Además de fugaces, las victorias y las derrotas son, muy a menudo, triviales. El torneo en el que participan el Gobierno y la oposición se ha vuelto exasperante por lo azaroso. La fragmentación del poder redujo la visibilidad al cortísimo plazo.

A pesar de ese enredo cotidiano, aparecen algunos problemas de mayor duración que ordenan el curso de la vida pública como una corriente subyacente. De cómo se resuelvan esos dilemas y tensiones depende, en buena medida, la identidad del próximo presidente.

Uno de esos fenómenos es la inflación. Si bien en 2009 no había desaparecido -con recesión y todo, se mantuvo en un 14%-, ahora se está acelerando. Los analistas más conservadores calculan que este año será del 25% y que en 2011 puede alcanzar el 35%. Los efectos de esta patología son conocidos. Las visitas al supermercado terminan provocando emociones políticas. La presión por el salario -único precio que, en homenaje a su alianza con el sindicalismo, Néstor Kirchner ha dejado liberado- comienza a recalentarse: esta semana, por ejemplo, los bancarios acordaron un aumento del 23,5%. Además, la puja de las organizaciones de desocupados alrededor de la asistencia estatal se vuelve más revoltosa.

Con la inflación, el Gobierno se asegura el malestar social que no consigue provocar con sus desarreglos institucionales. Es tan obvio como alarmante que los Kirchner carecen de una receta para superar el desafío. Hasta es posible que el problema no esté entre los principales de su agenda. Mientras tanto, las intervenciones de Guillermo Moreno son cada vez más ineficaces y provocan episodios de desabastecimiento, como sucedió en el mercado de los combustibles y sucederá en el de las carnes.

La inflación será el principal tema de discusión de la próxima campaña presidencial. Como ocurre siempre que se confrontan estrategias para estabilizar la economía, habrá una polémica sobre el tipo de cambio y la tasa de interés. No es una controversia teórica. De su desenlace depende quiénes serán los vencedores y los vencidos del nuevo mapa de poder sectorial.

Escalada inflacionaria

Algunos economistas consideran que, comparado con la escalada inflacionaria, el problema fiscal es, en el fondo, anecdótico. Según ellos, bastaría que el próximo gobierno regularice sus relaciones con los organismos multilaterales de crédito y con el mercado financiero internacional para que ese frente quede despejado. Heterodoxos como Luciano Laspina y clásicos como Adalberto Rodríguez Giavarini defienden la misma tesis con variaciones mínimas. Es probable que tengan razón. Sin embargo, en el trayecto hacia 2011, los números fiscales serán un condicionante político de primera magnitud, ya que de ellos depende la relación entre Kirchner y el PJ.

La tensión que soporta ese vínculo es el segundo gran ordenador de la política en este ciclo. La incomodidad tiene un origen muy visible: la figura más decisiva del partido está entre las más impopulares de la sociedad. Los gobernadores e intendentes peronistas no pueden deshacerse de Kirchner, pero tampoco pueden dejarse llevar por él a la derrota. Un dilema casi idéntico modeló, en 1999, la relación de esos dirigentes con Carlos Menem.

Ese pasado puede iluminar el futuro. En aquel momento los líderes provinciales del PJ llegaron a una solución transaccional: Menem dejó de insistir con la rerreelección y ellos convocaron a elecciones en la fecha que mejor les convino. El triunfo de Eduardo Duhalde sobre Fernando de la Rúa dejó de ser una prioridad absoluta para el partido y para el gobierno.

En algunas cabezas del kirchnerismo anida la misma salida. Es decir: pactar un desdoblamiento de los comicios que garantice a los peronistas retener su poder territorial, manteniendo a Néstor Kirchner como jefe del justicialismo, y librando a su suerte, en alguna medida, al candidato presidencial del partido.

El contrato supone, claro, que el esposo de la Presidenta terminará de aceptar que no está en forma para postularse. Si éste fuera el proceso interno del peronismo, habría que contemplar otra novedad: antes de que se inicie el trámite sucesorio, los gobernadores recuperarán sus capacidades fiscales coparticipando la masa de recursos que hoy concentra la Nación. La promesa oficial de abrir un debate por la coparticipación tal vez no sea falsa, sino sólo prematura.

En el fondo de esta estrategia palpita un interrogante maquiavélico: si Kirchner llega a admitir que no será el próximo presidente, ¿no verá más conveniente que lo herede un candidato ajeno al PJ? Es decir, antes de arriesgarse al eclipse que supone el ascenso de un líder de su propio partido, ¿no soñará con ser el jefe de la futura oposición? Para sintetizar: ¿Daniel Scioli es el nuevo Duhalde? Son preguntas muy precoces, pero ayudan a desnudar las contradicciones que el proceso político debe todavía resolver.

El radicalismo

El tercer fenómeno que abre un gran interrogante sobre el cauce del poder en los próximos meses es la puja que se desarrolla en el principal partido de la oposición. Las encuestas están insinuando en la UCR un fenómeno, por ahora, enigmático: el atractivo creciente de Ricardo Alfonsín. En un sondeo elaborado por la consultora Isonomía, por ejemplo, el hijo del ex presidente registra 57,7% de imagen positiva, 23,3% de imagen negativa y 7,1% de desconocimiento.

Al comenzar el año, Julio Cobos reinaba, solitario, como candidato presidencial del radicalismo. Pero ahora en ese cielo brillan dos soles. Cobos sigue siendo el político más prestigioso de la Argentina. Pero Alfonsín se ha destapado como un dirigente hiperactivo, que recorre el país de cabo a rabo, aprovechando el imán que representa entre los afiliados la memoria de su padre. Era de esperar: en el renacimiento radical no podía faltar una gran interna. La precipitó el titular del Comité Nacional, Ernesto Sanz, quien -mezclando la sinceridad con la picardía- acaba de blanquear que Cobos y Alfonsín pelean por la presidencia.

Los rivales extrapartidarios de Cobos se deleitan con la aparición de un competidor interno. Quizá la única coincidencia entre los Kirchner y Elisa Carrió sea la simpatía por Alfonsín Jr. En el caso de Carrió, la afinidad está alimentada por amigos comunes -se destaca Margarita Ronco, la inseparable secretaria de don Raúl- y abre la hipótesis de una alianza interpartidaria en el Acuerdo Cívico y Social.

Los interrogantes que rodean al oficialismo y a la oposición dependen de una incógnita metodológica: la reforma electoral que se aprobó el año pasado y que prevé internas obligatorias y simultáneas para todos los partidos políticos en agosto de 2011 es de muy dudosa viabilidad. En la justicia electoral la ven, por ahora, impracticable. ¿Por qué extrañarse? En un país que ha decidido quebrar todas las reglas de juego, lo más natural es que nadie conozca el sistema de selección del presidente. Aunque sólo falte un año y medio para elegir al próximo.