Todo parece indicar que el resultado electoral de las PASO y, posiblemente, de las de medio término en noviembre, no sean tan favorables al gobierno como para que tenga el control de ambas Cámaras.

El desencanto de la gente con la dirigencia política es muy grande. En esta competencia populista que se transformó la democracia, la decadencia aparece como imparable. Dicho en otras palabras, la gente no ve una luz al final del túnel que le de esperanzar de que luego de un período de esfuerzo, venga un largo período de prosperidad.

Justamente, la eterna cuarentena que estableció el gobierno, encerrando a la gente, fundiendo pequeños comercios y dejando sin trabajo a miles de personas mientras ellos festejaban sus cumpleaños en plena restricción y además tuvieron el vacunatorio VIP, produce en la población un estado de desprecio y hartazgo.

Se han vivido demasiadas crisis económicas en los últimos 40 años y encima tener que soportar una cuarentena arbitraria, como para que la gente vea con optimismo el futuro.

Sin duda que las elecciones de medio término son claves en términos institucionales, pero lejos están de ser un punto de inflexión en materia de política económica. Todas las promesas que puedan hacer los candidatos a diputados en materia de política económica no tienen demasiado sustento porque en estas elecciones no está en juego tanto la actual política económicas, que por cierto sus resultados juegan en contra del gobierno, sino que está en juego el poder absoluto del kirchnerismo para transformar estas hilachas que quedan de sistema republicano en un sistema totalmente autocrático.

Lograr el despegue económico de Argentina no pasa por un par de medidas económicas. Ni siquiera, aunque estén bien orientadas, son un primer paso para salir adelante. Hacer promesas en ese sentido es mentirle al electorado.

Para que Argentina salga de su larga decadencia, no solo se necesita de un plan económico consistente y sostenible en el largo plazo, sino que, además, exige de una dirigencia política dispuesta a aceptar los costos políticos de llevar adelante ese plan. Es más, la actual decadencia económica argentina es el emergente de los valores que hoy imperan en la sociedad en que unos sectores pretenden vivir a costa del fruto del trabajo ajeno.

Justamente, esa nefasta regla de querer vivir a costa del trabajo ajeno se ha transformado en un discurso populista, donde hoy todo el arco político se aferra a esas nefastas demandas para tratar de ganar votos. Todo lo transforman en un derecho social. Vivir a costa del trabajo ajeno pasó a ser un derecho social y humano consagrado en el manual del populismo.

Hasta los exacerbados gritones de la televisión que vociferaban “robo” ante cada plan, ahora, en función de candidatos, dicen que los planes sociales no se pueden quitar de un día para otro, cuando hasta hace poco le gritaban ladrones a los políticos ante el menor esbozo de redistribución del ingreso. Una vez más se cumple el teorema de Baglini, que reza: el grado de responsabilidad de las propuestas de un partido o dirigente político es directamente proporcional a sus posibilidades de acceder al poder.

De manera que en estas elecciones se pone en riesgo el sistema institucional más que la política económica. Salvo que el oficialismo gane por amplio margen, en cuyo caso no solo no quedarían vestigios de lo que resta del sistema republicano, sino que, además, toda la barbarie económica aparecería a pleno. Pero si el oficialismo no gana las elecciones, al menos en la magnitud que necesita para tener el control total del Congreso para someter a la justicia, entonces quedan dos años más de mandato de un presidente que ha perdido totalmente la credibilidad, elemento fundamental para atraer inversiones y entrar en la senda del crecimiento.

Se hace muy difícil imaginar 2 años más con este descalabro económico, en particular por la distorsión de variables como las tarifas de los servicios públicos y el tipo de cambio, que luego de las elecciones es casi seguro que van a tener una corrección que pueden desembocar en una crisis financiera, cambiaria e inflacionaria.

El otro elemento a resolver es el gigantesco stock de LELIQs que es una deuda impagable por parte del BCRA e insostenible en el mediano plazo.

Previendo un mal resultado de las elecciones se comenta que habría un cambio de gabinete luego de noviembre. Es posible que ese cambio ocurra, pero lo que puede tenerse con certeza es que nadie con trayectoria y seriedad profesional pueda sentarse en el sillón de ministro de Economía. No hay economista o grupo de economistas que pueda resolver el problema de la decadencia económica argentina con el pensamiento de la actual dirigencia política argentina y menos con el kirchnerismo en el poder y La Campora tras bambalinas.

Tampoco se resuelve el problema económico a los gritos y los insultos. Es absolutamente inconsistente el argumento que con los buenos modales nos hundimos y por eso hay que recurrir a los insultos, como si la tasa de inflación, la pobreza o la desocupación fuesen función del calibre de los insultos que se usan para denunciar las malas prácticas económicas.

Que gente con buenos modales hayan aplicado políticas económicas inconsistentes, no quiere decir que alguien con malos modales sepa economía o vaya a ser eficaz al momento de aplicar políticas económicas.

No es cierto que haya una nueva corriente libertaria que esté forzando un cambio de políticas. Lo que se ve es a un sector de los más jóvenes que son antisistema y repiten slogans sin contenido que parecen de racionalidad económica, pero lejos están de comprender el problema de fondo. Son una especie de La Campora pero libertaria.

En el fondo, ese movimiento es similar al kirchnerismo. Inventa un enemigo, en este caso la dirigencia política, al que señala como todos ladrones, salvo los que ahora se meten en política, que serían los impolutos salvadores de la patria, justamente todo lo contrario a lo que dice la filosofía liberal en que no hay salvadores, eso es para el fascismo, sino que hay instituciones sólidas que sientan las bases de la prosperidad. Es una especie de síganme que no los voy a defraudar siglo XXI.

Finalmente está Juntos por el Cambio que solo se muestra como oposición, pero sin tener un rumbo claro que muestre una salida. Solo sirve para frenar las ambiciones de poder absoluto del kirchnerismo. Luce más como una ensalada de ideas. Creen que la solución pasa por administrar eficientemente un sistema intrínsecamente ineficiente en vez de cambiar el sistema.

Juntos por el Cambio persiste en el mismo error que cometió cuando fue gobierno. Cree que poniendo gente buena pueda administrar un sistema ineficiente.

En definitiva, estas elecciones, en caso que gane la oposición, solo servirán para frenar las ambiciones de poder absoluto del kirchnerismo. Luego hay que ver cómo se transitan económicamente los dos años que faltan de mandato de Alberto Fernández y, tal vez, en 2023, volveremos a debatir si en esas elecciones se pone nuevamente en juego el sistema republicano o entramos en un debate de cómo salir de la larga decadencia.

Fuente: Economía para Todos