La reforma, o mejor, la restauración del Indec es urgente, y si el plan no es el mejor, la situación a la que llevó el Gobierno al organismo es, en cambio, sencillamente un escándalo.
No es extraño que haya urgencia por terminar con la catástrofe a la que llevó el kirchnerismo al Indec. Lo asombroso es que a buena parte de la sociedad le haya importado tan poco que se destruyera el sistema de estadísticas públicas, que se humillara y persiguiera a sus mejores profesionales y se empleara en la institución a reconocidos barrabravas y patoteros.
Más extraño aún es que muchos defensores del actual gobierno no hayan hecho una crítica a los más que evidentes desmanejos en el Indec. Son los mismos intelectuales que adhieren de manera acrítica al kirchnerismo los que en otros tiempos, y muchas veces con justa razón, se erigieron en fiscales públicos del menemismo.
Muchas de esas voces todavía recuerdan y fustigan a Domingo Cavallo por aquella desafortunada frase en la que mandó a lavar los platos a algunos investigadores del Conicet. Es de esperar que el propio ex ministro se haya arrepentido del exabrupto. Pero esos intelectuales ¿pueden hoy alinearse sin decir nada con el gobierno que emplea patoteros de Guillermo Moreno en el Indec, que aparecen en la Feria del Libro haciendo destrozos para evitar la presentación de un libro que cuenta esas mismas trapisondas?
Hay cosas incomprensibles en la Argentina. Los Kirchner han conseguido convencer a muchos de que hay tenebrosos enemigos de la patria a los que ni siquiera hay que dejar hablar. Los técnicos que hacían estadísticas verdaderas son víctimas de ese proceder. Acusaciones lanzadas temerariamente y nunca probadas por parte de ministros han sido toda la explicación. Metodologías para hacer cifras que se defienden, pero no se revelan. Todo eso ha hecho el kirchnerismo en el Indec.
Las sociedades son más permeables a las demonizaciones en períodos de urgencias y apremios. En medio de las humillaciones por la derrota y las durísimas reparaciones de guerra, tras la hiperinflación, parte del sufrido pueblo alemán de entonces tal vez estuvo más dispuesto a aceptar las horrorosas teorías de Hitler: los judíos eran los culpables de todos los males.
Los Kirchner no son siquiera parecidos a Hitler. Pero han conseguido llevar a buena parte de la población a un grado temible de fanatismo contra cualquiera que contradiga el discurso oficial. Las estadísticas que decían que no todo está tan bien como los Kirchner dicen fueron eliminadas. Ojalá las actuales cifras del Indec fueran ciertas. Tal vez así muchos menos aceptarían el discurso cerril y antidemocrático que llega desde lo más alto del poder.


