Cuando a algo se le da un tono épico y alejado de lo que claramente indica la realidad, podemos decir que estamos frente a un relato. Ya conocemos un par en el ámbito de la política, pero en Mendoza el discurso sobre el manejo ejemplar del agua -en todos los niveles- se convirtió en relato hace mucho tiempo a la vista de los datos y de la realidad.

Las escasas nevadas que se registraron durante el invierno y con un panorama que no parece ser mucho mejor para lo que queda de la estación, ponen en alerta a los dueños del agua, porque el agua de Mendoza tiene dueños y se vende, al contrario de lo que se dice en el relato.

Parte del discurso del agua está basado en la herencia de los Huarpes y su manejo del recurso hídrico a través de los sistemas de acequias. Debe ser por eso que en el camino algunos se quedaron en eso y los valoran tanto que lo mantienen hasta hoy sin muchos cambios. No hay aplicación de tecnología -por uno u otro factor- para mejorar el rendimiento y optimizar el uso de un recurso que será más escaso el próximo año.

Sin dudas la institucionalidad del agua es una cuestión que se debe valorar, con una entidad como el Departamento General de Irrigación que se encarga de gobernar el recurso y hacer cumplir la ley que lo regula. Sin embargo, claramente no es suficiente si no existen los recursos para mejorar la distribución y no se cuenta con un compromiso real de todos los sectores productivos.

A todo eso se suma que el mendocino se acostumbró a derrochar el agua, en gran parte por el escaso valor económico que se le da y por la forma en que se mide el consumo, con un sistema ineficiente, antiguo e injusto.

Pero más allá de esa visión que planteo, están los datos, que son los que realmente confirman que el agua de Mendoza se cuida poco y que la falta de recursos para hacer inversiones nos condena a seguir tirando gran parte del recurso hídrico.

Si arrancamos por el agua potable, las mediciones indican que alrededor del 40% del agua potable se pierde y la mayoría es por las fallas en las redes y en la cañerías. Es decir, por la falta de mantenimiento en los distintos períodos de la empresa provincial, ya sea en el ámbito privado o estatal.

No podemos decir que tenemos un manejo ejemplar si sólo somos capaces de medir el consumo real del 10% de la población porque el resto no tiene medidores, una herramienta básica para poder considerar que cuidamos el recurso hídrico y le damos un valor real, más allá del simbólico del que todos nos vanagloriamos.

Otro dato revelador es que el 89% del agua de Mendoza se utiliza para la agricultura, pero la provincia sólo tiene el 3,4% de la superficie total cultivada. Además, de ese 89% del agua la mitad se pierde por distintas razones, pero un alto porcentaje es por la falta de riego tecnificado. No hay recursos desde el Estado para invertir en ese ítem y el sector agrícola también indican que no tienen capacidad para hacer ese tipo inversión. Por eso en Mendoza aún existen métodos tan ineficientes como el riego a manto.

Entonces, nos creímos el relato de que somos un ejemplo en el manejo del agua, pero la realidad golpea y nos demuestra que aún siendo un recurso escasos, lo perdemos en cantidades increíbles. En resumen, y en un cálculo grueso, podemos decir que casi la mitad del agua de Mendoza se pierde.

El primer paso para cambiar esa realidad es convencernos de que nos estamos creyendo un relato que nos dice que estamos haciendo las cosas bien, cuando en realidad nos falta mucho para estar cerca de lo óptimo. No podemos seguir viviendo del relato y es hora de poner la verdad del agua sobre la mesa.

Por Edu Gajardo
Fuente: Memo