Hay un hombre desesperado que está actuando con desesperación. Difícilmente
pueda encontrarse otra interpretación a las últimas conductas de Néstor Kirchner.
El ex presidente revolea trompadas como el boxeador que empieza a sentirse con
piernas de algodón y teme desmoronarse en la lona.
El Kirchner enceguecido es el verdadero Kirchner. No es el hombre que aparece
en público exudando confianza y con semblante de triunfador. Tampoco es el que
afirma que las cosas en la Argentina marchan muy bien. Ni las cosas están bien
ni el ex presidente está seguro de que podrá evitar un naufragio electoral el 28
de junio.
¿Por qué su desesperación? Porque la economía viene galopando en descenso
aunque las cifras del INDEC muestren una realidad más apacible. Porque ha
terminado convirtiendo a Cristina, su mujer, en una mascarita en vez de la cara
visible del Gobierno y de la autoridad. Ha hecho consumir de modo increíble, en
poquito más de un año, las esperanzas que había despertado la Presidenta. Los
comicios legislativos, así las cosas, pondrán en juego el destino del Gobierno y
también su condición de patrón del peronismo.
La escalada del ex presidente comenzó cuando resolvió trasladar de octubre a
junio las legislativas. Intuyó que podía constituir un golpe fatal para la
oposición. No parece haberlo sido, aun dentro de la debilidad, porque aquel
anticipo apuró el acuerdo en el PJ disidente entre Francisco De Narváez y Felipe
Solá y no logró desoldar la fusión entre la Coalición Cívica y los radicales.
Esa previsión fallida lo impulsó a lanzarse como candidato a diputado en
Buenos Aires. Hubo en la maniobra de bastante omnipotencia y enajenación:
Kirchner calculó que su presencia en la arena electoral desbalancearía el
tablero. Nada de eso sucedió. Todas las encuestas, también las que circulan por
Olivos, revelan a menos de tres meses de las elecciones una suave preeminencia
del ex presidente. Peligrosamente suave para el tiempo que resta y con una
realidad que tiende a plagarse día tras día de conflictos.
Aquel nuevo paso en falso terminó por convencerlo de que no estaba en
condiciones de guardar ni un centavo del escuálido capital político que
conserva. Jugó el resto, aunque con Kirchner nunca parece estar dicha la última
palabra. Montó a Daniel Scioli en la lista de diputados bonaerenses junto a él y
presiona a los intendentes a encabezar en cada uno de sus distritos la nómina de
concejales. "O nos salvamos todos juntos o nos hundimos todos juntos", comunicó
con cierta remembranza cesarista y con tono de hipotética epopeya que suele
envolver en este tiempo sus razonamientos, decisiones y palabras.
¿Por qué razón semejante manotazo? Por el fracaso de sus estrategias
anteriores. Pero también por un secreto a voces que corría como reguero en las
tierras del conurbano: se sabía de tratativas de varios intendentes con la dupla
del peronismo disidente para armar listas de concejales consensuadas. "Después
del 28 de junio estaremos de nuevo todos juntos", era el lema clandestino. Se
trata de una práctica que los avezados capitanes manejan con la sabiduría de un
buen ajedrecista. "Kirchner les puso un revólver en la nuca y los dejó sin doble
juego", describió un peón político del kirchnerismo.
Esa fue, sin dudas, una razón de peso. Aunque existieron otras. El esquema
electoral del Gobierno se viene desgajando en los principales distritos. Las
derrotas podrían resultar allí desastrosas. La última novedad fue la ruptura con
Juan Schiaretti en Córdoba. El gobernador llevará como postulante a senador al
ex defensor del Pueblo Eduardo Mondino. Un dirigente que jamás agradó a los
Kirchner y que tuvo posición tenaz a favor del campo.
Antes de esa novedad figuró el distancimiento de Carlos Reutemann en Santa Fe
y su renovada aproximación a Eduardo Buzzi para que lo acompañe encabezando la
lista de diputados. El presidente de la FAA aparece entre los dirigentes con
mejor intención de voto en la provincia.
En la Capital, Kirchner dispone sólo de la buena voluntad de Carlos Heller,
pero el banquero, hoy por hoy, no representa una solución. Solución no hay, pero
al menos el ex presidente aspira el 28 de junio a juntar una cifra de dos
dígitos entre los porteños. Aníbal Ibarra, el ex intendente, está a priori cerca
de esa meta pero no tiene voluntad de defender a los Kirchner. Los Kirchner
tampoco tienen ganas de pedírselo.
Mendoza asoma perdida por el acuerdo con todos los sectores que selló el
radicalismo. Ese acuerdo fue posible gracias a la estela de popularidad que
sigue despidiendo Julio Cobos. Ahora mismo el kirchnerismo empieza a temer por
Entre Ríos: ¿irá el PJ encolumnado con el gobernador Sergio Uribarri o se
dispersará si Jorge Busti hace la suya? Esos dos hombres se quieren casi nada.
