Tanto a la cumbre climática de Copenhague como al acto que organizó la Comisión de Enlace en el Rosedal de Palermo los une la intención de poner límites. Un fin de fiesta para la emisión de gases de efecto invernadero y un fin de fiesta del poder hegemónico en la política local. Pero vayamos por partes.

Está claro que ya no son sólo unos locos sueltos propios de una película de Hollywood los que predicen la destrucción del planeta por el calentamiento global. En la ciudad de Copenhague comenzó esta semana la mayor conferencia sobre cambio climático de la historia, en la que 1200 delegados de 192 países intentarán consensuar las políticas para evitar que el planeta sufra una catástrofe. La próxima semana, el presidente norteamericano, Barack Obama, al igual que otros 100 líderes mundiales asistirá al tramo final de las negociaciones. ¿Significará Copenhague un cambio de proporciones para la economía mundial? ¿Una bisagra histórica? Lo cierto es que la alarma mundial esta activada a toda su potencia.

El calentamiento del planeta es indiscutible. Según la Organización Meteorológica Mundial, esta década va camino de ser la más caliente desde que se tienen registros. Sumemos a este dato que la década del noventa fue más cálida que la del ochenta, y así década tras década.

Todavía quedan los que son indiferentes al problema. Pero el agro y los productores de alimentos no se pueden dar ese lujo. Por desarrollar una actividad a cielo abierto que depende del clima, son los primeros que están sufriendo las consecuencias.

Para entender un poco más lo que se viene es necesario en primer lugar no subestimar el fenómeno. Sería un error creer que todo se reducirá a sufrir más inundaciones o más secas y que la actividad seguirá más o menos igual que ahora. Por el contrario, es muy probable que todas las variables del negocio se vean afectadas. El desafío es enorme si se piensa en una humanidad hambrienta que vive en un planeta cada día más frágil. Gustavo Idígoras, ex agregado agropecuario en Bruselas y ahora consultor privado, advertía esta semana que dentro de dos años los europeos conocerán las emisiones de gases de efecto invernadero generadas en la producción de cada alimento y es muy probable que fijen límites a esa contaminación.

Por estos días, la atención mediática no sólo está enfocada en la industria, los autos o las distintas fuentes de energía. En la mira también está la producción de alimentos que hace su contribución al calentamiento global. Según distintos trabajos de la FAO, la Organización Mundial para la Agricultura y la Alimentación, llegaría a sumar el 18% de las emisiones globales. La ganadería causaría más emisiones globales que el transporte. Una vaca lechera europea emite la misma cantidad de gases que un auto a 60 kilómetros de velocidad. Pero a no equivocarse. Para limitar la emisión de gases de la ganadería, el mejor camino sigue siendo la técnica. Existe la percepción de que los históricos métodos de producción de alimentos eran inherentemente más amigables con el medio ambiente que las modernas prácticas agrícolas. Un trabajo publicado en el Journal of Animal Science deja en claro que el impacto medioambiental de los sistemas modernos de producción de EE.UU. es considerablemente menor que aquellos utilizados en 1944.

A pesar de la mala imagen pública de los tambos industriales, las prácticas modernas requieren un 21% de animales, 23% de alimentos, 35% de agua y únicamente el 10% de la tierra que se necesitaban para producir la misma cantidad de leche.

En la medición de gases de efecto invernadero, el sistema actual apenas generó el 37% de lo que se emitía en 1944 para producir su equivalente en litros de leche.

En la cumbre de Copenhague se está abriendo algo así como una caja de Pandora: ¿aumentarán las trabas al comercio mundial? ¿Y los biocombustibles? ¿Será el gran momento de la siembra directa? ¿Todo pasará por un gran mercado de carbono y de intercambio de emisiones?

Como en Copenhague, en el acto del Rosedal de Palermo se reivindicó la necesidad de vivir respetando los límites. En este caso, los límites que impone la democracia. El acto organizado por la Comisión de Enlace demostró que el espíritu de militancia de los productores se mantiene intacto, a pesar de que la mayoría se encuentra con un pie en la cosecha de trigo y el otro en la siembra de soja. Y que la alianza con la sociedad urbana también goza de buena salud.

Fue, en definitiva, como un acto de fin de año en el que todos quieren dar una vuelta de página.