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Los esposos Kirchner, cuya meta ha sido dominar a los argentinos, están siendo dominados a su vez. Esta es su paradoja. Pero aquella "dominación de ida" y esta "dominación de vuelta" son de distinta naturaleza. Para dominar a otros, los Kirchner han utilizado diversos métodos desde el "apriete" hasta el soborno que, si bien apuestan a la debilidad psicológica de sus "víctimas", ya que explotan su miedo o su codicia, son en cierta forma "externos" a ellas porque les vienen "de afuera", partiendo de los Kirchner y llegando a sus frágiles conciencias hasta hundirlas en el negro pantano de la obsecuencia. Los factores que dominan a los miembros de la pareja presidencial son, al contrario, "internos" porque residen en sus propias conciencias, pero no por eso dejan de ser tan poderosos como los barrotes de una cárcel que, habiéndose instalado en la intimidad de sus personalidades, les bloquean la "autocrítica" y el "diálogo", esos dos puentes que podrían haberlos liberado, por lo pronto, de sí mismos.

Cuando alguien alberga una pasión irrefrenable, decimos que padece una adicción . Los Kirchner, entonces, ¿son "adictos"? No, por cierto, en relación con las adicciones más groseras como serían, por ejemplo, las de las drogas o el alcoholismo. Pero no por eso los Kirchner dejan de ser adictos. Lo que ocurre es que sus adicciones son más complicadas que las que habitualmente se mencionan. Y si aquí usamos la palabra "adicciones" en plural, es porque la adicción que padece Cristina Kirchner es diferente de la adicción que afecta a Néstor Kirchner, aunque ambas resulten, en definitiva, convergentes.

El mito de Narciso

Una de las figuras más notables de la mitología griega es Narciso, un joven de extraordinaria belleza cuyo entretenimiento era desairar a las mujeres que lo asediaban. Fue entonces cuando Némesis, la diosa de las retribuciones, decidió castigar la soberbia del joven apolíneo. ¿Cómo lo hizo? Permitió que Narciso, por ser el primer humano que se veía reflejado en el tembloroso espejo de un lago, descubriera su propia imagen, enamorándose a continuación de ella. Pero la fascinación de Narciso consigo mismo lo llevó a acercarse tanto al lago que terminó ahogándose en él.

El periodista Andrés Oppenheimer, al referirse al caudillo venezolano Hugo Chávez, lo ha llamado una y otra vez narcisista-leninista . "Leninista" por su ideología. Pero "narcisista", además, porque habla tantas veces ante un público invariablemnte exultante que bien podría decirse que lo que más lo atrae es oírse a sí mismo. Cuando uno advierte que Cristina Kirchner habla casi diariamente ante un público igualmente cautivo, aunque reducido a los pocos cientos que expresan adoración por sus discursos nunca expuestos al disenso de los que no coinciden con ella, pero proyectados al mismo tiempo hacia la muda audiencia general a través de la red oficial de comunicación, cabe preguntarse si su íntima motivación no es también, como en el caso de Chávez, convertirse en una protagonista, y ésta es una tendencia que ha venido a reforzarse con su diaria apelación a la red social Twitter, mediante la cual también elude, de paso, las preguntas potencialmente incómodas de la audiencia.

Esta inclinación se volvió evidente desde 2008, cuando, en plena crisis del campo, la Presidenta empezó a multiplicar la frecuencia de sus mensajes, además, nunca leídos para confirmar que no necesita acudir a textos o a notas que la habrían hecho depender, en tal caso, de inoportunas fuentes ajenas. Lo que salió a la luz, entonces, fue que la Presidenta, pese al efecto contraproducente de sus discursos, sobre todo entre la clase media, insistía en reproducirlos de continuo, dejando ver de este modo que lo que más le importaba no era convencer, aprender o dialogar, sino apuntalar su propia autoestima, y demostrando así que sus constantes autorreferencias frente a un público previamente domesticado, más que llegar a más y más gente, apuntaban a reafirmar su quizás endeble autoimagen. Igual que Narciso y como él, quizás, en la inquieta espera de la inexorable Némesis.

Esta hipótesis sobre el narcisismo de Cristina, ¿valdría también para explicar los últimos acontecimientos? El hecho es que el jueves último, al desempatar otra vez contra el Gobierno para apoyar el aumento a los jubilados, el vicepresidente Cobos vino a repetir la escena, terrible para la memoria de los Kirchner, de su voto "no positivo" de 2008. Se tuvo entonces esa sensación que los franceses llaman déjà- vu y nuestro Diccionario "paramnesia", algo contrario a la "amnesia", en virtud de la cual presentimos que algo ya ocurrido se vuelve a hacer presente. Pero lo más grave para los Kirchner del voto de Cobos no era tanto esta nueva derrota del oficialismo en el Senado cuanto algo inadmisible desde una visión narcisista de la política: que Cobos se había convertido de nuevo en protagonista. Esto era algo sencillamante inaceptable para la Presidenta. ¿Qué hizo, entonces? Al vetar la ley jubilatoria, recuperó en menos de veinticuatro horas el protagonismo. Es que si hay algo inaceptable para un narcisista es que alguien pretenda desplazarlo del centro de la escena.

¿Qué es "vencer"?

Al aprovechar su regreso al protagonismo, Cristina Kirchner agredió, de paso, al vicepresidente Cobos llamándolo okupa . Fue en ese instante cuando su discurso vino a coincidir con la adicción particular de Néstor Kirchner. Para éste, en efecto, sólo importa vencer, de ahí que haya bautizado a su agrupación Frente para la Victoria. Pero si todo lo que importa es "vencer", también existe la necesidad insoslayable de vencer a alguien . Sin enemigo, no podría haber victoria. La presencia del enemigo confiere a toda batalla su elemento indispensable. Esta obsesión con el enemigo, propia de las ideas autoritarias de Carl Schmitt, fue recobrada al servicio de los Kirchner por Ernesto Laclau y su asociada y mujer, Chantal Mouffe, pero había tenido su expresión más elocuente en la advertenecia que un destacado politólogo ruso, Georgie Arbatov, al caer la Unión Soviética en 1989, les hizo a sus vencedores norteamericanos cuando les dijo: "Les hemos hecho a ustedes un daño incomparablemente mayor que nuestra amenaza nuclear: los hemos dejado sin enemigo ".

Lo peor que podría ocurrirle al belicoso Néstor Kirchner, debido a su adicción a una victoria que debería reiterarse siempre, es quedarse sin enemigo. No bien se animó a desempatar otra vez en el Senado contra la pareja gobernante, Cobos pasó a cubrir de inmediato esta necesidad contra lo peor que podría ocurrirle a Kichner en esta dudosa instancia de nuestro proceso político: ante la ambigüedad de una oposición desdibujada, y que tampoco acepta el desafío de Kirchner al negarse a la elección interna que éste le proponía, sería quedarse sin enemigo .

Fue entonces cuando Cristina Kirchner, en el discurso donde anunciaba el veto a la reciente ley del Congreso en favor de los jubilados, acudió en ayuda de su esposo insultando a Cobos. ¡Qué alivio frente a la sombría advertencia de Arbatov! Pese a ella, los Kirchner habían resucitado casi de inmediato su concepción de la vida política, que no es otra que invertir la famosa advertencia de Carl von Clausewitz según la cual "la guerra es la continuación de la política por otros medios", pensando al contrario que "la política es la continuación de la guerra por otros medios". Con la renovación del belicismo contra Cobos, la adicción a la guerra política del propio Kirchner quedó salvada, aunque fuera a costa de un veto impopular.