces en que, animándose más allá del límite que habían aceptado sus antecesores, ya no se contenta con dirigir una rama del poder total sino que, por haber trascendido el límite histórico de la ambición sindical, ahora quiere convertirla en tronco. Moyano invade los espacios hasta ayer reservados a los demás sindicatos. Controla todas las rutas de un país que se ha quedado sin ferrocarriles. Preside el vasto aparato político del kirchnerismo bonaerense. So pretexto de participar en sus utilidades, quiere intervenir en la gestión de las empresas. Aspira a vetar desde ahora a Julio Cobos. Hasta tiene la fantasía de emular a Lula. ¿Alguien podrá detenerlo?
Fascismo o democracia
Cuando el rey de España Carlos V tenía por rival a Francisco I de Francia,
exclamó con ironía: "Mi primo Francisco y yo estamos de acuerdo: los dos
queremos Milán". Si Moyano aspira al poder político, Kirchner vendría a ser su
primer obstáculo porque él, lo mismo que Moyano, "quiere Milán". Kirchner, de
llegar de nuevo a la presidencia, podría tener como meta inmediata la
destrucción política de Moyano, ¿pero qué pasará si no le siguen dando las
encuestas? ¿Qué haría en tal caso Moyano? ¿Lo acompañaría, solícito, hasta el
cementerio?
Lo que llamaríamos el "kirchnerismo moderado" que, a la inversa del "ultrakirchnerismo", no quiere seguirlo a Kirchner hasta el cementerio, se divide hoy en dos corrientes. Una, dominada por Moyano, gravita sobre la clase obrera. La otra pertenece a la clase media, que rechaza categóricamente a Moyano y empieza a considerar seriamente a Daniel Scioli como una alternativa frente a Kirchner en estos momentos en que la agresividad del ex presidente ha desembocado en la creación de un clima hostil, propicio para crueles enfrentamientos como el que acaba de costarle la vida al militante Mariano Ferreyra. En el seno de su propio frente, Kirchner no tiene, pues, uno sino dos rivales: a su izquierda Moyano, Scioli a su derecha.
Lo que habrá que tener en cuenta, de todos modos, es que el frente sindical que alienta Moyano es un residuo corporativista, fascista, sencillamente incompatible con la Argentina republicana. En todos los países democráticos prevalece la libertad de asociación que conduce al pluralismo sindical. Alguna vez la democracia argentina tendrá que desembarazarse por ello del monopolio sindical que encarna Moyano, un monopolio que, por sus gravísimos índices de corrupción, es vulnerable a cualquier investigación judicial que merezca este nombre. Y aquí reaparece otra vez Kirchner porque, si Norberto Oyarbide es el juez al que aquél tiene cautivo, la prisión de Juan José Zanola podría sugerir otra pista: que el propio Kirchner le haya enviado a Moyano la señal de advertencia de que, tan sospechado como Zanola, podría terminar como él entre rejas.
Si Moyano y sus "pibes" han emprendido una lucha en serio por el poder total,
habría que recordarles que, para aquellos que padecen la hubris del poder, a
medida que la meta se acerca, aumentan los riesgos. Todo o nada: he aquí la
consigna que comparten Kircher y Moyano en medio de una Argentina que, contra
ambos, desde el 28 de junio de 2009 quiere ser republicana.


