A 124 años de distancia de su primera edición, no sería un equívoco afirmar
que la tradicional feria ganadera es menos un espacio para hacer grandes
negocios (que se hacen, y mucho) que un espectáculo único para los chicos, en
sus dos semanas de ocio invernal. Para muestra basta una jornada. Y qué mejor
que la primera. Chicos envueltos en enormes camperas obnubilados por todo lo que
resalta a su alrededor: vacas, chanchos, autos, juegos y dulces.
Tantos hijos y tantos padres recorrieron la Rural ayer que batieron el récord
de visitantes en la historia de esta expo para un primer día: pasaron 32.321
personas, una cifra que supera holgadamente la de años anteriores (12.440 en
2009, en plena pandemia de gripe A; 20.462 en 2008 y 28.000 en 2007) y que
permite pensar que el deseo de los organizadores de batir la marca total pueda
hacerse realidad el 3 de agosto, cuando se bajen las persianas.
Y todo a pesar del frío, que cruzó Palermo con insistencia. Las bajas
temperaturas hicieron que la gente se concentrara bajo el techo de los
pabellones y no tanto en la pista central. Así lo cuenta Daniela, expendedora de
café y medialunas: “Nos vinimos adentro porque afuera, al mediodía, habíamos
vendido nada más que 9 cafés y acá los compañeros no daban abasto”.
Y así fue, los padres, arrastrados por la pasión lúdica de sus hijos,
abundaban en la zona cerrada. Como Gabriela, que llegó de Grand Bourg, con sus
hijos Alan (14), Agustina (10) y Matías (4). “Yo tuve en casa perros, canarios,
caballos y ovejas, así que a mí lo que más me gusta son los juegos. Ah, también
disfruté de la jineteada”, relató Agustina. La jineteada fue una de las
actividades de la pista central, cuyas célebres tribunas apenas retuvieron a
algunos arriesgados que hicieron frente al frío con una buena seguidilla de
mates. No obstante, muchos chicos aprovecharon ya al atardecer el momento en que
los productores sacaron a “varear” a las vacas para mirar bien de cerca y a los
ojos a los animales, como esa niña rubia que, distraída, se sorprendió al oír un
estruendoso mugido: “ma, qué es ese ruido ‘juerte’”. O los hermanos Facundo (6)
y Marcos (3), venidos de José León Suárez, incrédulos ante el tamaño de las
vacas. “Estoy asombrado por lo grandes que son y cómo las peinan”, dijo Facundo,
antes de la exclamación cromática de su hermanito: “¡A mí me gustan las negras!”
Mientras tanto, bajo techo continuaba el desfile de chicos. Una de las
estrellas fue el Chevrolet Corvette naranja en exhibición (una joya de la
industria automotriz que se consigue, a pedido, por “nada menos” que 131 mil
dólares). El auto recibió más fotos que el otrora famoso toro “Cleto”. Ahí
estaba incrédulo Leonardo Nahuel (8), mirándolo, deseando subirse, custodiado
por su papá Gastón y su mamá Natalia, recién llegados de Barranqueras, la
localidad portuaria del Chaco, vecina de Resistencia. “Decidimos venir un jueves
a la Rural porque está más tranqui, pero igual hay mucha gente”, contó Gastón,
con el mate ocupando el lugar de tereré y la mirada puesta en la inquietud de
Leonardo, que giraba y giraba alrededor del Corvette. Hasta que confesó, al fin:
“Me gusta más el auto que las vacas”.
Otros eligieron conocer el pabellón alusivo al Bicentenario, de nombre un tanto pretensioso: “Centro de Interpretación del Bicentenario del Campo”, una pasarela donde se relatan las vicisitudes del país y del campo. Y hubo quienes apuntaron con voracidad al sector quesos y fiambres. “Mmm… esta bondiola se deshace en la boca”, casi que gritó Aurora (65) de la mano de su nieta Felicitas (4). Allí, tal vez mejor que en ningún lado, queda la radiografía y lo que se espera para esta edición de la feria. Lo dijo Florencia Kapite, con siete años de Rural en su currículum, mientras repartía trocitos de lomo ahumado: “Este año vemos a la gente de mejor humor, mejor predispuesta para comprar y para preguntar. Va a ser un buen año”. Y así parece que será.


