Resulta imposible descifrar los motivos de tantos desaciertos, gazapos, contradicciones y peleas que hoy son moneda corriente en el seno del gobierno nacional. Está la teoría de que lo hacen a propósito, con el objeto de quemar las naves ante una derrota en las urnas que dan por descontada; otra, la tesis de que son un vulgar conjunto de ineptos que se chocan en los pasillos sin saber a dónde van, y también la explicación de que, a esta altura del partido, nadie controla nada. Es posible que haya algo de verdad en cada una de las especulaciones antes expuestas. En efecto, existe un marcado descontrol, un grado agudo de ineptitud y una notoria falta de autoridad en la administración kirchnerista. Basta repasar a vuelo de pájaro algunos de los hechos sobresalientes de la semana pasada para caer en la cuenta de la gravedad de la crisis que aqueja al populismo criollo.

Cualquiera imaginaría que —si el jefe de gabinete y el titular de la cartera de Hacienda viajan a los Estados Unidos con el propósito de generar confianza en la principal plaza económica del mundo— llevar tranquilidad a los potenciales inversores y despejar el camino que conduce a un acuerdo con el Fondo Monetario Internacional, en Buenos Aires todos los integrantes del Poder Ejecutivo y los representantes del Poder Legislativo oficialistas habrían de guardar la compostura, alineándose con el mensaje de Juan Manzur y Martin Guzmán. Pues no, obraron como si fuesen enemigos de aquéllos y hasta parecieron solazarse con los inconvenientes que les provocaron. Casi podría decirse —sin temor de exagerar la cuenta— que Roberto Feletti y Máximo Kirchner rivalizaron a ver quién escalaba más. Mientras el primero, sin consultarlo con el tucumano y con quien —al menos en teoría— es su jefe, lanzaba un congelamiento de precios inaudito, el hijo de Cristina Fernández cargaba lanza en ristre a expensas del FMI. —

—¿En qué cabeza cabe?

Para colmo de males, ni bien regresó al país, el Ministro de Economía cambió de disfraz y pasó de ser un atildado funcionario que toma un avión para entrevistarse con sus pares del FMI, tratando siempre de hacer buena letra, a representar el papel del antiimperialista barato que clama en contra de los monopolios, los empresarios y los organismos de crédito. Poco importa establecer si su metamorfosis es sólo fulbito para la tribuna o si realmente piensa lo mismo que los jóvenes de La Cámpora —que en el acto de Morón, presidido por su jefe, se cansaron de vocear consignas que atrasan cincuenta años. En medio de una negociación en marcha con el Fondo, el camaleonismo de Guzmán es una demostración más de la esquizofrenia gubernamental.

No sólo eso. Frente a los crecientes ataques e incendios obrados por una de las ramas más radicalizadas de la comunidad mapuche —que reniega de la Argentina y aspira a tomar para sí parte de nuestro territorio— la reacción del presidente de la República y de su ministro de Seguridad no pudo resultar más desafortunada. Al margen de analizar el fondo de la cuestión-en donde se halla en juego la soberanía nacional y la seguridad de las personas que son amenazadas y violentadas de manera creciente por la indiada delincuencial, es inconcebible que ninguno de los dos Fernández haya reparado en el hecho de que en Chubut se jugará el 14 de noviembre próximo la suerte del dominio oficialista en la cámara alta del Congreso Nacional.

Si el conflicto mapuche tuviese como epicentro una de las provincias mesopotámicas, por ejemplo —donde no se eligen senadores— la respuesta del gobierno seguramente hubiera producido todo tipo de discusiones con la oposición, pero no habría tenido incidencia ninguna sobre la futura conformación del Congreso. El dato relevante del asunto es que la mayoría de la región patagónica —Neuquén, Río Negro, Chubut y Santa Cruz— se encuentra en vilo por los avances de esa etnia indígena invasora y por la falta de reacción de las autoridades nacionales. Aunque el kirchnerismo —como es de sospechar— simpatice con los mapuches y trate por todos los medios de mirar para otro lado frente a los actos de vandalismo de los que son responsables, esta vez debería haber sopesado con algún cuidado si no era preferible dejar la ideología de lado y atender sin demora el reclamo de e la gobernadora de Río Negro.

De los kirchneristas hay motivos de sobra para pensar —tal cual decía el siempre lúcido Federico Frischknecht— que “como no saben lo que hacen, hacen lo que saben”. De lo contrario, carece de sentido un congelamiento del estilo dispuesto por Feletti que, aun cuando tenga los efectos que espera el gobierno, no habrán de notarse antes de los comicios. Algo similar sucede con la “platita” distribuida a destajo luego de la hecatombe sufrida en las PASO. El consumo masivo no levanta vuelo y nada hace suponer que el poder adquisitivo de la gente vaya a mejorar en los próximos dieciocho días. Los tiros al oficialismo no dan en el blanco. En realidad, le salen por la culata.

Dando por sentada una nueva derrota del Frente de Todos, la pregunta que se deja escuchar en los mentideros políticos, en las salas de redacción y en las conversaciones de café, como también en los despachos oficiales, en las tiendas de campaña de la principal fuerza opositora, en el Fondo Monetario y en los mercados en general, es la siguiente: ¿qué sucederá el 15 de noviembre? Descartadas las ideas calenturientas de un posible golpe de estado blando o de una marcha forzada hacia el chavismo, existen varias visiones o interpretaciones —como se prefiera llamarlas— acerca de lo que pueda pasar a partir de esa fecha. Unas ponen más énfasis en los aspectos económicos como disparadores de una crisis, que en los que podríamos denominar institucionales. Dicho de manera diferente: la deriva del tipo de cambio pasa a tener mayor relevancia que la interna oficialista.

Algunos piensan que, a pesar del porrazo electoral que vaya a sufrir, el kirchnerismo tiene todavía poder de fuego para desarrollar una política de aguante hasta alcanzar, antes del fin del verano, un acuerdo de facilidades extendidas con el FMI. Con base en un cepo más drástico a las importaciones, el abandono de la venta de dólares subsidiados y la posibilidad de vender futuros, imaginan que le sería posible gambetear el salto cambiario y llegar, aunque fuese con la lengua afuera, a marzo. Otros, en cambio, imaginan un futuro inmediato con tintes mucho más negros. Opinan que se hallan dadas todas las condiciones para que seamos testigos y víctimas de otro Rodrigazo. En este escenario la devaluación sería impostergable y el sinceramiento del tipo de cambio obligaría a modificar las tarifas y precios pisados por el gobierno desde hace más de un año. Por fin, hay que mencionar a aquellos que ponen a la merma de la gobernabilidad antes que la evolución del dólar y la pérdida creciente de las reservas internacionales del Banco Central. Si de resultas de una derrota contundente, tanto Alberto Fernández como Juan Manzur, Cristina Kirchner y su primogénito viesen su poder disminuido, ¿quién podría ponerle el pecho a la crisis, que comenzaría con una disputa interna en el Frente de Todos y se dispararía inmediatamente al campo económico?

El análisis político y económico de los doctores Vicente Massot y Agustín Monteverde
Fuente: Massot / Monteverde & Asoc