El gobierno de Alberto hace acordar a eso que dicen a veces las mujeres de los hombres: que con suerte hacen una cosa bien, no les pidas que, como ellas, logren hacer varias a la vez y con mínima destreza y eficiencia.

Desde hace un par de semanas que el gabinete se ha sumergido en la segunda ola del covid, literalmente. Luce agobiado por la tarea, y no es que le esté encontrando la vuelta ni mucho menos. Pero las urgencias sanitarias bastaron para que perdiera del todo el norte en el manejo de la economía: su gestión en esta materia hoy luce más descoordinada que nunca, grogui, por los golpes recibidos también en las últimas semanas en los rubros inflación, que escapó del todo de las imaginarias barreras fijadas en el presupuesto, ritmo de recuperación de la actividad y el consumo, que se amesetó después de un par de meses de verano que pintaron más o menos bien, renegociación de deudas, del todo en suspenso luego de un bastante estéril paseo del ministro Guzmán por Estados Unidos y Europa, y más recientemente, control del tipo de cambio, que volvió a dar dolores de cabeza porque las tasas de interés en pesos han quedado muy rezagadas, los bonos que ofrece el gobierno pierden atractivo, cada vez le cuesta más renovarlos, y además pagarlos, y reaparece el temor a que haya algún sacudón cambiario y financiero no solo después de octubre, lo que se daba ya por descontado, sino también antes de esa fecha.

La situación de Guzmán es particularmente angustiante

El ministro parece haberse vuelto apenas un secretario de finanzas, y uno particularmente impotente: para todos los demás asuntos ni siquiera sus subalternos lo consultan, hacen lo que les place, o lo que les indican sus mandantes, Axel Kicillof en particular. Y en la cuestión de la deuda nadie cree que tenga mucho que hacer; al contrario, ya no esperan de él ni siquiera sus desgastadas frases tranquilizadoras, prefieren que mejor se calle y no nos haga acordar del fiasco.

El propio presidente avala esta situación, sin tapujos: acaba de hacer una enfática reivindicación de miembros de su gabinete en un acto público, y fue muy generoso y exhaustivo: enlistó, como “funcionarios que funcionan”, a Matías Kulfas, Producción, Matías Lammens, Turismo, Nicolás Trotta, Educación, Daniel Arroyo, Desarrollo Social, Gabriel Katopodis, Obras Públicas, Jorge Ferraresi, Desarrollo Territorial y Hábitat, y Tristán Bauer, Cultura.

Del pobre Guzmán ni se acordó, y eso que incluyó a varios que es evidente no están haciendo las cosas muy bien que digamos y le han traido bastantes problemas en los últimos tiempos, como es el caso de Trotta; pero que fueron claramente incluidos como acto de reparación por anteriores maltratos. Más motivos para pensar que a Alberto en estos momentos maltratar y devaluar a su ministro de Hacienda no le trae ningún problema de conciencia.

Mientras Guzmán va quedando más y más desdibujado, siguen ganando protagonismo funcionarios de segundas filas, como es el caso en particular de Paula Español, suerte de reencarnación de Guillermo Moreno en la que últimamente se concentran las miradas, dado que nadie descarta que los controles de precios se vuelvan más y más generalizados y estrictos a medida que dejan del todo de ser efectivos.

Ni siquiera sus subalternos consultan a Guzmán: hacen lo que les place, o lo que les indican sus mandantes, Axel Kicillof en particular.

Es que la inflación de marzo terminó de desacreditar las tesis “moderadas” del ministro y avalar las tesituras más duras: conviene dejar de hablar del carácter “multicausal” de la inflación para concentrarse en la única causa que, exista o no, tiene utilidad política, la codicia empresaria.

Es todavía una creencia extendida en la población que esa responsabilidad no solo existe sino que es determinante, y ella libera al gobierno de sus responsabilidades. Así que no hay nada que discutir: si los empresarios patalean cuando directamente se les congelen sus precios, ¡¡¡adelante!!!, van a demostrar al hacerlo que son ellos los que quieren seguir subiéndolos.

Se suele decir que Cristina Kirchner y los suyos no tienen un programa, solo una agenda de conflictos. En los últimos días, eso ha quedado bien a la luz, y también quedó a la vista que todo el gobierno se embandera detrás de esta lógica, porque nadie tiene otras ideas que contraponerle a las tesis del conflicto, y porque las complicaciones económicas y sanitarias se agravan y realimentan, haciendo cundir el pánico en los estrategas electorales: “a falta de soluciones, busquemos una buena pelea para echarle la culpa a alguien”, esa termina siendo la máxima que guía los pasos, tanto de los funcionarios de Salud como de los de Economía.

Y a medida que la radicalización oficial se alimenta de sus propios frutos envenenados, la pregunta de hasta dónde avanzará se vuelve más candente, pero también más irrelevante. Está a la vista que la progresión, por sí misma, no va a encontrar límite alguno. Por eso, el problema de Guzmán no es transitorio: su irrelevancia es ya manifiesta y es además definitiva, después de octubre alguien tendrá que poner un poco de orden en este despiole, y no va a ser él, ni va a hacerse con sus preferencias “tranquilizadoras”. Vaya a saber con cuáles, seguramente algo más parecido a lo que quiere Kicillof, sobre todo si el kirchnerismo puro y duro sobrevive más o menos entero al test electoral.

Pero es importante destacar que la incómoda situación en que ha ido quedando Guzmán dentro del gabinete de Alberto se explica, finalmente, no solo por la relación de fuerzas que terminó imperando en el Frente de Todos, y tampoco principalmente por la ineficacia de sus iniciativas en la gestión, sobre todo en materia de deuda y de inflación. Sino sobre todo por sus equívocos puntos de partida.

Después de octubre, alguien tendrá que poner un poco de orden en este despiole, y no va a ser Guzmán, ni va a hacerse con sus preferencias “tranquilizadoras”.

Guzmán llegó al gabinete seguramente recomendado por Joseph Stiglitz para un cargo menor, ¿subsecretario tal vez? Sin ningún antecedente de gestión y con muy poco recorrido profesional en todos los demás terrenos, era impensable que terminara encabezando una gestión que las tenía complicadísimas desde el principio, y se complicó aún más apenas arrancó.

Pero se ve que Alberto aplicó en Hacienda, a rajatabla, un criterio que también pesó en otras áreas (como la jefatura de gabinete): dado que él valía bastante poco como cabeza de la gestión, no le convenía tener alrededor gente que valiera más, mejor rodearse de jóvenes inexpertos, con escasos apoyos y recursos propios, que le debieran sus cargos solo a él.

Así, podria mantener el gabinete mínimamente bajo control, en las áreas en que, claro, Cristina se lo permitiera. Esa mentalidad kindergarten es la razón de ser de la gestión Guzmán, de que se haya impuesto a opciones técnica y políticamente más potentes y razonables, aunque también más conflictivas, porque cualquiera que pudiera hilvanar un par de ideas por sí mismo iba a tratar de imponer un plan de estabilización, al menos pegar un par de golpes sobre la mesa y dar algunas discusiones internas. Aunque más no fuera para perderlas.

Fuente: TN