¿Jugarán los gobernadores peronistas como fueron forzados a jugar los
intendentes de Buenos Aires? La conjetura se alzó como una ola, pero no es más
aún que una conjetura. El Gobierno no muestra dificultades electorales serias en
el interior hondo como las muestra en el resto del país. Quizá haya algún
mandatario que se sume a la treta pero por necesidad política propia antes que
por favorecer los planes de Kirchner. Sería el caso de José Gioja, de San Juan,
quien no tiene reelección en el 2011. Podría ir en junio como candidato, dejar
dos años a un suplente y volver cuando se le acabe el turno en la Gobernación.
Pero ya desechó esa salida de mal gusto.
Esas parecen todavía menudencias para Kirchner porque lo que lo obsesiona es
Buenos Aires, el gran campo de la batalla que vendrá. Un ministro suyo
sentenciaba el Viernes Santo mientras tomaba mate entre palmeras y cipreses:
"Ahora sí, la elección en la Provincia está cerrada". Otro, en la soledad de su
departamento, desgranaba con más precaución: "La jugada electoral es formidable.
Pero no sabemos cómo le caerá a la gente".
Scioli deberá preservar como nunca ese proverbial equilibrio político que le
permitió atravesar sin mácula las épocas de Carlos Menem, Eduardo Duhalde y
Kirchner. Estuvo entonces en sillones de poder menos comprometidos que ahora: la
gobernación de Buenos Aires es siempre un polvorín. Los gobernadores suelen
salir de esas tierras, en el mejor de los casos, sin un destino superior.
Duhalde llegó a la Presidencia por una enorme crisis y un vacío.
Ese destino superior podría empezar a seducir a Scioli. El ex presidente ha
debido recurrir a él, luego de fallar con otros experimentos, para intentar
enfrentar con éxito la elección en Buenos Aires. Hay en ese gesto una abundante
sensación de dependencia y debilidad.
La duda que persiste es si la figura de Scioli que, como todo el Gobierno, ha
tenido un desgaste en el último año y medio, neutralizará la caída vertical de
los Kirchner en la provincia. O si el malhumor con el matrimonio termina por
eclipsar la fortaleza electoral que trasunta el mandatario.
Si como cree aquel ministro matero la fórmula de Kirchner con Scioli termina
por arrinconar a la oposición, sucederían dos cosas quizá previsibles. El ex
presidente podría sentirse convalidado como elector en el PJ para el 2011. Pero
nunca como candidato, si en las restantes provincias importantes pierde como se
estima que perderá. El gobernador tendrá liberado, a su vez, un buen tramo del
camino hacia la candidatura presidencial porque llevará en sus espaldas el aval
de Buenos Aires. Claro que siempre hay que reparar en la lógica de Kirchner y la
habitual imprevisibilidad argentina: el propio ex presidente podría boicotear a
Scioli a partir del día después para sacarlo de la competencia. La Provincia
acumula infinidad de problemas y necesita el soporte financiero de la Nación.
Es cierto que una conducta de ese tipo asemejaría un despropósito. Pero el
país es siempre un suelo fértil. ¿No es un despropósito que un gobernador deba
ir en una lista de diputados? ¿No lo es que ese gobernador y centenares de
intendentes sean postulantes falsos, que nunca asumirán sus bancas, utilizados
sólo para dirimir una pelea de poder? ¿No lo es también, acaso, que una elección
legislativa sea llevada a un terreno de todo o nada, la verdadera negación de
cualquier democracia? ¿No lo es además que, según se den los resultados, pueda
dejarse al país patas arriba el 29 de junio?
Las discusiones legales serán vanas porque ya lo fueron tantas veces en que
en la Argentina se presentaron situaciones parecidas. Pero quedará flotando, sin
dudas, la impresión de una defraudación ética y moral. Una defraudación similar
en la que, a veces, incurre la oposición. La candidatura de la vicejefa porteña,
Gabriela Michetti, ahora en revisión por el efecto Scioli, es apenas un ejemplo.
La campaña progresa, salvaje y desproporcionada, mientras al país lo invade
una epidemia disparada por mosquitos. Es clara la soledad en esa lucha de
Graciela Ocaña. La ministra ya habría decidido que no será candidata a diputada
por Buenos Aires. También se asistió a una pelea entre dos intendentes, Gustavo
Posse, de San Isidro y Osvaldo Amieiro, de San Fernando sobre los modos de
combatir el delito. Los modos no podrían ser jamás la edificación de un muro
entre dos barrios.
Dos trazos más de la Argentina empobrecida, que la política -entendida como ahora- convierte demasiadas veces en chiquero.


