Esta situación no escapa al resto de los mercados del sector como pueden ser los cereales y oleaginosas o los lácteos, ya que formal o informalmente, la mayoría presenta algún tipo de intervención. Por ejemplo, el maíz sufrió el cierre temporario del registro de exportaciones en enero de este año y durante las semanas posteriores tuvo períodos de funcionamiento anormal. O los lácteos que trabajan bajo un acuerdo alcanzado entre las usinas y el gobierno.

Queda claro que toda intervención en el funcionamiento de los mercados produce efectos negativos para los productores, tanto sean “formales” como las normas y regulaciones impulsadas en la carne o bien “informales” mediante acuerdos celebrados entre un eslabón de la cadena con el sector público dando origen a las “autorregulaciones temporales” por parte de los operadores, que actuando de manera coreográfica, alteran los mercados en diferentes momentos del año tal como se está viendo hoy en el caso del trigo.

Cuando se interrumpe temporalmente la puja natural por parte de los compradores para la exportación y el consumo interno, y se coordina la suspensión de operaciones durante una ventana de tiempo, germina la falta de transparencia de los precios. Estos comportamientos generan ineficiencias económicas que dan espacio a transferencias de ingresos entre distintos eslabones de una cadena y derivan, más tarde o temprano, en pérdida de confianza, caída de inversión, estancamiento, menor uso de tecnología y menor producción.

Fiel testigo de esto fue lo ocurrido en los últimos años donde las intervenciones formales o informales se generalizaron y derivaron en caídas o estancamientos muy importantes en las producciones de carne, leche, maíz o trigo.

Los productores necesitamos recuperar el camino de la transparencia de los mercados, para restituir la confianza de los actores económicos y mantener la inversión y uso de tecnologías necesarias para alcanzar una mayor producción, contribuyendo con el desarrollo de las actividades económicas.