“La única manera de lograr un trabajo productivo es sumando voluntades, y eso se consigue con constancia”. Así lo cree Rosibel Castañeda, de 31 años de edad, ingeniera agroindustrial que integra una cooperativa familiar: Asociación Cooperativa Agroindustria Castañeda R.L; junto con Irma Teresa, Lucina, Tulia, Irma Sofía, Luz Darina, David, José Julián y Mario. Es decir, con sus hermanas, hermanos, tías y sobrinas. Esta familia se dedica a producir abonos orgánicos, en las montañas del municipio Andrés Eloy Blanco del estado Lara, una comunidad en la región centro occidental de Venezuela.

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Esta cooperativa familiar produce humus líquido y sólido de lombriz roja californiana, biol (biofermento de plantas y materia orgánica), sulfocalcico (acaricida y fungicida) y nitro-K (bio fermento).

Por tradición, la familia Castañeda se dedica a la agricultura. “Mi padre, Julio –cuenta– sembró durante varios años de manera convencional, es decir, utilizando agroquímicos”. Con el tiempo escuchó hablar del daño que causan al medioambiente ese tipo de productos y “por cuenta propia investigó sobre la agricultura campesina, retomó prácticas ancestrales y de esa forma llegó a la lombricultura”.

La granja familiar, Hoja tiesa, se convirtió en centro de estudio e investigación. Empleó como primeros lumbricarios, viejos cauchos de tractor y casi en paralelo, cuidó de las nacientes de aguas, reforestó, recuperó semillas autóctonas y sembró con los abonos que extraía.

La conformación de la cooperativa, hace ocho años, “solo vino a darle forma al trabajo que veníamos realizando para que las labores colectivo-familiares fuesen autosuficientes y autosustentables”, explica Rosibel.

Conectados con la comunidad

Esta cooperativa es uno, de los tres Centros Demostrativos Comunitarios (CDC) dentro del proyecto de fortalecimiento a la Agricultura Familiar que FAO ejecuta en ese municipio y que abarca a 387 familias.

Esta iniciativa está financiada por la dirección general de Protección Civil y Ayuda Humanitaria de la Unión Europea (DG ECHO) y promueve la resiliencia y la recuperación de los medios de vida en familias con dificultades para cubrir sus necesidades. El proyecto proporciona insumos agrícolas (semillas y herramientas) y asistencia técnica para reforzar la seguridad alimentaria y nutricional.

Los CDC han sido desarrollados por la FAO para el fortalecimiento y empoderamiento de las mujeres y hombres del campo. La metodología se sustenta en procesos de enseñanza y aprendizaje que promueven el intercambio de saberes, de experiencias y la realización de prácticas de acuerdo con los problemas y necesidades identificadas por los propios agricultores y sus familias.

Estos espacios son de gran importancia para los beneficiarios de los proyectos de FAO, que deben atender a restricciones de movilidad debido a la pandemia de covid-19. En los CDC se aplican medidas de bioseguridad atendiéndolos de forma individual o en pequeños grupos de hasta cinco personas.

Desde el año 2020, Rosibel y su familia abrieron sus espacios para a apoyar y transmitir su experiencia a las familias participantes del proyecto de FAO.

Un trabajo de extensión al que la cooperativa ya está acostumbrada porque ofrecen charlas sobre los beneficios de los abonos orgánicos a los productores del municipio Andrés Eloy Blanco, así como de otros colindantes como Morán e Iribarren; y reciben constantes visitas de estudiantes de escuelas, liceos y universidades.

Los CDC han sido desarrollados por la FAO para el fortalecimiento y empoderamiento de las mujeres y hombres del campo. Foto: Abraham Morles / ©FAOVE
Un ejemplo

Rosairín Márquez es una de las beneficiarias que se acercó al CDC que atiende Rosibel y su familia. Ella tiene tres hijos de 3, 7 y 13 años de edad. Cuando se inició en el proyecto tenía una situación alimentaria difícil “porque sin empleo y sin producción no teníamos ingresos”, relata. Algunos días de la semana debía enviar a sus hijos a casa de unos familiares, para que la ayudaran con los alimentos.

Con el apoyo del CDC comenzó a sembrar. “Ahora hemos intercambiado alimentos con otros vecinos y tuvimos la posibilidad de vender los pimentones que cosechamos. Con ese dinero compramos otros alimentos, como por ejemplo la carne, que es muy costosa. Mis niños están muy alegres porque para nosotros era casi imposible comprarla”, indica Rosairín.

Recordó que hasta hace poco, sus hijos no conocían algunos vegetales “ya que no las producimos en casa”. Debido a los trueques con los vecinos de la comunidad aumentaron el consumo de verduras. Rosairín ha incorporados cremas y sopas, de hortalizas que no podían consumir.

Ahora, siembra. Los vecinos se han organizado para apoyarse. “Hay personas que producen semillas y bioinsumos, pero no tienen la tierra. Otros tienen tierra pero no semillas, ni dinero para los insumos. Entonces sembramos juntos y cuando llega la cosecha partimos en partes iguales”, añade.

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Constancia y convencimiento

Concientizar a los productores sobre las ventajas económicas, ambientales y para la salud que conlleva el uso de abonos orgánicos “es un esfuerzo diario. Ofrecemos asesoría técnica y muestras gratuitas. Aún así, seguimos encontrando resistencias”, asegura Rosibel.

Opina que esa resistencia no tiene que ver con un asunto económico ya que el valor del abono orgánico es siempre más bajo. “Considero que se trata de tiempo. Los insumos orgánicos son de uso preventivo y aunque son más residuales y por eso mismo se mejoran los suelos, deben ser usados con más constancia y técnicas, partiendo del respeto por la biodiversidad”, dice.

Pero la familia Castañeda sostiene su prédica. Rosibel señala que “la cooperativa es solo una manera de organizarnos en comunidad para lograr las formalidades socioeconómicas. Pero lo que nos mantiene de pie no es otra cosa que la necesidad de cuidar del medio ambiente y para ello nos afirmamos en la constancia y en el apoyo de muchas y muchos”.

Desde la granja familiar asesoran a pequeños productores del municipio Andrés Eloy Blanco ubicados en comunidades como: Sabana Grande, La Morita, El Algodonal, Algodonal Abajo, Sabana Redonda y Hato de Guapa.

Rosibel es una líder en su comunidad y su familia que trabaja por un mundo más amigable con el medioambiente. Hoy produce cientos de litros de humus de lombriz al mes, que benefician a los pequeños agricultores de su pueblo, con precios solidarios y fomentando el trueque.

Ella es una mujer que ha transformado su vida y cada día contribuye a transformar la vida de muchas personas de su comunidad