No hay duda que nuestro sector tiene culpas, inducidas o por propia iniciativa, pero identificar a nuestra ganadería vacuna como una gran contaminante ambiental y usar esto como excusa para tratar reducir el consumo de carne, permite decir que nos están tratando de colgar un sanbenito, poncho de uso religioso que en la edad media indicaba al portador de un pecado.

Que por la actividad agrícola usemos un ponchito de estos, sucio con restos de desmontes, chorreado con glifosato y manchado con tierra erosionada, parece a primera vista más razonable que cargar contra los rumiantes, cuya capacidad de producir proteínas de alto valor biológico a partir de alimentos de escasa calidad digestiva parece poco valorado en estos análisis.

Sobre si los bovinos emiten gases de efecto invernadero (GEI) como resultado de su proceso digestivo no hay duda. Estas características son comunes al orden taxonómico que agrupa no solo a los bovinos, sino también a ovinos, caprinos búfalos, llamas, guanacos, alpacas, vicuñas y muchos más, que en todo caso también deberían formar parte del análisis en la proporción que les corresponda.

La cuestión para discutir, sobre esta contribución ganadera a la emisión de GEI, requiere un análisis serio y con bases ciertas sobre cómo se originan, en qué cantidad y a partir de qué número de cabezas, para luego establecer su magnitud.

La primera pregunta para hacer entonces es ¿Qué es un análisis serio?.

El IPCC (Intergovernmental Panel on Climate Change) clasifica y recomienda los métodos de análisis para la preparación de los Inventarios Nacionales de Gases de Efecto Invernadero en tres niveles, de menor a mayor, los de Nivel 1 son simples y poco precisos, mientras que en el otro extremo el Nivel 3 recomienda métodos de orden superior, incluidos modelos y sistemas de medición de inventario basados en datos de la actividad, de alta resolución y desagregados, por lo que ofrecen estimaciones de mayor certeza que los niveles más bajos, siendo el Nivel 2 intermedio entre ambos.
Creo que la respuesta a la primera pregunta, valorando nuestra capacidad científica y técnica (INTA-CONICET-Universidades-Expertos Privados), es que un análisis serio para nuestro país es uno de Nivel 3.

La segunda, ¿con que bases ciertas? es bastante más difícil de responder.

El INDEC, ya repuesto de la enfermedad que lo llevó a inutilizar el Censo Nacional Agropecuario (CNA) de 2008, en el CNA 2018 relevó una existencia bovina ligeramente mayor a 40 millones de cabezas, mientras que nuestras autoridades ambientales utilizan para el cálculo en el Inventario Nacional de Gases de Efecto Invernadero de 2019 la cantidad de 52 millones de cabezas informado por el Servicio Nacional de Sanidad y Calidad Agroalimentaria (SENASA).

Claramente, 52 millones es distinto y un 30 por ciento mayor que 40 millones, por lo que cualquier monto de emisiones calculado por una u otra base diferirá en ese rango, generando una incerteza mayúscula sobre las emisiones reales de la actividad.

Ante esto, la siguiente pregunta que lógicamente resuena es:

¿De qué tamaño es el rodeo bovino argentino, de 52 millones de cabezas como dijo un organismo del estado creado para ejecutar las políticas nacionales en materia de sanidad y calidad animal y vegetal e inocuidad de los alimentos de su competencia, pero no para realizar estadísticas nacionales, o de 40 millones, como estableció el INDEC, cuya misión es ejercer la dirección superior de todas las actividades estadísticas oficiales del territorio nacional?.

Probablemente ninguna de las dos sea la cantidad real, pero es un tema central que debe ser aclarado antes de exponer conclusiones al respecto.

Como contraparte, la ganadería extensiva sobre forrajes perennes involucra otro aspecto muy relevante, como es la absorción de dióxido de carbono (CO2) mediante el proceso fotosintético, que permite el crecimiento de esa vegetación que la alimenta.

Parte de esos gases vuelven a la atmosfera mediante las emisiones ya comentadas y el posterior uso de los productos ganaderos, pero una parte importante es retenida en los suelos y mediante esa fijación incrementar su contenido de materia orgánica, remediando en plazos relativamente breves procesos de degradación que hayan sufrido previamente (Figuero Salas, 1999, Reunión de Expertos Internacionales) generando un secuestro concreto de CO2.

Por lo dicho, antes de que obliguen al sector a probarse que tal le queda el vergonzoso ponchito, necesariamente debe trabajarse sobre bases más serias que lo hecho hasta ahora, para establecer con la mayor certeza posible las magnitudes reales de los flujos en ambos sentidos y sus correspondientes balances, que variarán año a año según varíen los condicionantes principales.

Y como conclusión, considero que no hay que tomar como problema lo que es una solución -probablemente la única en términos económicos- que permite obtener un uso ambientalmente equilibrado de nuestros recursos, teniendo en cuenta que es perfectamente posible balancear los efectos de degradación de actividades agrícolas con los efectos positivos de la ganadería bovina extensiva en la remediación de suelos, obteniendo una recuperación cierta de las cualidades de nuestro ambiente productivo.

Por Ing.Agr. Jorge Ramayon
Estudio BRSA – Octubre 202